EL VIGÉSIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO
(Ezequiel
33:7-9; Romanos 13:8-10; Mateo 18:15-20)
A veces
tengo dificultad cuando estoy estudiando.
Si hay ruido en la casa, no puedo concentrarme. Pasa que el televisor prendido en el cuarto
de recreo me distrae en mi recámara. Aun
con esfuerzo, no logro un estudio satisfactorio. Entonces, me siento frustrado. No quiero molestar a los telespectadores. Pero tampoco quiero desgastar mi tiempo. Cuando decido a decir a aquellos mirando la
tele, casi nunca lamento la decisión.
Les digo: “Lo siento; no puedo estudiar.
El sonido del televisor está alto.
¿Me pueden bajarlo?” Esto es un
ejemplo sencillo de la corrección fraternal de que Jesús habla en el evangelio
hoy.
Este año
leemos en la mayoría de los domingos del Evangelio según San Mateo. Se le llama “el evangelio de la iglesia”. Pues más que Marcos, Lucas, y Juan; Mateo
trata del orden en la comunidad de fe. Por
ejemplo, hace quince días escuchamos cómo Jesús nombra a Simón como la cabeza
de la comunidad. En el pasaje ahora él
da las instrucciones sobre el tema delicado de la corrección fraternal. ¿Cómo se puede lograrla con la máxima eficaz
y el mínimo daño? Para evitar vergüenza al
malhechor Jesús instruye a sus discípulos: “’Si tu hermano comete un pecado, ve
y amonéstalo a solas’”. A veces, como en
el caso del sonido recio, la persona responde amablemente. Dice que ni sabía que estaba creando
dificultad. Sin embargo, a veces resiste
a reconocer su error. Tal vez diga que
el problema no es de él sino de nosotros.
Entonces, tendremos que ocupar otra táctica para convencerlo de su culpabilidad.
Puede
ser que el párroco es alcohólico pero no quiere reconocer el defecto. Más bien, si un amigo le dice que toma
demasiado, él se pone bravo negando que no pueda manejar el consumo. Entretanto, sigue insultando a otras personas
como es la manera de muchos alcohólicos.
Para enfrentar a una tal persona con la verdad, sus amigos y
colaboradores tienen que organizarse. Tienen
que acercarse al alcohólico dando testimonio uno por uno cómo él ha violado el
comportamiento esperado de un líder espiritual.
Entonces, tienen que insistir que vaya a buscar la ayuda necesaria. Esto es lo que Jesús tiene en cuenta cuando
recomienda que los discípulos vayan al pecador con dos o tres testigos.
Hay otro
remedio en los casos extremos. Si el
culpable sigue en su pecado de modo que cause a los demás a fallar, dice Jesús
que se lo excomulgue. Les asegura a sus
discípulos que tienen la autoridad para hacerlo por decir: “’…lo que aten en la
tierra quedará atado en el cielo’”. Hace
cincuenta años el arzobispo de Nueva Orleans excomulgó a un racista con gran
efecto. El señor Leander Pérez montaba una
campaña para resistir la integración de las escuelas católicas cuando el
jerarca le impuso la pena. Eventualmente
el hombre renunció su oposición a la integración para reconciliarse con la
Iglesia.
Sobre
todo, la Iglesia es una comunidad de amor, sea al nivel parroquial, diocesano,
o global. Desea el bien para todos incluso
los pecadores. También tiene que dar
testimonio a la verdad en todas sus relaciones.
Por eso Jesús nos enseña en el evangelio hoy cómo manejar las situaciones
difíciles. Cuando un malhechor no quiera
reconocer su culpa, tenemos que tratarle con ambos el respeto y la firmeza. Esto es fórmula digna para la vida en
general. Que seamos en todos casos
respetuosos y firmes.
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