El domingo, 18 de noviembre de 2012


EL XXXIII DOMINGO ORDINARIO
(Daniel 12:1-3; Hebreos 10:11-14.18; Marcos 13:24-32)
 
La pintura tal vez más famosa en el mundo recientemente celebró un aniversario significativo.  Hace 500 años Miguel Ángel  terminó el mural que cubre el cielo raso de la capilla Sixtina en el Vaticano.  Todo el mundo lo reconoce por el modo en que el pintor colocó las manos de Dios y Adán.  Es como si se pudiera sentir la carga que puso en vida al hombre.  La obra de que proviene la segunda lectura hoy es casi tan impresionante.
Según los expertos la Carta a los Hebreos no tiene igual como un testimonio teológico de Jesús.  El tratamiento de las dos naturalezas del Señor queda en perfecto equilibrio.  Jesús es tanto el hombre que sufre junto con nosotros como el Dios que nos salva.  También, se destaca la carta por su lenguaje bien culto con frases memorables.  ¿Quién no reconoce los dichos: “(la palabra de Dios) es más aguda que cualquier espada de dos filos…” (4,12) y “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre” (13,8)?  Asimismo, la carta desarrolla una tesis tan lógica que pueda convencer a cualquier cristiano titubeante a dar la cara por Jesús.
Sin embargo, la Carta a los Hebreos nos presente unos enigmas.  No se sabe quién la escribió, de qué parte del imperio se procedió, o a cuál comunidad se le dirigió.  La carta menciona al rey y sumo sacerdote Melquisedec que se viene y se va sin referencias como un tipo de Jesús.  Igualmente se puede decir que Melquisedec se asemeja la carta misma debido a sus orígenes y destinación oscuros.
Para apreciar la carta hay que darse cuenta de dos condiciones que trata: el pecado y la persecución.  Para que los cristianos resistan la persecución amenazando su salvación, la carta subraya el hecho que Jesús ha perdonado sus pecados.  Desgraciadamente la gente actual a menudo se encuentra a sí misma perdida acerca de ambos el perdón del pecado y la persecución que le envuelve.  Se pregunta: “¿Cómo hemos pecado y qué nos persigue?  Que proveamos unas respuestas a estos interrogantes.
En una familia la mujer va a trabajar mientras su esposo hace las tareas caseras.  Una vez cuando ella regresaba al final del día, el foco en el garaje quedaba quemado y ella dio en la espinilla con la puerta de carro.  Ella reportó el problema a su marido el cual prometió a remplazarlo.  La próxima noche la misma cosa pasó y también la tercera noche.  Cuando en la cuarta noche no se ha cambiado el foco, ella estalló en disgusto: “Dios mío, Ron – le gritó a su esposo – hazlo o no lo hagas, pero por favor, dime tu intención”.  Ron replicó también irritado: “Mírate, tan obsesionada sobre un foco”.  ¿Quién peca?  Aunque ninguno querría reconocerlo, los dos piensan en sí mismo como el más importante.  Muchos nosotros pecamos así.
Pero no es que seamos completamente libres para actuar bien.  Más que nunca estamos distraídos de nuestros prioridades.  Siempre llevamos teléfono que nos interfiere en los momento menos provechosos.  Además, la televisión está encendida por la mayor parte del día bombeándonos con trivialidades.  Y los niños con computadoras armadas con Internet requieren nuestra atención cada cuando.  Es un tipo de persecución – realmente el acoso -- que amenaza la paz del espíritu. 
La Carta a los Hebreos asegura que Jesús conoce bien tanto la tentación a pecar como la persecución que nos afrentan.  Además, su sacrificio nos ha ganado la fuerza para superar las dos.  Sólo tenemos que tenerle en cuenta como una niña yendo a comprar provisiones tiene que recordar todo lo que su madre le ha dicho.  Fijándonos en Jesús, podemos pensar en el otro – sea nuestro esposa o el vecino que nos parece difícil – con mayores necesidades que nuestras.   Asimismo, pidiendo la ayuda de Jesús, tendremos la fortaleza de apagar los aparatos para conversar con nuestros seres queridos.
Estamos conversando con un cliente en nuestra oficina.  Cuando suena el teléfono en el escritorio, le pedimos permiso para contestarlo.  Es otro cliente con problemas serios.  Antes de que termine dándonos la historia, el celular en nuestro cinturón hace su sonido raro.  Revisamos quién será – es nuestro jefe.  Así la vida actual se ha vuelto tan complicada que sintamos perseguidos.  Ya tenemos que fijarnos en el Señor Jesús.  Pidiendo su ayuda, nos conforta como una madre a su niña.  Jesús nos conforta cuando sintamos perseguidos.



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