EL QUINTO DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
6:1-7; I Pedro 2:4-9; Juan 14:1-12)
Se dice
que hay presas de tránsito en el Día de Madre en México. Evidentemente todo el mundo lleva a su madre a
comer afuera. En este país muchas
iglesias regalan a las mujeres una florecita hoy. Apreciamos a nuestras madres por su amor
abnegado cuando nos dieron a luz. Les
agradecemos por la atención que nos mostraron cuando éramos niños. Y, al decir la verdad, tal vez las recordamos
porque eran tolerantes de nosotros cuando hicimos mal.
Otra
razón para felicitar a nuestras madres hoy es que nos han transmitido el
sentido de Dios. Recuerdo cómo mi madre
me enseñó el amor de Dios para con los pobres.
Un día cuando era niño de cinco o seis años, un hombre tocó la puerta
trasera de nuestro hogar. Fue un
vagabundo pidiendo comida. Mi madre no
demoró en recogerle un sándwich y fruta.
Me quedé completamente impresionado por esta muestra de
misericordia. Desde entonces me he
resuelto a ayudar a los indigentes.
En la
primera lectura los apóstoles les dan a los siete hombres las tareas de
servicio de la mesa. Ellos tienen que
proveer a las viudas el pan mientras los apóstoles se dedican al ministerio de
la Palabra. Curiosamente el libro de los
Hechos de los Apóstoles no cuenta de su servicio rendido a las viudas. Pero hace hincapié en dos de los siete por
sus aportes al ministerio de la Palabra.
Dice que Esteban se distingue como predicador invencible. Y describe a Felipe convenciendo al etíope
del valor del cristianismo.
Es así
con nuestras madres. Supuestamente son las
que sirven en la casa. Pues aun en este
tiempo de la liberación de mujer usualmente es la madre que prepara la cena y
plancha la ropa. Pero su alcance llega
mucho más allá que cosas caseras. A
menudo son las mismas mujeres que nos proporcionan la Palabra de Dios. Más que enseñarnos las oraciones, nuestras
madres nos instruyen el significado de frases evangélicas como, “Haz al otro cómo
quieras que te haga a ti”.
Tenemos
que preguntar a nosotros mismos: ¿Qué podemos hacer por nuestras madres por
haber hecho tanto por nosotros? ¿Es
suficiente llevarlas a restaurantes? ¿No
deberíamos presentarles también ramos de flores o cajas de chocolates? No creo que estas cosas tengan tanto valor para
nuestras madres como muchos piensan. Más
que cosas materiales, nuestras madres quieren que seamos madres y padres
atentos a nuestros propios hijos. Quieren
que asistamos en la misa con nuestros hijos y que vivamos de modo coherente con
el evangelio. Y si los chicos quieren
complacer a sus madres, tratarán a sus hermanos y hermanas siempre con
respeto. Sobre todo las madres quieren
ver a sus familias viviendo en el amor mutuo.
Celebramos
el Día de Madre en los Estados Unidos hoy.
Tal vez muchos ya tienen reservaciones de comer afuera. Está bien.
Sin duda nuestras madres apreciarán el deseo a complacerlas. Pero que no faltemos a contarles la razón más
profunda para honrarlas. Ellas nos han proporcionado
un sentido del amor de Dios para todos.
Tanto por decirnos de la obligación a servir a los demás como por el
ejemplo de servir a nosotros nos han proclamado el evangelio. Por habernos proclamado el evangelio les
decimos a nuestras madres hoy, “Gracias”.
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