El domingo, 17 de mayo de 2015



LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

(Hechos 1:1-11; Efesios 4:1-13; Marcos 16:15-20)

En un sentido no parece muy importante la Ascensión del Señor.  Pues, cae entre la Resurrección y la Pentecostés como el café entre dos comidas fuertes.  Además en muchas partes se ha cambiado el día de la celebración del cuadragésimo día después de Pascua al séptimo domingo de Pascua.  Pero el día de la Ascensión sigue como uno de los días festivos más significativos en el año litúrgico.  ¿Por qué?  Que reflexionemos un poco sobre este interrogante con un ojo fijado en las lecturas de la misa hoy.

Como indica la palabra, la Ascensión tiene que ver con la subida.  En este caso es Jesucristo subiendo hasta que una nube lo ocultó…”  Se piensa en las alturas como limpias y silenciosas.  La grandeza de las cimas de montañas no queda simplemente con la vista panorámica sino también con la paz palpable.  Ya Jesús ha ido allá para fundar un lugar para nosotros como si fuera un chalet en los Alpes para nuestro jubileo.

Más notable aún Jesús ascienda con su cuerpo.  Subraya la dignidad del cuerpo que Jesús está para establecer un lugar donde nuestros cuerpos puedan residir junto con lo suyo para siempre.  A veces, particularmente cuando nos ponemos debilitados, desvaloramos el cuerpo como si fuera un vaso desechable.  Sin embargo, no podríamos aprender, ni reír, ni siquiera disfrutar de un vinito incorpóreos.  La Ascensión entonces sugiere la actitud apropiada hacia nuestro cuerpo.  Sería desequilibrado poner nuestra atención sólo en formar un cuerpo envidiable como lo del Señor Atlas.  Tampoco sería justo desconocer las necesidades del cuerpo para dieta, ejercicio y descanso.  No, queremos cuidar nuestros cuerpos para el día en que nosotros resucitemos de la muerte. 

Como resultado más sobrio la Ascensión también significa que Jesús no más camina con nosotros.  Un himno americano lo describe con la emoción indicada: “…no oímos las palabras graciosas de aquel que habló como nadie jamás habló”.  Eso es, no más está aquí Jesús para responder en voz alta a las inquietudes de nuestro corazón.  Sí, es lamentable, pero a veces desperdiciamos oportunidades para tener un encuentro significativo con personas por hacer preguntas superficiales.  En lugar de exponer nuestras preocupaciones más profundas terminamos despistados como los discípulos en la primera lectura hablando sobre la política de Israel. 

Realmente es mejor que Jesús se ha ido porque, como todos hombres, era limitado a aquellos que lo rodearan.  Es cierto, si fuera entre nosotros hoy día, podría usar los medios sociales para llegar a las multitudes.  Pero ¿realmente estamos satisfechos por mirar una página de Facebook o tener una visita por el Skype?  La verdad es que tres o cuatro millones gentes van a esperar tres horas y más sólo para ver al papa en persona cuando viene a los Estados en septiembre aunque podrían verlo en la tele. La salida de Jesús ha hecho posible un don que toca a todos profundamente.  Como indica la segunda lectura, su Ascensión ha iniciado la venida del Espíritu Santo.  Con la gracia del Espíritu Santo podemos superar la envidia, el orgullo, y el prejuicio que nos impiden tener el amor para uno y otro.  Ciertamente es el Espíritu Santo que unifica en la Iglesia a hombres y mujeres de todos los rincones del mundo hablando centenares de lenguajes.

No es que seamos para Jesús sólo elementos de una muchedumbre.  La Ascensión habla de Jesús ocupando el puesto a la derecha de Dios Padre para abogar  por nosotros.  Es la manera bíblica para decir que él cuida de cada uno como un hermano menor.  Por haber pasado tiempo entre nosotros Jesús conoce el dolor que nos hace miserable el día.  Experimentó la ilusión de tener oportunidad para probarse y también la desilusión de ser rechazado.  No va a olvidarse de nosotros en tales situaciones.  Más bien, nos escuchará cuando recorramos a él y nos responderá.


No mucho después de haber fundado el Orden de Predicadores, Santo Domingo de Guzmán dispersó a los frailes para los rincones de Europa.  Le decían que el hecho era prematuro, pero Domingo respondió: “La semilla va a fructificar si se la siembra, pero pudrirá si se la acaparará”.  Jesús dejó a sus discípulos con este mismo reto.  Quería que se fueran a predicar el evangelio a todas partes.  Por eso, la lectura de Hechos termina con los ángeles reprochando a los discípulos: “¿Qué hacen allí parados, mirando al cielo?”  En otras palabras les avisan que ya es tiempo para prepararse para la evangelización.  Se nos dice algo semejante a nosotros al final de la misa: “…váyanse en paz glorificando a Dios por sus vidas”.  Como los discípulos al día de la Ascensión somos para evangelizar con nuestras vidas.

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