EL QUINTO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
6:1-3.3-8; I Corintios 15:1-11; Lucas 5:1-11)
Hace
seis años treinta y tres mineros estuvieron atrapados bajo el desierto chileno. Eran personas de diferentes temperamentos y
religiones. Algunos querían hacer cualquiera
cosa para salvarse. Otros se dieron por
vencidos. Hubo católicos, evangélicos,
testigos de Jehová, y ateos. Jamás habrían congregado para rezar si estuvieran
afuera. Pero en su apuro la súplica era la
goma que los tenía unidos. Rezaron todos
los días: “No somos los mejores hombres, pero, Señor, ten piedad de nosotros”. También confesaron sus faltas. Un hombre dijo que tomaba demasiado. Otro, que se enojaba con demasiada
rapidez. Y otro admitió que no era buen
padre a su hija. Así fue con todos. Con estos actos de humildad los mineros
dieron eco a Isaías en la primera lectura.
El
hombre está rezando en el templo de Jerusalén.
Mira arriba y ve al Señor Dios.
Como los mineros bajo la tierra, Isaías experimenta un momento de la
verdad. Siente que su vida está
terminando. Sólo puede confesar sus
pecados si por casualidad Dios quisiera perdonárselos. Por supuesto, Dios no desea que muera
Isaías. Más bien lo purifica para que
sea su mensajero en el mundo.
Ya ha
llegado nuestra hora de reconocimiento. Este
miércoles comenzamos la cuaresma.
Tenemos cuarenta días para darnos cuenta de la presencia de Dios en
nuestros medios. Como Isaías queremos
examinar nuestras conciencias para descubrir los pecados contaminando nuestras
almas. Pueden ser actos de concupiscencia
que cometimos como jóvenes. Pueden ser
las culpas reclamadas por los mineros pero comunes a todos. Pueden ser hechos de arrogancia, desprecio, e
intolerancia que molestan tanto a Jesús por el evangelio. El objetivo de nuestro inventario del yo será
purificar nuestras conciencias para que vivamos más libres. Es como el halfback entrenando para el
Superbowl por quitarse de diez libras para que corra más veloz.
Se ve a
Pedro hacerlo en el evangelio. Después
de experimentar el poder de Jesús Pedro tiene que admitir que ha pecado
mucho. No se dice lo que ha hecho pero
del resto del evangelio se puede intuir sus pecados. Como falla a Jesús por no desvelarse rezando
con él en el jardín, Pedro es dispuesto a la flojera. Más grave, su negación a Jesús en la casa del
sumo sacerdote le muestra como inconstante en su amor. Sin embargo, Jesús no demora en las
debilidades de Pedro sino se da cuenta de las posibilidades. Lo llama a servir como el primer apóstol destinado
a atraer a muchos a Cristo.
Otra
preocupación nuestra durante la cuaresma es discernir a qué Jesús nos llama
a nosotros. Una vez más hay varias
posibilidades. Puede ser mejores padres
o más responsables administradores. Sin
embargo, no deberíamos pasar por alto la posibilidad que el Señor desee algo
duro de nosotros. Aunque la muchacha
tiene a novio, es posible que Jesús la llame a ser religiosa. Aunque el hombre está muy ocupado toda la
semana, es posible que Jesús quiera que visite a los enfermos en sábado. Un hombre de negocio de México ya mayor ha
desarrollado un ministerio a la cárcel en Dallas. Toda semana va con un grupo para ayudar a los
encarcelados reconocer la caridad de Dios.
A nadie
le gusta negarse a sí mismo con una dieta.
Cuesta dejar de comer pasteles y chocolates. Pero es la única manera que tenemos para
quitarnos del peso. Durante la cuaresma
la dieta nos sirve como símbolo del otro tipo de la quita. Nos quitamos del pecado por reconocer
nuestras faltas. A lo mejor esta quita
es aún más penosa que la de no comer dulces.
Sin embargo, su premio es más grande.
Vivimos más libres de conciencia y más dispuestos a servir al
Señor. Con la confesión de pecados
vivimos más libres a servir.
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