El domingo, 12 de abril de 2015



EL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA (DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA)

(Hechos 4:32-35; I John 5:1-6; John 20:19-31)

La película “Entrañable misericordia” muestra la resurrección de un cantante de música country, llamado Mac Sledge.  Comienza con la vida de Mac en trozos.  Su matrimonio ha fracasado, se hizo alcohólico, y ha dejado su ocupación.  A lo mejor Mac moriría debajo de las nubes espesas que le apremian.  Pero encuentra a una joven viuda que le presenta la fe cristiana.  Por el amor de la viuda a quien le casa y la gracia del Bautismo, él supera las sombras.  Al final de la película el hombre pregunta por qué se le ha bendecido tanto.  Concluye que no fue por nada que él hizo.  No, tuvo que ser la divina misericordia.

Hoy celebramos “el Domingo de la Divina Misericordia”.  Recordamos las muchas bendiciones que cada uno de nosotros, tanto como Mac Sledge, ha tenido.  Hemos recibido gratuitamente la vida en sí, la familia, la fe, y diez miles otras bendiciones.  Sobre todo en este segundo domingo de Pascua queremos darle gracias a Dios por tres cosas – la nueva vida que la resurrección de Jesús nos promete, el sacramento de la Penitencia, y la comunidad de la fe.

Parece como una fantasía, ¿no? que un hombre ha resucitado de la muerte.  No se habla seriamente de la resurrección en los escritos fuera del cristianismo.  Por la duda que presenta Tomás en el evangelio ahora, evidentemente algunos discípulos de Jesús también tenían dificultad aceptarla.  Pero los apóstoles arriesgaron sus vidas dándola testimonio.  De hecho muchos de ellos entregaron sus vidas no sólo para proclamar la resurrección de Jesús de la muerte sino también para experimentarla.  La mayoría de los apóstoles murieron como mártires de la fe.  A propósito, tenemos que ser claros de que consiste la resurrección de la muerte.  No estamos hablando de la continuación del alma una vez que expire el cuerpo.  Aunque es parte de la fe cristiana que las almas tienen existencia aparte del cuerpo, la resurrección de la muerte proclama algo mucho más atrevido.  Dice que al final de los tiempos nuestros cuerpos van a ser recreados en la gloria. 

Disfrutamos de la vida corporal.  Nos gustan el sonido de la música y el sabor del chocolate.  Nos encantan las miradas de otras personas y la sensación de ser importantes.  Desgraciadamente, nuestro deseo para los placeres de la vida a veces excede lo que es necesario, justo, y bueno.  Aunque sabemos el satisfacer de estos deseos sería malo, lo hacemos.  En otras palabras, pecamos.  Otra vez estamos en necesidad de la divina misericordia. El evangelio enseña cómo el Señor ha anticipado nuestro lío con la comisión de sus apóstoles.  Les envía afuera como los dispensadores de su perdón. 

Sin embargo, por la misma divina misericordia tenemos la comunidad para enseñarnos cómo vivir rectamente.  La Iglesia nos transmite los valores de la igualdad y la compasión para que vivamos orientados no sólo a este mundo que pasa sino también al que va a venir.  En la primera lectura se describe como la Iglesia primitiva sirve como luz para el pueblo entero de Jerusalén.  Así el papa Francisco está formando la Iglesia de hoy en el defensor de la vida desde el principio hasta el fin natural.  Quiere que luchemos contra el aborto y la eutanasia.  También nos exhorta a doblar los esfuerzos para apoyar a los marginados. 

Hace catorce años el papa San Juan Pablo II declaró el segundo domingo de Pascua como el Domingo de la Divina Misericordia.  Quería reforzar la devoción a Jesús iniciada por la monja polaca, Faustina Kowalska.  La santa Faustina exhortó a la gente que se aprovechara de la divina misericordia por participar en los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía.  También recomendó que sean dispensadores de la divina misericordia por actos de compasión.  Que no faltemos a seguir sus consejos.  Que seamos tanto aprovechadores como dispensadores de la divina misericordia.

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