el domingo, 13 de noviembre de 2016

TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Malaquías 3:19-20; II Tesalonicenses 3:7-12; Lucas 21:5-19)

Si estuviéramos a ir a los dos grandes puertos en el sur de China, veríamos algo increíble.  Cada segundo, día y noche, cincuenta y dos semanas por año, cargan naves con un vagón de mercancía.  En tiempo los vagones serán puestos en camiones llevando todos tipos de cosas a los pueblos en los rincones del mundo.  En total exportan anualmente, sólo de estos dos puertos, cuarenta millones vagones.  Al mirar toda esta acción, quedaríamos como los hombres ponderando el Templo en el evangelio hoy.  Ellos están estupefactos con la inmensidad de la estructura.

Sin embargo Jesús les dice que el Templo será destruido.  Les cuenta: “’…no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando…’” Tiene en cuenta la destrucción completa de Jerusalén que los romanos efectuarán unos cuarenta años en el porvenir.  Desde entonces lo que habrá quedado del antiguo Templo será poco más que un muro.  Cuando escuchamos de catástrofes tan enormes, muchos de nosotros nos preguntamos: ¿va a pasar algo semejante con las grandes estructuras de nuestra edad?

Realmente nuestra imaginación está extendiéndose al fin del mundo.  Queremos saber cuándo el mundo terminará y cómo acontecerá. Non preguntamos si los pronósticos como el calendario de los maya son creíbles.  La gente pone a Jesús tales interrogantes en el evangelio.  “’Maestro – preguntan -- ¿cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de que ya está a punto de suceder?’”

Jesús no tiene una respuesta exacta.  Más bien les cuenta de una serie de acontecimientos que van a pasar antes de la venida del Hijo del hombre.  Primero, habrán charlatanes diciendo que son Jesús o aún más grandes que Jesús.  Ellos buscarán nuestra adherencia como políticos pidiendo nuestros votos.  Recordamos cómo uno de los Beatles se jactó que su conjunto era más popular que Jesucristo.  Pero de algún modo la esperanza experimentada con Jesús nunca se ha podido borrar.

Siempre hay desastres, tanto naturales como hechos por los hombres, que ocupan nuestras mentes. Más recientemente las guerras en Siria y el huracán en Haití han llamado nuestra atención.  Sin embargo, Jesús dice que reportes de este género no significan la llegada del fin.  Evidentemente siempre habrá tragedias humanas de grandes proporciones.

Entonces Jesús imparte el núcleo de su mensaje sobre el futuro.  Dice que sus seguidores serán perseguidos por su causa.  En los primeros siglos después de Cristo, muchos cristianos fueron martirizados por su rechazo de ofrecer sacrificios a los dioses.  Pero ¡no hubo tantos mártires como hoy en día!  El número de hombres y mujeres degollados por su fe en Cristo ahora es asombroso -- unos cien mil cada año.  Los cristianos son perseguidos en países musulmanes como Afganistán y en países comunistas como Corea Norte, en países latinos como Honduras y en países africanas como Nigeria.  En muchos casos están acosados porque proclaman la dignidad humana a los pudientes.

Estas gentes tienen corazones rectos.  El profeta Malaquías diría que “brillará el sol de justicia” sobre ellos.  Pues llevan a cabo el mandato de Jesús en el evangelio para dar testimonio de él.  Su fortaleza nos hace más conscientes de sufrimiento en nuestro medio.  Queremos escuchar las quejas de los afligidos y ofrecerles  nuestro apoyo. 

Dicen que el diablo tiene mil maneras para engancharnos.  Una ciertamente es distraernos con fantasías.  En lugar de pensar en cómo dar testimonio de Jesús, algunos se preocupan en pronósticos sobre el fin.  Es mejor que atendamos los problemas de nuestros vecinos.  Una palabra bondadosa por usted aquí, una mano de ayuda por mí allá y en tiempo se aliviará mucho sufrimiento.  Una palabra bondadosa y una mano de ayuda y aliviaremos sufrimiento.

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