LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
(Hechos
1:1-11; Efesios 4:1-13; Marcos 16:15-20)
En un sentido no parece muy importante la Ascensión del Señor. Pues, cae entre la Resurrección y la
Pentecostés como el café entre dos comidas fuertes. Además en muchas partes se ha cambiado el día
de la celebración del cuadragésimo día después de Pascua al séptimo domingo de
Pascua. Pero el día de la Ascensión
sigue como uno de los días festivos más significativos en el año
litúrgico. ¿Por qué? Que reflexionemos un poco sobre este
interrogante con un ojo fijado en las lecturas de la misa hoy.
Como indica la palabra, la Ascensión tiene que ver con la subida. En este caso es Jesucristo subiendo “hasta que una nube lo
ocultó…” Se piensa en las alturas
como limpias y silenciosas. La grandeza
de las cimas de montañas no queda simplemente con la vista panorámica sino también con la
paz palpable. Ya Jesús ha ido allá para
fundar un lugar para nosotros como si fuera un chalet en los Alpes para nuestro
jubileo.
Más notable aún Jesús ascienda con
su cuerpo. Subraya la dignidad del
cuerpo que Jesús está para establecer un lugar donde nuestros cuerpos puedan
residir junto con lo suyo para siempre.
A veces, particularmente cuando nos ponemos debilitados, desvaloramos el
cuerpo como si fuera un vaso desechable.
Sin embargo, no podríamos aprender, ni reír, ni siquiera disfrutar de un
vinito incorpóreos. La Ascensión
entonces sugiere la actitud apropiada hacia nuestro cuerpo. Sería desequilibrado poner nuestra atención sólo
en formar un cuerpo envidiable como lo del Señor Atlas. Tampoco sería justo desconocer las
necesidades del cuerpo para dieta, ejercicio y descanso. No, queremos cuidar nuestros cuerpos para el día
en que nosotros resucitemos de la muerte.
Como resultado más sobrio la Ascensión también significa que Jesús no
más camina con nosotros. Un himno
americano lo describe con la emoción indicada: “…no oímos las palabras
graciosas de aquel que habló como nadie jamás habló”. Eso es, no más está aquí Jesús para responder
en voz alta a las inquietudes de nuestro corazón. Sí, es lamentable, pero a veces desperdiciamos
oportunidades para tener un encuentro significativo con personas por hacer
preguntas superficiales. En lugar de
exponer nuestras preocupaciones más profundas terminamos despistados como los
discípulos en la primera lectura hablando sobre la política de Israel.
Realmente es mejor que Jesús se ha ido porque, como todos hombres, era
limitado a aquellos que lo rodearan. Es
cierto, si fuera entre nosotros hoy día, podría usar los medios sociales para
llegar a las multitudes. Pero ¿realmente
estamos satisfechos por mirar una página de Facebook o tener una visita por el
Skype? La verdad es que tres o cuatro
millones gentes van a esperar tres horas y más sólo para ver al papa en persona
cuando viene a los Estados en septiembre aunque podrían verlo en la tele. La
salida de Jesús ha hecho posible un don que toca a todos profundamente. Como indica la segunda lectura, su Ascensión
ha iniciado la venida del Espíritu Santo.
Con la gracia del Espíritu Santo podemos superar la envidia, el orgullo,
y el prejuicio que nos impiden tener el amor para uno y otro. Ciertamente es el Espíritu Santo que unifica en
la Iglesia a hombres y mujeres de todos los rincones del mundo hablando
centenares de lenguajes.
No es que seamos para Jesús sólo elementos de una muchedumbre. La Ascensión habla de Jesús ocupando el
puesto a la derecha de Dios Padre para abogar
por nosotros. Es la manera
bíblica para decir que él cuida de cada uno como un hermano menor. Por haber pasado tiempo entre nosotros Jesús conoce
el dolor que nos hace miserable el día. Experimentó
la ilusión de tener oportunidad para probarse y también la desilusión de ser
rechazado. No va a olvidarse de nosotros
en tales situaciones. Más bien, nos
escuchará cuando recorramos a él y nos responderá.
No mucho después de haber fundado el Orden de Predicadores, Santo
Domingo de Guzmán dispersó a los frailes para los rincones de Europa. Le decían que el hecho era prematuro, pero
Domingo respondió: “La semilla va a fructificar si se la siembra, pero pudrirá
si se la acaparará”. Jesús dejó a sus
discípulos con este mismo reto. Quería
que se fueran a predicar el evangelio a todas partes. Por eso, la lectura de Hechos termina con los
ángeles reprochando a los discípulos: “¿Qué hacen allí parados, mirando al cielo?” En otras palabras les avisan que ya es tiempo
para prepararse para la evangelización. Se
nos dice algo semejante a nosotros al final de la misa: “…váyanse en paz
glorificando a Dios por sus vidas”. Como
los discípulos al día de la Ascensión somos para evangelizar con nuestras
vidas.
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