EL TERCER DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
3:13-15.17-19; I Juan 2:1-5; Lucas 24:35-48)
“El gran
Gatsby” es la historia de un rico que supuestamente ha alcanzado su posición
gracias a sus propios esfuerzos. Era un
fulano del campo que hizo una fortuna en el mercado negro. Cuando intenta conquistar a una mujer casada,
sus ambiciones le causan su caída. “El
gran Gatsby” cuenta una vez más del pecado que Jesús murió para vencer.
En el
evangelio hoy Jesús regresa a sus apóstoles la noche de su resurrección. Les explica que era necesario que muriera
para que la gente se arrepintiera de sus pecados. Sólo por darse se cuenta que un justo sufrió
por sus errores, podrían hombres y mujeres volverse a Dios. En la primera lectura San Pedro dice que los
judíos mataron a Jesús por ignorancia.
Es cierto aunque deberían haber sabido mejor. No se darán cuenta que crucificaron el autor
de la vida hasta que él resucitara de la muerte y se predicara su suerte.
Nosotros
llevamos los mismos tapaojos. Pecamos
pensando que estamos haciendo algo bueno para nosotros mismos. Sea por tomar algo que no nos corresponde o
sea por participar en chisme, tenemos la impresión que nuestro objetivo nos
ayudará. Por supuesto, nos estamos
engañando a nosotros mismos. Como
sabemos en el corazón, hacer daño a otras personas no sólo ofende a Dios sino estropea
a nosotros mismos. El pecado nos quita
el brillo de la imagen de Dios.
Aprendemos
del mismo Jesús lo que no debemos hacer y lo que deberíamos hacer si es posible. Su resurrección de la muerte comprueba que
Dios lo ha enviado para enseñarnos cómo vivir como un pueblo justo. Como Jesús predica a través del evangelio,
tenemos que servir en vez de buscar a ser servidos. Tenemos que amar en vez de preocuparnos que
no seamos amados. Tenemos que apoyar a
los pobres y olvidarse de la avaricia.
De modo igual la resurrección de Jesús muestra nuestro propio
destino. Haber superado el pecado por la
gracia de Jesús, la muerte no más tendrá control de nosotros. Nos haremos en mujeres y hombres nuevos para
vivir con el mismo Jesús en la eternidad.
Al menos
en el hemisferio norte estos días la tierra está volviendo a la vida
robusta. Los árboles echan baldaquines
verdes para protegernos del sol. Las
flores hacen un espectáculo más impresionante que lo de los cohetes. Por estas
muestras de grandeza la naturaleza nos da una vislumbre de los dos resultados
de la resurrección de Jesús. Primero, ella
enseña la belleza de dejar los engaños de nuestras propias ambiciones para
volvernos al servicio de Dios. Segundo,
anticipa la gloria de nuestra reunión con Jesús en su victoria sobre la muerte.
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