El domingo, 12 de agosto de 2012

EL XIX DOMINGO ORDINARIO


(I Reyes 19:408; Efesios 4:30-5:2; Juan 6:41-51)

Hace dos años el papa Benedicto visitó a Inglaterra.  Como persona graciosa, él ganó el respeto de los ingleses.  Pero antes de su llegada, había diferentes señales que iba a tener problemas.  Unos criticaron el costo de la visita al estado.  Otros pintaron al papa como racista porque la Iglesia no aprueba relaciones homosexuales.  Un grupo aun hablaba de arrestar al papa como criminal contra la humanidad.  Todas estas instancias pueden recordarnos de las murmuraciones contra Jesús en el evangelio hoy.
 

Los judíos se oponen a Jesús por su modo de hablar.  En la lectura ellos cuestionan su razón por decir: “Yo soy el pan vivo…”  Ahora sabemos que este lenguaje es el estilo del evangelista Juan para indicar la divinidad de Jesús.  Pues, “Yo soy quien soy” es cómo Dios se  reveló a sí mismo a Moisés.  No obstante, hay otra crítica fuerte levantado por los judíos que se encuentra también en los otros tres evangelios.  Los judíos desprecian a Jesús como el hijo del humilde carpintero de Nazaret.  Sin duda piensan como Natanael, el discípulo de Jesús, que dice en el principio del evangelio: “¿Puede salir algo bueno de Nazaret?”  Hoy en día no hay tanta animosidad contra Jesús.  Casi todos los pueblos lo respetan como un profeta de la antigüedad.  Pero esto no significa que lo reconozcan como Juan el evangelista.  Al contrario, muchas personas – aun en nuestra sociedad -- lo ven como no más grande que Moisés, Mohamed, o Martin Luther King. 


En lugar de poner fe en Jesús la gente contemporánea se confía en la ciencia como su salvador.  Cree  que las únicas verdades que valen vienen de los laboratorios científicos.  Piensa que la ciencia aplicada con su abanico de aparatos desde pulidores eléctricos para los zapatos hasta bluetooths para hacer llamadas telefónicas le producirá una vida feliz.  Particularmente le interesa la medicina como el medio para superar la muerte.  Recientemente se reportó de un científico que analiza todo lo que entra y sale de su cuerpo.  Junto con estos datos cada rato toma exámenes de sangre y aun MRIs completos para conseguir un conocimiento exacto de su salud.  Su objetivo es anticipar y arreglar cualquier enfermedad que vaya a tener.  Dice el científico que en el futuro la inmortalidad no es fuera de la posibilidad.  Si estuviera aquí, Jesús le contaría al científico que el camino de la vida eterna no va por la química sino sólo a través del arrepentimiento y creencia en el evangelio.

En la lectura Jesús cuenta que él viene para conferir la vida eterna a aquellos que creen en él.  Los dichosos aceptan su mensaje sobre la primacía del amor.  Este amor no es meramente un sentimiento vago de preocupación y mucho menos el deseo carnal.  No, el amor que vale la vida eterna se realiza con hechos de misericordia.  Jesús mostrará lo que significa cuando lava los pies a sus discípulos.  En tiempo los mismos seguidores se darán cuenta de que conocer a Jesús comprende el inicio de la vida eterna.  Sin embargo, la experiencia no dura por sólo un rato y desaparece como las flores del campo.  No, Jesús promete que permanecerá para siempre cuando les resucita a sus discípulos al último día. 

Aunque no vemos la ciencia como la resolución de los problemas de la existencia, tampoco queremos condenarla como enemigo de la fe.  Más bien, la ciencia acompaña la fe como portador de la verdad.  Las verdades naturales, que la ciencia investiga, dan testimonio a la gloria de Dios tanto como los actos de misericordia.  Por eso, debemos conformarnos a la mejor ciencia.  Como nos dicen los médicos, deberíamos evitar las grasas y los carbohidratos en exceso y tomar ejercicio diariamente.

Hay un retrato de san Martín de Porres que lo muestra con aureola alrededor de cabeza y probeta en mano.  Pues Martín era científico que probaba diferentes medicinas para curar enfermedades.  Y era santo por su entrega completa al Señor.  San Martín nos muestra que realmente la fe y la ciencia no se oponen uno al otro.  Más bien ambos la fe y la ciencia revelan la gloria de Dios por conferir la verdad.  Los dos revelan la gloria de Dios.

No hay comentarios.: