EL
TERCER DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
8:23-9:3; I Corintios 1:10-13.17; Mateo 4:12-23)
El otro
día el papa Francisco llamó el aborto “horrífico”. Y ¿qué?
La Iglesia siempre ha condenado el aborto como pecado gravísimo. Pero parece que el papa tenía un motivo
aparte para condenar el aborto ahora. Se
da cuenta de que muchos hombres y mujeres trabajando en pro de la vida se han
preguntado si el papa camine con ellos en la lucha. Pues desde el principio de su papado
Francisco ha hablado fuertemente por el bien do los pobres. Ya quiere enfatizar también su preocupación
sobre los niños no nacidos. Como es su
deber, el papa pone la unidad de la Iglesia en alto lugar. Quiere que todos sientan su apoyo para que no
se opongan a uno y otro. Actúa como san
Pablo en la segunda lectura hoy de la Primera Carta a los Corintios.
Los destinarios
de esta carta comprenden una comunidad pequeña en una sociedad grande. Se forma de ricos y pobres, mujeres y
hombres. Pablo mismo fue el que convirtió
a los miembros a Cristo unos años anteriormente. Les habló de Cristo Jesús cuyo cuerpo
resucitado la comunidad ya encarnece.
Sin embargo, ya se han aparecido hendiduras en la estructura. Algunos dicen que son de Pedro; otros se
jactan de que son de Apolo; y algunos se atreven a decir que son de Cristo como
si todos no fueran cristianos. La
comunidad está experimentando la tendencia de deshacerse que afecta todos proyectos
humanos (que en parte es). Es lo que ya se
ha hecho realidad en el cristianismo mundial.
Unos dicen que son evangélicos; otros se jactan que son ortodoxos; nos
llamamos a nosotros mismos católicos; y algunos extienden la audacia de los
corintios de llamarse “cristianos” como si los demás no creyeran en Cristo.
Para
superar estas divisiones, el papa Juan Pablo II recurrió al evangelio donde
Jesús ora a Dios Padre: “Que sean uno como nosotros somos uno”. Pensaba que si es la voluntad del Salvador
que todos sus discípulos sean unidos, entonces es menester de todos cristianos
del día hoy que remendemos las roturas históricas. Similarmente Pablo recurre a Cristo para
vencer las fracciones formándose entre los cristianos de Corinto. Exhorta a todos “en nombre de nuestro Señor
Jesucristo” que vivan unidos. A veces
una madre dice a sus hijos peleando: “Por el amor de mí, que no peleen
más”. Aquí Pablo mira a Cristo como la
fuente de la unidad. Pues Cristo no es sólo
la comunión que comparten todos en la eucaristía sino también él siempre
mostraba la humildad para el bien de todos.
Pablo
hace hincapié en el sacrificio de Cristo por preguntar: “¿Es que Pablo fue
crucificado por ustedes?” Ciertamente
los corintios responderán que “no”, que Jesucristo les dio su vida para
salvarlos del pecado. Pablo espera que
la mención de la entrega de Cristo llame a todos de la comunidad a sacrificios
semejantes. Los papas recientes no se
han retirado de esto reto. El papa Juan
Pablo II escribió que era dispuesto a cambiar al papado en formas no esenciales
para facilitar el ecumenismo. El papa
Francisco pareció aún más deseoso de acogerse a los cristianos no católicos cuando,
como el cardenal arzobispo de Buenos Aires, se hincó delante de pastores
evangélicos para recibir su bendición.
Pero el
ecumenismo requiere los esfuerzos de todos nosotros. Tenemos que buscar caminos nuevos con
personas de otras religiones. Primero
queremos orar para la unidad cristiana, si es posible en servicios particulares
con nuestros hermanos y hermanas separados.
Es preciso también que dialoguemos con ellos para mejorar el
entendimiento mutuo. Pero el diálogo requiere que cada uno estudie sus propias
creencias para que se adelante. No hacer
tales sacrificios para avanzar el diálogo ecuménico sería traicionar el
bautismo en la muerte de Cristo. En la
lectura Pablo recuerda a los corintios del bautismo, que es la muerte del yo
con todas las vanidades.
Si hemos
entendido bien la Nueva Evangelización, entonces nos damos cuenta de que no es
un intento de convencer a los no católicos del dogma católica. Más bien es un esfuerzo de compartir la
alegría de ser cristiano católico junto con una invitación de venir y ver. Extendida al ecumenismo, la Nueva
Evangelización no es la invitación a nuestros hermanos y hermanas separadas a
regresar a la Iglesia Católica. Más
bien es la búsqueda de caminos nuevos en que nos adelantamos juntos en nombre
de nuestro Señor Jesucristo.
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