EL QUINTO DOMINGO DE PASCUA, 3 de mayo de 2015
(Hechos
9:26-31; I Juan 3:18-24; Juan 15:1-8)
Todos
nosotros hemos notado cómo Jesús habla diferentemente en el Evangelio según San Juan. Nos parece raro su tono como si fuera de otra
tierra. En los otros evangelios Jesús
entabla conversación con sus discípulos como un maestro dialoga con sus
estudiantes. Pero en el Evangelio según San Juan parece que
Jesús está dictando la voluntad real a sus súbditos. Cuando encuentra a Nicodemo, por ejemplo, la
conversación comienza con un intercambio entre los dos. Pero dentro de poco Jesús está haciendo un
soliloquio proclamando el amor de Dios para con el mundo.
Se puede
explicar la diferencia de estilo de Jesús entre el evangelio de Juan y los
de Mateo, Marcos, y Lucas por darse cuenta de la historia de
la composición. Ninguno de los cuatro
evangelios fue redacto por un testigo de los eventos. Más bien, todos fueron escritos al menos treinta
y posiblemente setenta años después de los acontecimientos. Los discípulos de Jesús notaron sus palabras
y obras. Después de su ascensión ellos,
ya como apóstoles o “los enviados”, comenzaron a predicar acerca de él usando
la materia que habían conservado. En
tiempo cuando los apóstoles estaban martirizándose, los evangelistas usaron sus
predicaciones como la base de sus narrativas de la obra redentora de
Jesús. Además de las predicaciones de
los apóstoles, cada uno de los cuatro evangelistas tenía materia que encontró
por sus propias investigaciones. Se
puede ver una semejanza entre los primeros tres evangelios de modo que parezca
que aquel de Marcos fue el primero
escrito con Mateo y Lucas desarrollando su historia. Pero Juan hizo una reflexión original y profunda sobre toda la materia transmitida
por los apóstoles. En su parecer Jesús andaba
en la tierra como si fuera resucitado de la muerte desde el comienzo de su
ministerio.
Una de
las características más prevalentes de Juan
es Jesús usando la frase “Yo soy”.
Sabemos que en el Antiguo Testamento se conoce a Dios por estas
palabras. En Éxodo Dios revela su nombre
a Moisés: “Yo soy quien soy” o “Yo soy que causa ser”. Esto es, esta frase proclama a Dios como la
fuente de la existencia. En el Evangelio según San Juan el autor ocupa
las palabras para indicar los modos en que Jesús toca nuestras vidas más
profundamente. Dice Jesús de sí mismo:
“Yo soy el pan de vida” – el que nos nutre la vida eterna, “Yo soy la luz del
mundo” – el que nos ilumina el camino a Dios, “Yo soy el Buen Pastor” – el que nos
protege de los malvados, y otros. Ahora
encontramos otro de estas frases reveladoras de Jesús: “Yo soy la verdadera
vid” – el que hace posible que hagamos obras que merecen la vida eterna. En la segunda lectura de la Primera Carta de
Juan se explica exactamente de qué consiste estas obras – el amor abnegado, eso
es el amor de Jesús mismo.
Pero nos
cuesta amar a otros como amamos a nosotros mismos. Los jóvenes tienen deseos fuertes a tener
relaciones íntimas cuando el amor abnegado les dicta el sexo es reservado para
el matrimonio. Los niños quieren ver la
pantalla del televisor o de su computadora veinte horas por día cuando el amor
abnegado requiere que obedezcan a sus padres.
Los ancianos quieren seguir mandando el orden de sus vidas cuando el
amor de Jesús les exige que tengan la paciencia. Los adultos anhelan relajarse en la casa, en
el trabajo, y en la comunidad cuando el amor les urge que sean responsables veinticuatro
siete. Sólo se puede cumplir las tareas
del amor abnegado por adherir a la vid del amor que es Jesús. Sus palabras nos instruyen y su gracia nos
fortalece para que nuestras obras redunden al bien de los demás. Tenemos que adherir
a Jesús, la fuente de la vida.
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