EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
(Isaías
7:10-14; Romanos 1:1-7; Mateo 1:18-24)
Imaginémonos por un momento que
somos San Pablo. Por años nos hemos dedicado a la predicación del
evangelio. Hemos fundado varias comunidades por Cristo en Asia Menor y
Grecia. Ya nos sentimos que nuestra misión en esa parte del Imperio
Romano ha acabado. Pero hemos hecho la promesa al Señor que en cuanto nos
conceda la vida, vamos a proclamar su nombre. Por eso, comenzamos a
planear una misión a España. Escribimos a los cristianos de Roma pidiendo
su ayuda. La carta sirve dos propósitos. Nos presenta a la
comunidad como apóstol verdadero de Cristo. También, nos establece como
teólogo que vale la atención. En la segunda lectura hoy leemos cómo Pablo
empieza esta carta.
Pablo no hace rodeos. Declara
en su primer párrafo el núcleo de su mensaje: Jesucristo es tanto divino como
humano. Las dos naturalezas tienen sus consecuencias. En primer
lugar consideraremos su humanidad. Como todos hombres Jesús es un
compuesto de alma y cuerpo humano. Por
tener alma, Jesús piensa como todos nosotros. Por tener cuerpo, él
experimenta el universo según los rasgos de su propio cuerpo; es decir, como
hombre masculino, mediterráneo, y judío.
Aunque Pablo tiene otro propósito
en cuenta cuando escribe de la humanidad de Cristo, vale la pena reflexionar en
un aspecto del tema controversial ahora. Algunos piensan que la persona
es básicamente un alma que sólo tiene un cuerpo como un hombre tiene un Camry.
Por eso, dicen que la persona puede escoger su género como masculino o femenino
como le acomode. No, la persona humana no es ni alma con cuerpo ni cuerpo
con alma sino los dos integrantes. No puede escoger su propio género como
no puede escoger el color de su piel. Es verdad que unas personas tienen
dificultad aceptar el género asignado por su cuerpo. Ellos invocan nuestra
compasión. Pensar en sí mismo como de un género contradiciendo los rasgos
físicos es una cruz particularmente pesada.
Por tratar la humanidad de Jesús,
Pablo quiere poner en relieve su nacimiento en el linaje de David. Como
descendente del rey de Israel, Jesús representa a todos los judíos.
Por eso, lo que pase a él, vale por todos miembros de su raza. Pablo
escribirá que Dios ha injertado en Israel a todos los creyentes en Jesucristo
de modo que él ya represente a todos nosotros. Por eso todos nosotros
creyentes – seamos judíos o no judíos -- experimentaremos la vida de Jesucristo
resucitado de la muerte.
El segundo enfoque de Pablo en la
lectura tiene que ver con cómo podríamos experimentar la resurrección.
Dice de Cristo: “… en cuanto a su condición de espíritu santificador, se
manifestó con todo poder como Hijo de Dios”. Cristo puede santificarnos
porque es divino. La santificación resulta de su obediencia a Dios hasta
la muerte. Este acto recompensó la desobediencia de Adán y Eva.
Como hemos heredado los modos del pecado, recibiremos el destino de Jesucristo
por nuestra fe en él.
El evangelio hoy recuerda la
historia sobre la cual Pablo reflexiona en términos teológicos. Jesús es
hijo del hombre por parte de María y descendiente de David por José, su
padrastro. Se le pone el nombre “Jesús”, que significa en hebreo “el
Señor salva”, porque nos salva de nuestros pecados. No sólo nos logra el
perdón sino que nos estrecha la brecha entre nosotros y Dios. Ya podemos
amar a los demás con la compasión de Dios. Como ejemplo, no mostramos a
las personas confundidas sobre su género con la indiferencia, mucho menos el
desdén. Más bien las respetaremos aunque no cedamos a todos sus
reclamos.
No sólo el evangelio lo llama
“Jesús” sino también “Emanuel”. Esto significa: “Dios con
nosotros”. Por Jesús Dios cumple su compromiso en el Antiguo
Testamento de estar siempre con su pueblo. De hecho, las últimas palabras
de Jesús en este Evangelio según San Mateo son: “’Yo estoy con ustedes todos
los días hasta el fin de la historia’”.
A los americanos les gusta cantar
de “una Navidad blanca”. ¿Qué más significa esta frase que Dios venga del cielo
a la tierra? Los copos de nieve, puros y bellísimos, son como lo
divino. La tierra, dura y oscura, es como nosotros manchados por el
pecado. Dios nos revigoriza con su frescura y nos hace brillar con su
resplandor. Nos hace en sus verdaderas hijas e hijos con la resurrección
de la muerte como destino. Dios nos hace en sus hijas e hijos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario