SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
(Isaías
11:1-10; Romanos 15:4-9; Mateo 3:1-12)
Cada año
en los segundo y tercer domingos de Adviento el evangelio se enfoca en Juan
Bautista. Es curioso porque a veces ni
menciona el nombre de Jesús. En su lugar
pone en relieve a este hombre salvaje del desierto. Tenemos que preguntar: “¿Quién es este
santo?” y “¿Por qué ronda el Adviento como un perrote en un depósito de
chatarra?”
El
Evangelio de Lucas implica que Juan es pariente de Jesús por María. Sin embargo, no hay ni susurro de esta
relación en el Evangelio de Mateo que escuchamos hoy. Quizás nos parece rara esta falta de interés
en la relación de sangre. Pero lo que
importa en los evangelios es la relación de agua y espíritu que produce la
misma conciencia como la de Jesús. Los
bautizados tienen o, al menos, deberían tener su amor por los demás.
Nos llama
la atención cómo el evangelio describe a Juan.
Lo retrata vestido en pelos de animales que no tienen que ser
hilados. Lo describe nutrido con
langostas y miel silvestre que no tienen que ser cultivados. En su manera de ver Juan vive completamente
pendiente de Dios. Juan no sólo es santo
sino profético también. Su mensaje,
“’Arrepiéntanse porque el Reino de los cielos está cerca,’” da eco a los
profetas de Israel. Básicamente Juan
está diciendo a la gente que tiene que reformarse o va a conocer la ira de
Dios.
Según
Juan vendrá uno que va a demostrar la furia de Dios. Aunque Juan no parece como persona débil, dice
que el que viene será más fuerte. Él separará
a los justos de los malvados llevando al primer grupo a la vida eterna y
echando al segundo al fuego. ¿Quién más
puede ser este juez y verdugo que el Cristo?
Durante este tiempo de Adviento esperamos la venida del mismo Cristo que
Juan anuncia aquí. Anticipamos el final
de los tiempos cuando Jesús regresará para reclamar a sus fieles para la vida
eterna.
Aquí
encontramos un problema. Juan retrata a
Cristo más como un castigador mientras nosotros lo esperamos como nuestro
redentor. De todo lo que sabemos de
Jesús diríamos que cuando venga, producirá la harmonía entre los pueblos, no el
llanto y lamento. Por esta razón
asociamos la primera lectura con el regreso de Jesucristo. Cuando llegue, la pantera se acostará con el
cabrito. Hoy en día serán los
adversarios – los rusos y los ucranios, la tribu tutsi y la tribu hutu, los
árabes y los israelís – que vivirán en
la paz. Posiblemente algunos que no querrán
someterse a los modos de Cristo. Pero
por la mayor parte las gentes aprenderán de él gozosamente.
Somos
discípulos de Jesús, no de Juan Bautista.
Por eso nuestros modos deben ser de compasión y buena voluntad. No echaremos piedras de rencor sino
intentaremos suavizar a los duros de corazón con la bondad. Podemos tomar como modelo una comunidad de fe en que todos los miembros
se comprometen a un “viaje interior” y un “viaje exterior”. Para el “viaje interior” se esfuerzan a
profundizar su amor para Dios. Para “el
viaje exterior” ayudan de modo concreto a los necesitados.
Hay una
pancarta destacando centenares de refugiados apiñados en una lancha. Dice el título: “La única cosa más grande que
el temor es la esperanza”. La pancarta puede
describir también a nosotros durante Adviento.
El temor interior de un mundo terminando con el fuego no nos abruma. Más bien, la esperanza de un futuro de paz
nos mueve al exterior. Mostramos tanto a
nuestros vecinos como a nuestros hijos la bondad de Jesús. Mostramos a todos la bondad de Jesús.
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