El domingo, 11 de diciembre de 2016



EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 35:1-6.10; Santiago 5:7-10; Mateo 11:2-11)

Mucha gente está preguntando de Donald Trump.  En todas partes quieren saber qué tipo de presidente será.  No tiene experiencia como gobernante. No obstante tomará las riendas del país más poderoso en el mundo.  Habla mucho de cómo salvará los empleos norteamericanos.  Pero los designados de su gabinete parecen como capitalistas duros.  Vamos a ver cómo es Donald Trump en este año venidero.  Por ahora nos sirve como ejemplo.  Como la gente se pregunta de Trump, Juan Bautista se pregunta de Jesús en el evangelio hoy.

Juan pensaba que Jesús era el Mesías cuando lo bautizó en el río Jordán.  Pero desde entonces Jesús no ha actuado como el Mesías que Juan tenía en cuenta.  No condena a los pecadores con gritos.  Más bien, come con ellos para sacar su arrepentimiento.  Ni predica sermones apocalípticos.  En su lugar, llama a sus seguidores “la sal de la tierra” y “la luz del mundo”.  Por eso Juan envía a sus discípulos a Jesús para preguntarle: “’¿Eres tú el que ha de venir…’”?; es decir, el Mesías.

La duda de Juan sobre Jesús vale para nosotros.  Al menos algunos de nosotros tenemos otras expectativas para el Mesías basadas en cómo leemos el evangelio.  Que esbocemos tres posibilidades.  Entonces preguntaremos a nosotros mismos cuál de las tres corresponde lo mejor al evangelio.

En el tiempo de Jesús mucha gente esperaba a un Mesías político.  Querían a un guerrero que podría expulsar al imperio romano de Israel.  Hoy en día algunos quieren que Jesús venga para castigar a los malvados que les molestan.  Pueden ser los vecinos que hacen ruido hasta muy noche o los jóvenes que ven fumando cigarros.  Pero Jesús nunca ha pretendido ser Mesías guerrero.  Por esta razón siempre dice a los testigos de sus hazañas: “No digan nada a nadie”.

Varias personas esperan ahora a un Mesías que va a llevar sus almas al cielo cuando mueran.  Su única preocupación es evitar todo tipo de pecado.  Vienen al templo sólo para rezar por sus propias necesidades.  No les interesa formar una comunidad para ayudar a los demás.  Hay una pista – pero sólo una pista -- de esta expectativa del Mesías en la segunda lectura hoy.  Dice que hemos de esperar la venida del Señor como un labrador aguarda la cosecha.  El labrador va a rezar por las lluvias mientras espera.  Por supuesto, también tiene que preparar la tierra y sembrar las semillas, pero no hay mención de ningún trabajo – el equivalente a obras buenas -- en el pasaje.

La mayoría de nosotros deberíamos estar esperando a un Mesías que va a cumplir nuestros esfuerzos.  Manda Isaías en la primera lectura que “fortalezca(mos) las manos cansadas” y “diga(mos) a los de corazón apocado: ‘Ánimo’”. Es decir, hemos de servir a los demás en una manera  semejante a la de Jesús en el evangelio.  Dice que Jesús se ocupa a sí mismo cuidando a los ciegos, sordos, cojos, leprosos, y pobres.  Si en su regreso nos ve continuando su misión de socorro, ciertamente nos reconocerá como suyos.  Entonces nos mandará al Reino de su Padre.


Un cine reciente muestra a un futbolista con una enfermedad terminal.   Los médicos le dan sólo cuatro años antes de que el deterioro de sus músculos quite su vida.  En lugar de esperar su fin como gentes aguardando que la lluvia pare, él se dedica a sí mismo a dos proyectos.  Cómo la sal de la tierra, él hace la vida más agradable de personas pobres sufriendo su enfermedad.  Y como la luz del mundo este futbolista graba una serie de videos contando a su recién nacido de sus esperanzas por él.   Así Jesús va a reconocer a nosotros como los suyos: haciendo esfuerzos para ayudar a los demás y contando a nuestros seres queridos de nuestro amor.

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