LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
(Hechos
1:1-11; Efesios 1:17-23; Mateo 28:16-20)
El
Monseñor José Delaney era obispo de Fort Worth, Texas. Pidió una cosa rara para su muerte. Quería que pusieran en la lápida de tumba la
fecha de su bautismo. Además de las
fechas del nacimiento y de la muerte deseaba que se conociera el día en que se
incorporó en el Cuerpo de Cristo. Había
dicho que es el día más importante de la vida. ¿Por qué? Porque en su parecer
es el día en que recibió al Espíritu Santo para servir al Señor. Para el Mons. Delaney el día de su bautismo
fue más significativo que el de su ordenación, aún al obispado.
En la
lectura de los Hechos hoy Jesús dice a sus apóstoles que van a ser bautizados
con el Espíritu Santo. Cuando reciben
este don – el mejor de todos – tendrán que proclamar su muerte y
resurrección. El Evangelio hoy cuenta del
ámbito de su predicación: “’…a todas las naciones…hasta el fin del
mundo’”. Los apóstoles originales murieron,
pero siempre hasta el día hoy ha habido otros para asumir la tarea evangélica.
La tarea
cae en nuestros hombros también. No hablo
de los sacerdotes sino de cada uno aquí presente como bautizado en el Espíritu
Santo. Proclamamos a Cristo aún más por
obras de caridad que por palabras de convicción. Un hombre con ochenta y cinco años visita a
las víctimas de derrame como voluntario.
Les explica lo que tienen que hacer para recuperar sus fuerzas. Si fuéramos a preguntarle, nos diría que va a
misa todo domingo. Siente que como su menester
cristiano tiene que servir a los demás como Cristo nos enseñó.
Los
cristianos cópticos de Egipto tienen una costumbre interesante. Cada uno lleva el tatú de la cruz en su
brazo. La imagen como el bautismo le
marca como cristiano por toda su vida. En un país predominantemente musulmán
esta marca le sirve en diferentes maneras.
En el caso de la persecución el tatú le identifica para que reciba
refugio de otros cristianos. Por
supuesto le distingue también como blanco de persecución, pero dijo un hombre
que no querría negar a Cristo. Además
podría ser mártir con la vida eterna como premio. También el tatú de la cruz le recuerda al
cristiano del mandato de Jesús a proclamar su resurrección. Eso es, le insistirá que no debe dejar al
desconsolado en su depresión o al indigente en su miseria.
Hoy
celebramos la Ascensión del Señor. Es ocasión
para reflexionar cómo la partida de Jesús ha resultado en el envío del Espíritu
Santo. Pero no querremos quedarnos en la
reflexión por demasiado tiempo. Pues la
pregunta de los hombres vestidos en blanco a los apóstoles se aplica a nosotros
también: “’¿Qué hacen allí parados, mirando al cielo?’” Tenemos tarea. Hemos de proclamar su resurrección tanto por obras
como por palabras. Hemos de proclamar su
resurrección.
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