El
muchacho tiene quince años. Dice que ya
no quiere asistir en la misa. “¿Por qué, mi hijo?” le pregunta su mamá. “Por qué soy agnóstico”, le contesta. Quién
sabe de dónde saca esta respuesta – ¿la escuela, la televisión, quizás la clase
de confirmación? Más al caso, ¿cómo
puede ser agnóstico sin haber estudiado las grandes cuestiones de la vida? A lo mejor es rebelde. Aunque le hace a su mamá llorar, no ha
perdido la fe.
¡Que
todas las rebeldías sean sólo tan grandes como la del muchacho! Desafortunadamente la gente encuentra insurrecciones
mucho más amenazantes: la rebeldía del cuerpo enfermo con cáncer; la rebeldía
de la sociedad en tiempos revolucionarios como pasa Siria ahora; la rebeldía en
la economía que deja a millones sin empleos. De hecho, cada vida tiene sus propios revueltos. No sería humana la vida que no enfrenta el
desorden.
Y ¿qué
va a hacer la mamá del muchacho que no quiere ir a misa? Primero, tiene que buscar la ayuda. Se la puede pedir al párroco, a la maestra de
escuela, y a su comadre que ha criado media docena de hijos e hijas. Cada uno tiene el punto de vista único que le
dará consuelo. Sin embargo, le hace
faltar consultar al Señor también. Cómo
dice a las multitudes: “Acérquense a mí todos los que están rendidos y
abrumados, que yo les daré respiro”.
Hoy
proclamamos a Jesús nuestro rey. Pero no
es un rey como muchos. Eso es, no se
preocupa por la imagen que dé, sino por el bien de su pueblo. Hay una foto de los nuevos reyes de Europa algunos
años antes de la Primera Guerra Mundial.
Cada uno lleva un saco con adornos de oro y un montón de medallas. Se consideran como héroes a pesar de que
dentro de poco van a conducir sus países en un infierno tomando quince millones
vidas. Jesús no es un rey así.
¿Qué diría Jesús a la mamá con el hijo rebelde? Primero, le respaldaría sus esfuerzos a criar
al niño en la fe. Con tal de que el
muchacho viva en la casa familiar, tiene que participar en las obras caseras
que incluyen la asistencia en la misa dominical. Segundo, Jesús le recomendaría que ella
participe en las actividades del muchacho.
Ella podría decirle: “Bien, mi hijo, tienes que ir a misa con la familia
y después iremos al museo para ver la exposición sobre el buque Titanic”. Jesús
nos instruye que el amor impulsa tales sacrificios.
Se
consideran como los menesteres del rey al defender del pueblo de enemigos y a darle
la ley. Jesús cumple las dos tareas. En primer lugar, salvó al mundo de las garras
del maligno por su muerte en la cruz. En
segundo lugar, envía al Espíritu Santo que escribe su ley de amor en los
corazones de sus discípulos. Pero, como
el rey supremo se incumbe a sí mismo el cuidado de los necesitados; eso es, todos
nosotros cuando nos quitemos de la fantasía que somos auto-suficientes. Por toda la dificultad que hayan
experimentado, los miembros de Alcohólicos Anónimos al menos saben que solo el
hombre está destinado a fracasar.
Siempre le hace falta un “Poder Superior” para ayudarle y una comunidad
para apoyarle.
Esto es
un tiempo de gracias. En Norteamérica
las familias están acabando los restos del pavo del Día de Acción de
Gracias. Más al caso, la Iglesia termina
esta semana el año litúrgico que celebra la victoria de Cristo sobre el pecado
y la muerte. Antes de las actividades de
diciembre tenemos un respiro para reflexionar en el amor que impulsó a Jesús a
morir en la cruz. Tenemos un respiro
para reflexionar en el amor de Jesús.
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