EL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA (DOMINGO DE LA
DIVINA MISERICORDIA)
(Hechos
4:32-35; I John 5:1-6; John 20:19-31)
La
película “Entrañable misericordia” muestra la resurrección de un cantante de
música country, llamado Mac Sledge.
Comienza con la vida de Mac en trozos.
Su matrimonio ha fracasado, se hizo alcohólico, y ha dejado su
ocupación. A lo mejor Mac moriría debajo
de las nubes espesas que le apremian. Pero
encuentra a una joven viuda que le presenta la fe cristiana. Por el amor de la viuda a quien le casa y la gracia
del Bautismo, él supera las sombras. Al
final de la película el hombre pregunta por qué se le ha bendecido tanto. Concluye que no fue por nada que él hizo. No, tuvo que ser la divina misericordia.
Hoy
celebramos “el Domingo de la Divina Misericordia”. Recordamos las muchas bendiciones que cada
uno de nosotros, tanto como Mac Sledge, ha tenido. Hemos recibido gratuitamente la vida en sí,
la familia, la fe, y diez miles otras bendiciones. Sobre todo en este segundo domingo de Pascua queremos
darle gracias a Dios por tres cosas – la nueva vida que la resurrección de
Jesús nos promete, el sacramento de la Penitencia, y la comunidad de la fe.
Parece
como una fantasía, ¿no? que un hombre ha resucitado de la muerte. No se habla seriamente de la resurrección en
los escritos fuera del cristianismo. Por
la duda que presenta Tomás en el evangelio ahora, evidentemente algunos
discípulos de Jesús también tenían dificultad aceptarla. Pero los apóstoles arriesgaron sus vidas dándola
testimonio. De hecho muchos de ellos
entregaron sus vidas no sólo para proclamar la resurrección de Jesús de la
muerte sino también para experimentarla. La mayoría de los apóstoles murieron como
mártires de la fe. A propósito, tenemos
que ser claros de que consiste la resurrección de la muerte. No estamos hablando de la continuación del
alma una vez que expire el cuerpo. Aunque
es parte de la fe cristiana que las almas tienen existencia aparte del cuerpo,
la resurrección de la muerte proclama algo mucho más atrevido. Dice que al final de los tiempos nuestros
cuerpos van a ser recreados en la gloria.
Disfrutamos
de la vida corporal. Nos gustan el
sonido de la música y el sabor del chocolate.
Nos encantan las miradas de otras personas y la sensación de ser
importantes. Desgraciadamente, nuestro
deseo para los placeres de la vida a veces excede lo que es necesario, justo, y
bueno. Aunque sabemos el satisfacer de estos
deseos sería malo, lo hacemos. En otras
palabras, pecamos. Otra vez estamos en
necesidad de la divina misericordia. El evangelio enseña cómo el Señor ha
anticipado nuestro lío con la comisión de sus apóstoles. Les envía afuera como los dispensadores de su
perdón.
Sin
embargo, por la misma divina misericordia tenemos la comunidad para enseñarnos
cómo vivir rectamente. La Iglesia nos
transmite los valores de la igualdad y la compasión para que vivamos orientados
no sólo a este mundo que pasa sino también al que va a venir. En la primera lectura se describe como la
Iglesia primitiva sirve como luz para el pueblo entero de Jerusalén. Así el papa Francisco está formando la
Iglesia de hoy en el defensor de la vida desde el principio hasta el fin
natural. Quiere que luchemos contra el
aborto y la eutanasia. También nos
exhorta a doblar los esfuerzos para apoyar a los marginados.
Hace catorce
años el papa San Juan Pablo II declaró el segundo domingo de Pascua como el
Domingo de la Divina Misericordia.
Quería reforzar la devoción a Jesús iniciada por la monja polaca,
Faustina Kowalska. La santa Faustina
exhortó a la gente que se aprovechara de la divina misericordia por participar
en los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía. También recomendó que sean dispensadores de
la divina misericordia por actos de compasión.
Que no faltemos a seguir sus consejos. Que seamos tanto aprovechadores como dispensadores
de la divina misericordia.
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