LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
(Éxodo
24:3-8; Hebreos 9:11-15; Marcos 14:12-16.22-26)
El hombre
era orgulloso de su nación nativa. Vino
del país vasco. Dijo que allá la
sacudida de mano era suficiente para sellar un acuerdo. No había necesidad de documentos escritos,
mucho menos de abogados. Sin embargo, en
las lecturas hoy escuchamos de acuerdos que necesitan sellos más solemnes.
En la
primera lectura del libro de Éxodo Dios está consumando un pacto formal con
Israel. Es la gran alianza de Sinaí en la
cual Dios promete a proteger al pueblo en cambio del acatamiento de Israel a su
voluntad. Se sella el pacto con la
sangre de novillos primero derramada sobre el altar y entonces rociada sobre la
gente. El simbolismo es dramático. La sangre significa la vida. Echada sobre el altar, que simboliza a Dios,
y sobre el pueblo la acción indica que los dos ya están unidos en una sola vida.
Sin
embargo, la alianza se probó demasiado onerosa para Israel. En el tiempo de los reyes el pueblo
desconoció la ley como atestiguan los profetas.
En la edad de Jesús, la manipulan los fariseos para su propio
beneficio. Por eso, en el evangelio
Jesús forja una alianza nueva entre Dios y los hombres. No limita el número de los participantes ni a
sus discípulos ni a Israel sino incluye al mundo entero. Tampoco usa símbolos para sellar el pacto. Más bien, ocupa su propio cuerpo en forma del
pan y su propia sangre en forma del vino.
Entregados a nosotros, estos elementos se hacen un sacrificio que agrada
a Dios mientras fortalecen a nosotros. Ya
tenemos en nuestros cuerpos la mera vida de Jesús para fortalecernos. El día próximo el cuerpo de Jesús será desgarrado
y su sangre derramada como compruebas de la realidad de su sacrificio.
La segunda
lectura explica más el sacrificio de Jesús
y la alianza nueva que hizo. Dice
que su sacrificio vale más que la sangre y las cenizas de los animales
esparcidas sobre la gente. Pues, donde el
sacrificio de los animales sólo puede lograr el perdón del pecado, el
sacrificio de Jesús transforma la conciencia para hacer la adoración verdadera. Esta transformación configura la nueva
alianza entre Dios y nosotros. Dios nos
ha hecho en sus propios hijos e hijas capaces de hacer actos del amor verdadero. Por estos actos agregamos a los sacrificios
que agradan a Dios mientras merezcamos la vida eterna.
La
alianza nueva nos hace posible ser fieles a los otros compromisos que hemos
hecho. Por ser hijos e hijas de Dios,
ustedes no quieren decepcionarlo por engañar a sus esposos o esposas. Conscientes del destino eterno, todos queremos
cumplir las tareas en la vida diaria, sea en el trabajo, en la esquela, en las
carreteras, o en la casa. Una mujer
católica ejemplifica esto. Es esposa,
madre, trabajadora, y dueña de una pequeña empresa. Se esfuerza mucho para cumplir sus compromisos,
pero se distingue la mujer por la gran generosidad que brinda a todos.
Cuando
las lluvias de primavera han pasado pero antes del calor fuerte del verano, hay
una frescura maravillosa en la tierra. Sentimos
renovados como si nos hubieran dada nuevo arranque en la vida. Es como la nueva alianza del Cuerpo y Sangre
de Cristo. Ya nos hemos transformado en
hijas e hijos de Dios. Ya tenemos la
capacidad para hacer actos del amor verdadero.
Ya tenemos la capacidad para hacer actos del amor.
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