DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
(Hechos
10:34.37-43; Colosenses 3:1-4; Juan 20:1-9)
Recuerda
Rocky. Fue una película que estrenó hace treinta y pico
años. El protagonista era boxeador a quien
le dieron la oportunidad a luchar para el campeonato. Entonces comenzó a levantarse temprano para
entrenarse. La película le mostró
corriendo en el mero centro de la ciudad sin tránsito ni ruido. Pues, eran las cinco de la madrugada. Asimismo el evangelio hoy comienza a una tal
hora.
El pasaje
indica la hora de la salida de María Magdalena al sepulcro de Jesús por decir
“estando todavía oscuro”. Esta frase
indica también la condición de la fe de María.
Como Nicodemo vino a Jesús con dudas cuando era noche, así la fe de
María queda confusa. Todavía no entiende
lo que Jesús significaba cuando dijo: “Yo soy la resurrección y la vida”
(11,25). Pensando en su querido Señor como
muerto, sólo quiere consolarse cerca de sus restos. Nuestra fe a menudo experimenta la misma
confusión después de un fuerte choque con la realidad. Puede ser la muerte repentina de un pariente
o la pérdida inesperada de nuestro empleo.
En lugar de recurrir a Dios para el apoyo, como María enfurruñamos en la
desesperación.
En tal
situación solemos a fijarnos en la negativa.
Hacemos acusaciones y echamos desprecios. Decimos algo como: “¡Los ingratos! Me
despidieron porque no reconocen mi cumplido aporte por diez años”. Sentimos como un camarón siendo comido por un
tiburón. Así María Magdalena corre a los
discípulos con una interpretación equivocada del sepulcro abierto. Insinúa la intriga cuando dice: “’Se han
llevado…al Señor’”. En su manera de ver, los judíos, que siempre amenazaban
a Jesús, ya le han hecho el último insulto por profanar sus restos.
Pedro y
el otro discípulo, a quien Jesús amaba, corren al sepulcro. Quieren verificar la historia de María, pero
su prisa señala que están turbados. A lo
mejor piensan que si los judíos se han llevado el cuerpo de Jesús, entonces van
a venir pronto buscando a ellos, sus discípulos. Así nosotros nos hundimos más en la
desesperanza. Preguntas transcurren
nuestras mentes como: “¿Ahora qué voy a hacer?” y “¿Cómo podré pagar la casa,
el carro, y mi deuda escolar?”.
Sin
embargo, dentro de poco comenzamos a ver posibilidades. Puede ser el recuerdo de un amigo que nos
ofreció empleo. Pensamos que aun si ya
no necesita ayuda, ella podría darnos otras pistas para encontrar trabajo. Nos llenamos de esperanza de nuevo. Es algo como lo que pasa al discípulo amado
cuando se fija en los lienzos en el suelo y el sudario doblado. De repente se da cuenta que Jesús dijo: “…yo
doy mi vida para retomarla de nuevo” (10,17).
Ya sabe que es la verdad: ¡Jesús ha resucitado!
¿Por qué el discípulo que amaba el Señor cree
cuando Pedro sigue en asombro?
Ciertamente Jesús ama a todos sus discípulos, pero este discípulo, innombrado
en el evangelio, se aprovecha de su amor.
No se preocupa de cómo ganar la fama.
Más bien, se satisface con el hecho que Jesús le quiere. Cree en el Señor como resucitado porque,
sintiendo su amor, recuerda cómo dijo “no los dejaré huérfanos” (14,18). Se dice que el amor es ciego, pero esto es el
amor carnal. El amor perfecto, el amor
de Jesús, nos hace ver. Es la dedicación
de un maestro que no falla a sus alumnos sino que les hace tener la fe en sí
mismos y en el valor del estudio. Nosotros
podemos aprovecharnos de este amor alumbrador de Jesús por dejar atrás el
fingimiento de nuestra grandeza para hacer nuestra meta el cumplimiento de su
voluntad. No hay ninguna razón para
angustiarnos; pues Jesús, que es más poderoso que nosotros, nos proveerá todo
lo necesario.
Se reconoce
la Pascua como la celebración de la vida con polluelos y conejos. Pero estos animales no significan la vida
regular con sus preguntas preocupantes como “¿Cómo voy a proveer lo necesario?” No, los polluelos y los conejos representan
la vida en abundancia, que es el amor de Dios conquistándonos la duda, la preocupación,
y últimamente la muerte. Hoy celebramos el
amor conquistando la duda, la preocupación, y la muerte.
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