(Proverbios
9:1-6; Efesios 5:15-20; Juan 6:51-58)
Se ha
dicho que el papa Benedicto no quiere que el pueblo reciba la Santa Comunión en
la mano. Pero no es la verdad. En una entrevista hace tres años él clarificó
su posición. Dijo que no está en contra
de recibir la Comunión en la mano. Sin
embargo, se da cuenta de que ha habido abuso.
Por ejemplo – él explicó –había un turista asistiendo en la misa en la
basílica de San Pedro que tomó la hostia consagrada en mano y entonces la guardó
en su billetera como un recuerdito de Roma.
Para enfatizar el significado apropiado a la Eucaristía, ahora Benedicto
siempre da la Santa Comunión en la lengua.
Similarmente en el evangelio hoy Jesús utiliza términos fuertes para explicar
el significado de la Santa Eucaristía.
Cuando
Jesús propone su carne como comida, los judíos preguntan: “¿Cómo puede éste
darnos a comer su carne?” Sería una
pregunta legítima para cualquier otra persona.
Pero Jesús ha demostrado su capacidad de hacer maravillas. Él acaba de alimentar a cinco mil hombres con
sólo cinco panes. En lugar de preguntar:
“¿Cómo él puede darnos a comer su carne?” deben estar pensando: “¿Cómo podemos nosotros
aprovecharnos de su oferta?” La
respuesta ciertamente es más que extender la mano o la lengua.
Jesús quiere
despertar la fe del pueblo. Para
aprovecharse de la oferta de su carne, los judíos tienen que renovar su fe en
el Dios de la vida por reconocer a Jesús como su enviado. Eso es, tienen que dejar atrás las
prioridades de la coveniencia y la comodidad.
En su lugar tienen que tomar por sí mismos las prioridades de Dios – procurar
la suficiencia para las viudas y los derechos de los extranjeros. Es como si la gente hubiera estado viviendo
con catatares cubriendo sus ojos de modo que no vean la verdar. Otras personas les parecen como objetos sin
valor propio, y el propósito de la vida se ve en vivir haciendo el menos esfuerzo como posible. Poner fe en Jesús, entonces, es como quitar
las catatares. Es ver a todos en la
comunidad como hermanos que merecen la entrega de sí mismo y a los demás como
dignos de respeto. La Eucaristía ejemplifica
perfectamente esta nueva manera de ver.
Pues, con ella Jesús entrega su propia vida para fortalecer a sus discípulos
y para llamar a todos a sí mismo.
Hoy en
día nosotros también tenemos que preguntarnos cómo podemos aprovecharnos de la
carne de Jesús en la Eucaristía. Una vez
más requiere mayor esfuerzo que ponernos en la fila de Comunión. Más bien, tiene que ver con vivir el
discipulado de Jesús según las normas de la Iglesia. No es que estas normas sean ni arbitrarias ni
ingenuas. Al contrario, provienen de dos
mil años de experiencia formando una comunidad del amor. Atañan tanto nuestro modo de creer como
nuestro modo de actuar. Si vamos a
recibir la Comunión eficazmente, tenemos que creer que es el cuerpo de Jesús,
no sólo un símbolo que nos recuerda de él.
Asimismo, antes de recibir la hostia, tenemos que pedir perdón por
nuestras ofensas y, si son graves, conseguir la absolución del sacerdote. Faltando el reconocimiento de nuestros
pecados, nosotros estamos implicando que realmente no hay necesidad del
sacrificio de Jesús.
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