EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO
(Isaías
35:1-6.10; Santiago 5:7-10; Mateo 11:2-11)
Mucha
gente está preguntando de Donald Trump.
En todas partes quieren saber qué tipo de presidente será. No tiene experiencia como gobernante. No
obstante tomará las riendas del país más poderoso en el mundo. Habla mucho de cómo salvará los empleos
norteamericanos. Pero los designados de
su gabinete parecen como capitalistas duros.
Vamos a ver cómo es Donald Trump en este año venidero. Por ahora nos sirve como ejemplo. Como la gente se pregunta de Trump, Juan
Bautista se pregunta de Jesús en el evangelio hoy.
Juan
pensaba que Jesús era el Mesías cuando lo bautizó en el río Jordán. Pero desde entonces Jesús no ha actuado como
el Mesías que Juan tenía en cuenta. No
condena a los pecadores con gritos. Más
bien, come con ellos para sacar su arrepentimiento. Ni predica sermones apocalípticos. En su lugar, llama a sus seguidores “la sal
de la tierra” y “la luz del mundo”. Por
eso Juan envía a sus discípulos a Jesús para preguntarle: “’¿Eres tú el que ha
de venir…’”?; es decir, el Mesías.
La duda
de Juan sobre Jesús vale para nosotros. Al
menos algunos de nosotros tenemos otras expectativas para el Mesías basadas en cómo
leemos el evangelio. Que esbocemos tres
posibilidades. Entonces preguntaremos a
nosotros mismos cuál de las tres corresponde lo mejor al evangelio.
En el
tiempo de Jesús mucha gente esperaba a un Mesías político. Querían a un guerrero que podría expulsar al
imperio romano de Israel. Hoy en día
algunos quieren que Jesús venga para castigar a los malvados que les molestan. Pueden ser los vecinos que hacen ruido hasta
muy noche o los jóvenes que ven fumando cigarros. Pero Jesús nunca ha pretendido ser Mesías
guerrero. Por esta razón siempre dice a
los testigos de sus hazañas: “No digan nada a nadie”.
Varias
personas esperan ahora a un Mesías que va a llevar sus almas al cielo cuando
mueran. Su única preocupación es evitar
todo tipo de pecado. Vienen al templo
sólo para rezar por sus propias necesidades.
No les interesa formar una comunidad para ayudar a los demás. Hay una pista – pero sólo una pista -- de
esta expectativa del Mesías en la segunda lectura hoy. Dice que hemos de esperar la venida del Señor
como un labrador aguarda la cosecha. El
labrador va a rezar por las lluvias mientras espera. Por supuesto, también tiene que preparar la
tierra y sembrar las semillas, pero no hay mención de ningún trabajo – el
equivalente a obras buenas -- en el pasaje.
La
mayoría de nosotros deberíamos estar esperando a un Mesías que va a cumplir
nuestros esfuerzos. Manda Isaías en la
primera lectura que “fortalezca(mos) las manos cansadas” y “diga(mos) a los de
corazón apocado: ‘Ánimo’”. Es decir, hemos de servir a los demás en una
manera semejante a la de Jesús en el
evangelio. Dice que Jesús se ocupa a sí
mismo cuidando a los ciegos, sordos, cojos, leprosos, y pobres. Si en su regreso nos ve continuando su misión
de socorro, ciertamente nos reconocerá como suyos. Entonces nos mandará al Reino de su Padre.
Un cine reciente
muestra a un futbolista con una enfermedad terminal. Los médicos le dan sólo cuatro años antes de
que el deterioro de sus músculos quite su vida.
En lugar de esperar su fin como gentes aguardando que la lluvia pare, él
se dedica a sí mismo a dos proyectos.
Cómo la sal de la tierra, él hace la vida más agradable de personas pobres
sufriendo su enfermedad. Y como la luz
del mundo este futbolista graba una serie de videos contando a su recién nacido
de sus esperanzas por él. Así Jesús va
a reconocer a nosotros como los suyos: haciendo esfuerzos para ayudar a los
demás y contando a nuestros seres queridos de nuestro amor.
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