LA NATIVIDAD DEL SEÑOR
Un
hombre cuenta de su hijo. Dice que
cuando el hijo tenía tres años, tuvo dolor de oído. Los médicos pusieron una sonda en la oreja
evidentemente para canalizar el medicamento.
Pero el niñito siguió despertándose durante la noche llorando. El hombre recogió al infante en sus brazos y
lo meció. Pero el niño sólo grito más. Entonces el hombre oró a Dios. “Dios mío – dijo – quita el dolor de mi hijo
y dámelo”.
Muchos
padres han ofrecido la misma oración. “No
me importa que sufra yo, Señor, ayuda a mi hijo”. “Quita el cáncer de mi niña y dámelo”. “Si alguien tiene que morir, Dios mío, que
sea yo”. Quedamos seguros que Dios
escucha tales peticiones por la fiesta que celebramos hoy.
Recordamos
en este día como Dios escuchó el dolor de sus hijas e hijos sufriendo en el
mundo: cómo mueren en guerras; cómo aguantan el odio del racismo; y cómo abusan
a las mujeres por el placer. Dios miró
todo esta tristeza y decidió que iba a hacerse hombre para quitárselo de sus
hijos y aguantarlo él mismo. Jesús --
Dios hecho hombre -- soportó más violencia, más odio, más abuso que cualquier
otro. En el proceso, agotó las fuerzas del mal de modo que ya no nos tengan fijados
en sus garras. Su acción nos ha quitado parte
del dolor mientras nos ha dado la alegría de conocer su gran afecto.
Una vez se
circuló una tarjeta de saludo con Jesús crucificado en la portada. Al interior dijo: “Feliz Navidad”. Sí, fue rara tal pintura en los medios de
diciembre, pero atinó el propósito del nacimiento de Jesucristo. Más de darnos la experiencia de conocer este
hombre excelente, la entrada del Hijo de Dios en el mundo comenzó la historia
inmediata de nuestra salvación. Nació
para morir y resucitarse de la muerte para que nosotros tengamos la vida para
siempre.
Por eso,
celebramos la fiesta de Navidad con un toque de espanto. Nuestro salvador que va a sacrificarse por
nosotros ha llegado. Que nos preparemos
a seguirlo por los altibajos de la vida.
Y cuando conmemoremos su muerte en el Viernes Santo, que no nos hundamos
en la miseria. Más bien, como es
necesario que tengamos un poco de sobriedad aquí en nuestro gozo, será preciso que
tengamos un poco de alivio entonces. Con
su resurrección al tercer día la obra de nuestra salvación será terminada. Bueno, que no detengamos la festividad
más. Jesús, nuestro salvador en el dolor
y la alegría, ha llegado. Nuestro
salvador ha llegado.
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