El domingo, 14 de febrero de 2016



Primer Domingo de Cuaresma

(Deuteronomio 26:4-10; Romanos 10:8-13; Lucas 4:1-13)

¿Qué película ganará el Óscar este año?  Todo el mundo sabrá dentro de poco.  Pero no es la película que reciba el premio sino el productor.  Él o ella tienen que orquestar un millón de detalles que resultan en una gran película.  Se puede comparar el papel del Espíritu Santo en la historia de la salvación con aquel del productor de cine.  Hay una vislumbre de la función del Espíritu Santo en el evangelio hoy.

El Espíritu llenó a Jesús con su bautismo en el Río Jordán.  Lo ungió para cumplir la misión de Dios, su Padre.  Sin embargo, el Espíritu no envía a Jesús directamente al pueblo para vendar sus hemorragias. Más bien lo manda al desierto.  Una vez un rey encontró a un ermitaño en el desierto.  Dijo el rey que estaba cazando animales y le preguntó al ermitaño que buscaba.  El santo le replicó: “Estoy buscando a Dios”.

También Jesús busca a Dios.  Dios es realidad tan vasta que nunca se puede profundizar.  Aun colmado del Espíritu Santo Jesús tiene esforzarse saber todo lo que Dios significa.  Es la vocación de cada hombre a seguir buscándolo.  El desierto es el lugar apropiado para hacer la búsqueda.  No es que Dios resida en el desierto más que en otra parte sino que en el desierto no hay distracciones para extraviarnos.  Por esta razón pensamos en los cuarenta días de Cuaresma como una caminata por el desierto.

En nuestro desierto no hay arena, cactus y culebra sino las prácticas universales de la abnegación.  En primer lugar, ayunamos de comida imitando a Jesús en el evangelio.  El ayuno muestra nuestro afecto para Dios.  Como una madre deja de dormir si su niña está enferma en la noche por amor de ella, así nosotros dejamos de comer por amor de Dios.  Entonces compartimos de nuestra riqueza con los pobres como expresión de la esperanza.  Dios es rey del universo con responsabilidad por todos los vulnerables bajo su dominio.  Participando en esta tarea, nosotros esperamos que Dios nos socorra en nuestro momento de apuro: la muerte.  Finalmente, oramos más que la cuenta durante la Cuaresma.  La oración expresa la fe que nuestra salvación venga de lo alto, no de los hombres.

Sabremos si hemos encontrado a Dios por superar las tentaciones que prueban a Jesús en el evangelio. Así como el demonio le tienta a utilizar su poder para satisfacer el hambre, nos enfrenta con los deseos carnales.  Si caminamos con Dios, rechazaremos el consumo desordenado de comida, bebida, y sexo.  Tampoco buscaremos el control sobre los demás por nuestras finalidades.  Más bien, reconoceremos a cada persona humana como hecha por Dios para darle a Él la gloria.  En el evangelio Jesús rechaza la oferta del diablo de tener la supremacía sobre todos los pueblos.  Lo hace no sólo porque no quiere adorar al diablo sino también porque quiere que nosotros libremente honremos a Dios Padre. 

La tercera tentación de Jesús es la más perniciosa.  El diablo intenta a trasformar su oración en una manipulación de Dios Padre.  No es por nada que tiene lugar en el templo.  Nos hace pensar en nuestros motivos para rezar.  Algunos dicen que no rezan más porque Dios no contesta sus oraciones.  Si o no percibimos la contestación a nuestras oraciones, tenemos que seguir rezando.  La primera lectura nos provee la razón.  Dios ha sido bueno con Su pueblo.  Éramos caminantes errantes pero ya tenemos la luz de Cristo.  Imitándolo incluso con la oración nos guiará a la vida eterna. 

A menudo se piensa en el desierto como región vasto de arena y culebra. Parece como una tierra perniciosa donde jamás se querría hacer una caminata.  Sin embargo, el desierto tiene sus propias atracciones.  Después de una lluvia el aire se esclarece y los cactus florecen.  Se siente que ha encontrado el camino a Dios.  Sí, en el desierto se encuentra el camino a Dios.

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