El domingo, 26 de abril de 2017

EL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA – DOMINGO DE LA MISERICORDIA DIVINA

(Hechos 2:42-47; I Pedro 1:3-9; Juan 20:1-9)

Como las nubes oscurecían afuera, los trabajadores se agruparon en el sótano.  Fueron advertidos a buscar asilo de un tornado.  Muchos tuvieron el temor.  Sí estuvieron seguros, al menos por el momento.  Pero se preocuparon por sus familias.  Se preguntaron si sus hijos han oído la alarma.  Encontramos a los discípulos de Jesús en un tal sitio de miedo en el evangelio hoy.

Los discípulos temen a los judíos.  Fueron asombrados, en la mañana con las noticias que Jesús resucitó de la muerte.  Ya se preguntan si las autoridades vendrán para investigar si ellos tomaron el cuerpo del sepulcro.  Posiblemente todos nosotros también sintamos el miedo.  Es posible que algunos teman que la policía venga para arrestarlos.  Pero más probable todos nosotros nos preguntamos muy adentro si los demás nos aceptarían si saben de nuestros pecados.  Todos hemos hecho algo pecaminoso en la vida, algo que lamentamos.  Tal vez hayamos robado algo valioso; hayamos engañado a una persona inocente; o aun hayamos tenido un aborto.  Si nuestros padres, maestros, o jefes estuvieran a enterarse de nuestra falta, ¿seguirían poniendo la confianza en nosotros?

Por esta razón nos acudimos a la iglesia.  Aquí anhelamos que se nos diga a nosotros lo que dice a sus apóstoles en el evangelio hoy: “’La paz con ustedes’”; eso es la paz de haber sido lavados de sus pecados.  En la Última Cena Jesús dejó a sus discípulos con la paz.  Ya se la da de nuevo con aún más fuerza.  Pues sus palabras van a ser acompañadas por el Espíritu Santo.

Dice la lectura que Jesús sopla sobre los discípulos.  La acción imita la acción de Dios en Génesis cuando sopló sobre la tierra formada como hombre para darle la vida.  Esa vida estaba destinada al pecado y la muerte.  Ya Jesús infunde su propia Espíritu en los discípulos que les destina a la vida eterna.  Es el mismo Espíritu que recibimos nosotros en el Bautismo. 

Junto con el don del Espíritu Santo recibimos una misión.  Somos para representar a Cristo al mundo.  Como dijo un gran obispo brasileño a su gente: “Es posible que las vidas de ustedes sean el único evangelio que sus hermanos y hermanas leen”. En el evangelio Jesús es muy explícito con la misión.  “’Como el Padre me ha enviado – dice – así también los envío yo’”.

Los discípulos han de perdonar los pecados de la gente tanto por el sacramento de la Reconciliación como por la predicación y el Bautismo.  Es cierto que lo necesitamos.  Nuestros pecados, aun los confesados, siguen atándonos de modo que no actuemos como representes de Jesús.  Una película hace treinta años muestra esta verdad y su resolución con gran efecto.  En una comunidad pequeña dos mujeres no han hablado con una y otra por décadas.  Asimismo, dos hombres han tenido rencor para uno y otro por años. Una viuda, que una vez fue infiel a su esposo, ha sentido como condenada por el pecado.  Entonces la comunidad tiene una experiencia tremenda.  En un día muy airoso una cocinera prepara una cena tan extravagante por la comunidad que mueva a los comensales a reconciliarse con uno y otro.  Al reflexionar sobre la película se da cuenta que el aire era la presencia del Espíritu Santo.  La cocinera era como Cristo entregando todo su ser por la gente.  Y la comida era como la Eucaristía con el poder de perdonar pecados.


Se llama este segundo domingo de Pascua el Domingo de la Misericordia Divina.  En este día celebramos la institución del Sacramento de la Reconciliación.  Por la confesión al sacerdote y su absolución estamos librados de nuestros pecados.  Sean tan grandes como el aborto o tan cotidianos como tener rencor para el otro, quedan perdonados.  Dios en su misericordia quiere que seamos desatados para extender la paz y el amor de Jesús.  Dios quiere que extendamos la paz y el amor de Jesús.

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