EL SEXTO DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
8:5-8.14-17; I Pedro 3:15-18; Juan 14:15-21)
Me
impresiona cómo la gente a menudo ofrece este elogio a sus mamás. Dicen de parte de toda la familia: “Siempre
estabas allí por nosotros”. No cuentan que
hicieron las madres más que haber estado presentes en sus actividades. Es igual con los otros seres queridos. Una vez
una mujer escribió un testimonio a su padre, un médico. Dijo que cuando era muchacha, él siempre halló
el tiempo para asistir en sus competiciones de atletismo. ¿Quién puede dudar que la presencia de aquellos
que nos importa más signifique mucho a nosotros?
Por esta
razón no debe sorprendernos escuchar a Jesús prometiendo su presencia a
nosotros en el evangelio hoy. Dice que
no va a abandonar a sus discípulos, que no nos dejará “desamparados”. Tenemos que preguntarnos cómo puede cumplir
esta promesa hoy en día. Si ha regresado
a su Padre en el cielo, ¿cómo puede estar presente a nosotros?
Sí es
cierto que ha dejado su legado con nosotros de modo que no nos dejara
completamente. Sus palabras siguen
impactando aun a los no cristianos con su sabiduría. De una manera los dichos
como “Ama a uno y otro cómo les he amado yo” hacen a Jesús presente hoy en día. Por eso se ha dicho que la persona vive hasta
que se olviden todas sus palabras y se ignoren todas las causas que
abarcó.
Pero ¿es
sólo esto lo que Jesús significa cuando dice que va a enviar el Consolador a
sus discípulos? ¿Está hablando sólo del
espíritu de sus propias palabras para animar nuestro ser? No parece suficiente. Parece como un cinco cuando necesitamos cien
dólares para pagar la cuenta. Existimos
en un mundo penetrado por el mal. Con la
ayuda de no más que palabras vamos a caer en los vicios como los pícaros de la
calle. La presencia de Jesús tiene que
ser más radical que la memoria de sus palabras si va a salvarnos.
No
deberíamos sentir desesperados. La
presencia que Jesús nos ofrece hoy es su existencia junto con el Padre y el
Espíritu Santo en nosotros. Habita en
nuestros interiores para movernos a vivir rectamente. Es como una misión médica se presenta en un
pueblo. Pronto todos los habitantes
cooperan para que todos los enfermos reciban la atención para curarse. En nuestro ser la existencia de Dios pone en
orden nuestros juicios, palabras y acciones de modo que amemos como
Jesús.
Frecuentemente
son los laicos que manifiestan la existencia de Dios en la persona. Recuerdo a Teresa, una mujer que después de
criar su familia y enterrar a su marido, se dedicó a su parroquia. Trabajando en la oficina de la iglesia, era
como la hermana mayor a toda la comunidad.
Les dio a los tristes el consuelo y a los perturbados la sabiduría. Cuando se cambió el vecindario de raza, Teresa
se quedó por años. Conoció a sus vecinos
nuevos y luchó con ellos por el bien de todos.
La gente perceptiva podría notar la existencia del Padre, Hijo y
Espíritu Santo en ella.
No se
dice mucho hoy en día la despedida: “Vaya con Dios”. Quiere decir que tenemos el amor del Padre hacia
los demás, la paz de Cristo en nuestro corazón, y la sabiduría del Espíritu
Santo guiando nuestros pasos. “Vaya con
Dios” es mantener la existencia de Dios en la persona. Es lo que queremos por nosotros y por nuestros
seres queridos. Que vayamos con Dios.
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