(Hechos
13:14.43-52; Apocalipsis 7:9.14-17; Juan 10:27-30)
Se ven
los vendedores de nieves en casi todos los barrios hispanos al día
domingo. Andan como reliquias del pasado
en sus bicicletas con carritos anexos. Cada año en este cuarto domingo de
Pascua encontramos otra imagen del pasado.
Siempre el evangelio de la misa nos presenta un retrato de Jesús como el
buen pastor.
Algunos
piensan en el buen pastor como encantador.
Les conforta la idea que viven bajo la protección de Jesús. Sin embargo, muchos otros – sea
conscientemente o no -- resienten la implicación de la imagen: si Jesús es
pastor, entonces ellos son como ovejas ingenuas. Pero prefieren considerarse como capaces de
escoger por sí mismos los caminos que van a seguir. Como quisieran llevar tatús
en sus brazos si les da la gana, quieren seguir las religiones que les interesen
o ninguna religión. Si son católicos,
quieren cumplir sólo los mandatos que ellos piensen aptos en sus vidas. Esto es
el mundo del relativismo en que nos encontramos hoy día.
Sin
embargo, por toda la charla dada al individualismo, los seres humanos siguen
patrones semejantes. Casi todos se visten
de bluyines. Muchos escogen carreras que
prometan la mayor riqueza posible en lugar de oportunidades de servir a los
demás en modos significantes. Similarmente muchos caen en las mismas trampas
diabólicas. La pornografía envenena las mentes de un gran número de personas y los
prejuicios enredan a aún más. En muchos
casos estos tropiezos resultan en el fracaso y la vergüenza. Una investigación
reciente ha descubierto que las personas que han visto una película clasificada
X en el último año tienen una probabilidad de divorcio 25 por ciento más alta que
los demás y son 13 por ciento menos probables de reclamar una vida feliz.
En el
evangelio Jesús dice que nadie puede arrebatar sus ovejas de su mano. Quiere decir que aquellos que lo siguen no
van a tropezar sobre los escollos de placer, poder, plata, o prestigio. Más bien, van a llevar un equilibrio que hace
la vida digna. Una vez una pareja dejó
una pequeña fortuna a la caridad después de la muerte de los dos. Explicó el hermano de la mujer que la pareja
siempre vivía con modestia confiando en Dios y cumpliendo su ley.
No es
que los que siguen la llamada de Jesús pierdan la individualidad. Al contrario, cada uno tiene su propia marca
de santidad. Uno logra la beatitud por
ser soldado; otro por ser pacifista. Uno
lleva el afán para socorrer las necesidades de los pobres; otro, para educar a
los jóvenes. Aunque todos nosotros
tenemos que buscar lo bueno y evitar lo malo, los modos de distinguirse en la
virtud son infinitos. Por lo tanto sería
más justo a comparar la comunidad de discípulos de Jesús con un parque
zoológico que un rebaño de ovejas.
En el
evangelio Jesús dice que da a sus ovejas “la vida eterna”. Pensamos en ella como una gran reunión celestial
con parientes y amigos a la muerte. Sin
embargo, el papa Benedicto XVI – tan cumplido el teólogo que ha vivido en
nuestros tiempos – dice no se puede describir con mucho detalle la vida eterna. Según él, la vida eterna es como un “salto
evolucionario” en la existencia. Es
vivir en la felicidad de la Santísima Trinidad donde no hay ni tristeza ni
temor. Es la capacidad de amar a todos
por el bien que lleven y perdonar a todos sus faltas aunque nos hubieran
lastimado.
Tal vez
no nos guste ser considerados como ovejas.
Pero que no olvidemos cómo Jesús no se opone a considerarse como
cordero. Es “el cordero de Dios que
quita el pecado del mundo” – eso es, lo nuestro – en la cruz. Por eso, como ovejas lo tenemos no sólo como
pastor que nos guía sino también como hermano que nos salva. Como ovejas tenemos a Jesús como hermano.
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