El domingo, 20 de noviembre de 2016

Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo 

(II Samuel 5:1-3; Colosenses 1:12-20; Lucas 23:35-43)

Con las elecciones terminadas, las noticias van a concentrarse en otros asuntos.  Uno de estos tendrá que ver con el presidente reinante.  Están preguntando a quienes Obama va a perdonar.  Pues es la prerrogativa del mandatorio -- sea presidente o sea rey -- declarar libres a algunos convictos de crimen.  Sobre todo proclamamos a Jesucristo “rey del universo” porque ha ejercitado este privilegio en favor de nosotros.

Hay una famosa pintura de Jesús crucificado.  Está vivo porque no tiene la herida de lanza en el costado.  Su cabeza está orientada al cielo con sus labios abiertos.  Evidentemente está hablando con Dios.  ¿Qué está diciendo?  No creemos que sea: “’…Por qué me has abandonado’”. Pues no parece desesperado.   A lo mejor está implorando a su Padre por su pueblo.  Según san Lucas, las primeras palabras de Jesús en la cruz son: “’Padre, perdónalos…’”  Tiene en cuenta a sus verdugos, tanto los soldados romanos como el pueblo judío, que clamaba por su crucifixión.  También está pidiendo por nosotros.  Pues la tradición cristiana siempre ha tomado la apelación de la cruz para el perdón como inclusiva de todos los que han pecado.

Pero la mayoría de gentes andan desconociendo cómo ha ofendido a Dios.  Muchos no piensan nada de faltar a pagar impuestos o faltar la misa dominical.  Aún nosotros consideramos nuestros pecados como limitados -- la falta de atención en la oración o “pensamientos impuros”.  Sin embargo, si fuéramos a examinar nuestras vidas, a lo mejor daríamos cuenta de pecados más serios.  Notaríamos cómo nos defendemos de críticas aunque sean justas.  Reconoceríamos cómo despreciamos a otras personas, a veces a razas y pueblos enteros.  Se puede decir que nos ponemos a nosotros mismos entre los soldados burlándose de Jesús en el evangelio.  Citando el letrero y notando su condición patética en la cruz, se ríen cuando dicen: “’Este es el rey de los judíos’”.

Por no reaccionar contra ellos Jesús se muestra como persona de alta dignidad.  Entonces se revela la plenitud de su realeza en lo que sigue.  Mientras uno de los malhechores decide a compartir en los insultos, el otro se arrepiente.  Admite que es pecador y reconoce a Jesús como rey.  Le suplica: “’Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino’”.  Esto es nuestra tarea cada noche antes de acostarnos: que reconozcamos nuestros pecados por un examen de conciencia y que pidamos el perdón con un acto de contrición.  Descubriremos que no somos tan inocentes como pensábamos, pero nuestra situación no es precaria.  Pues tendremos la esquema para corregir las faltas en la mañana.

Sobre todo sentiremos la compasión de Jesús.  Ha prometido el reino a aquellos que se arrepienten.  No nos olvidará de nosotros.  En el evangelio su majestad se hace patente cuando dice al suplicante: “’…hoy estarás conmigo en el paraíso’”.  Ya el hombre puede morir en la paz.  Jesús lo ha reconciliado con Dios Padre.  Es cómo un agonizante siente después de recibir los últimos sacramentos y se han acercado todos sus seres queridos.  No se preocupa por nada; pues irá de la compañía de los santos en la tierra a la compañía de los santos en el cielo.


Con la fiesta hoy terminamos el Año de la Misericordia.  El papa Francisco nos ha recordado continuamente del perdón que Dios nos ha proporcionado por su Hijo Jesucristo.  Más que esto nos ha demostrado cómo la persona libre de sus pecados actúa.  A los viernes a través del año el papa ha ido a varios grupos que ha sufrido.  Un viernes visitó un asilo de los ancianos y enfermos; otro viernes, fue a una comunidad de adictos.  Más recientemente habló con un grupo de hombres que se han retirado del sacerdocio junto con sus familias.  Nos enseñó Francisco que la misericordia es una calle de dos vías.  La recibimos de Dios en forma del perdón de nuestros pecados aunque sean grandes.  La repartimos con actos de aprecio a otras personas, particularmente aquellas de otras razas y pueblos.  Como hemos recibido la misericordia, la repartimos con nuestros actos de aprecio.

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