LA
PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
(Malaquías
3:1-4; Hebreos 2:14-18; Lucas 2:22-40)
El
templo es lugar primordial en el evangelio según san Lucas. Pues, su historia de Jesús comienza y termina
dentro de sus murallas. Después del
prólogo, el evangelio cuenta cómo el ángel anunció a Zacarías en el templo que
su hijo Juan preparará al pueblo para el Mesías. Al final del evangelio los discípulos están
en el templo alabando a Dios. Además, sólo
en este evangelio Jesús mismo llama el templo la casa de su Padre, y el
evangelio ni siquiera sugiere que Jesús destruiría el templo. En el pasaje hoy vemos a María y José llevando
a Jesús al templo para presentarlo a Dios.
La
pareja parece como muchos padres hoy día acudiendo a la iglesia para el bautismo
de sus niños. Mirando a sus hijos, se piensan
en el futuro. Muchos de estos niños vivirán
hasta el vigésimo segundo ciclo. Sus padres se preguntan: ¿Cómo será la vida entonces? ¿Van a estar mirando el Superbowl en televisores
tan grandes que ocupen toda la pared de la casa? Más al caso, los padres
quieren saber qué tipo de persona serán sus hijos. Preguntan si se dirán de ellos lo que un
hombre dijo de su mamá: “Ella tiene una historia con Dios’”. El viejo Simeón responde a tales inquietudes
en los padres de Jesús. Tomando al niño en
sus brazos, Simeón dice que él será la luz de las naciones. Eso es, Jesús
instruirá a todos los pueblos los modos del Dios de Israel.
Al ser
luz de las naciones, Jesús va a crear crises en las vidas de todos aquellos que
lo encuentren. Ellos tendrán que decidir
por él o contra él. Eso es, tendrán que
responder al interrogante: ¿en el final de cuentas vale más la preocupación de
los afligidos o la gloria del mundo? Hoy,
el día del Superbowl, podemos proponer esta pregunta así: ¿sería mejor ganar la
vida eterna o el campeonato nacional de fútbol?
Si no puedes tener los dos, ¿cuál prefieres? Se dice que el famoso entrenador de fútbol Vince
Lombardi comentaba: “Ganar no es toda cosa, es la única cosa”. ¿Es cierto que ganar el partido es la única
cosa que vale o es sólo la vanidad de vanidades?
Cuando
Simeón añade que Jesús será un signo de contradicción, tiene en cuenta su
crucifixión. La contradicción es que en Calvario Jesús, sangriento y muriendo,
vence el mal. Por eso, la persona que lo
mira diciendo: “Gracias, Señor, te seguiré aun si me pasa a mí la misma suerte”
va a recibir un premio eterno. Mientras
la persona que menea la cabeza pensando que nadie vale tal gran sacrificio va a
acabar desilusionada. Sin embargo, a nosotros,
bien acostumbrados a ver el crucifijo, nos cuesta capturar la contradicción de
Jesús en la cruz. Por eso, propongámonos
otro signo de contradicción más contundente para el día hoy. Los niños con el síndrome Down a menudo
provocan ahora las mismas reacciones que Jesús crucificado en tiempos bíblicos. Al mirarlos, ¿meneamos la cabeza murmurando
que sus madres deberían haberlos abortado?
O ¿podemos ver a tales niños como son en realidad: dones de Dios que
valen todo nuestro amor?
Hoy, el
dos de febrero, es el día en que tradicionalmente se bendecían las velas para
los servicios litúrgicos a través del año.
La razón es evidente: así como las velas alumbran la iglesia, Jesús
alumbra las naciones con su verdad.
Podemos decir con más certeza que Vince Lombardi que seguir a él vale más
que toda otra cosa. Pues, Jesús nos guía
a través de las vanidades de este mundo a nuestro premio eterno. Sí, Jesús nos guía al premio eterno.
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