El domingo, 12 de junio de 2011

Domingo de Pentecostés

(Hechos 2:1-11; I Corintios 12:3-7.12-13; Juan 20:19-23)

La mujer está encantada con su nueva oficina. Por años tenía su escritorio en un apartado cerrado. Había sólo cuatro paredes y la puerta. Ahora tiene ventana. No le importa que sólo tenga setenta centímetros de anchura; al menos le da a ver afuera. No le molesta que afronta el basurero; pues deja entrar la luz. La ventana contribuye a la mujer como el Espíritu Santo a la comunión de los cristianos. Le provee una nueva perspectiva a la vida.

Sin embargo, no estamos acostumbrados a hacer mucho caso al Espíritu Santo. Tal vez la razón es que lo llamamos la tercera persona de la Trinidad. ¿Quién querría viajar tercera clase? Si el vestido es de tercera, ¿quién querría llevarla? Pero con Dios el orden de las tres personas no cuenta por nada. Cada uno ha existido desde siempre. Cada cual tiene la misma dignidad. Una teóloga comenta que al decir que el Espíritu Santo es la tercera persona no se entiende que Él sea subordinado al Padre y al Hijo a menos que se entiende también que el Padre y el Hijo sean subordinados al Espíritu.

En un sentido nos importa más el Espíritu Santo que Dios Padre y Dios Hijo. Pues por Su obra somos cambiados en nuevos hombres y mujeres. Como fuego quema las inmundicias del hierro para forjar el acero con otros metales, así el Espíritu Santo nos transforma a nosotros. Nos hace honestos en una atmósfera contaminada con mentiras, agradecidos en un mundo dominado por las codicias, y humildes en un ambiente saturado de arrogancias. Un antiguo alcohólico después de una experiencia del Espíritu Santo dice que ya no quiere tomar. Bebe la Sangre de Cristo en la misa sin anhelar el vino. En la lectura de los Hechos vemos al Espíritu cambiando las vidas de los discípulos de Jesús. Les llega como lenguas de fuego forjando el cimiento de una nueva humanidad.

El Espíritu Santo no para después de forjar al cristiano en un nuevo ser. Él sigue a unirlo con otros en comunidad. La gente llega de diferentes ambientes. Según san Pablo en la segunda lectura hay judíos y no judíos, esclavos y libres. Se puede añadir varios otros juegos de características. Hay ricos y pobres, mujeres y hombres, negros y blancos, cultos y no educados. Se esperan rivalidades si no pleitos entre tales opuestos. Sin embargo Pablo exhorta a los cristianos que no caigan en estas trampas. Más bien han de superar las discordias con la gracia del Espíritu Santo. Además con el Espíritu Santo podemos aprovecharnos de las diferencias para crear nuevas oportunidades. Nos hacen falta educadores, ecónomos, médicos, y muchos otros para crecer en personas de virtud. Más al fondo unidos en una comunión fraterna, reflejamos a Dios que conocemos como Santísima Trinidad.

Sí, es cierto que el Espíritu Santo nos viene para incorporarnos en la familia de Dios. Como tal, empero, el Espíritu tiene un propósito para nosotros. Nos envía al mundo para llevar el perdón de Dios a la gente. Cumplió la misión en manera espectacular el hombre cuya hija murió en el bombardeo del edificio federal en Oklahoma en 1994 cuando abrazó al padre del culpable. También la logró la mujer tutsi de Ruanda cuyos padres fueron masacrados en el genocidio del mismo año cuando anda proclamando la paz entre su tribu y la de los Hutus. La hacemos nosotros cuando rezamos por aquellos que nos ofenden y cuando pedimos perdón de la gente que ofendemos. Ciertamente el evangelio se refiere al sacramento de la Penitencia cuando el Señor dice a sus apóstoles: “’Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados…’” Sin embargo, tiene que ver también con nuestros propios esfuerzos para consolidar la paz.

Estamos acostumbrados a pensar en el Espíritu Santo como el misterio de la fe cristiana. Es verdad que el Espíritu es la persona de la Santísima Trinidad menos hablada y más malentendida. Pero estos no comprenden escusas para ignorarse de Él sino de echar más esfuerzos para conocerlo. Después de todo el Espíritu Santo es el Dios-con-nosotros forjándonos en Sus hijos. El Espíritu Santo es Dios-con-nosotros.

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