EL VIGÉSIMO CUARTO DOMINGO ORDINARIO
(Eclesiástico
27:33-28:9; Romanos 14:7-9; Mateo 18:21-35)
Cuando ero
niño, me acuerdo de ir a la confesión. Siempre confesaba el mismo pecado: la desobediencia. No es que fuera un niño muy travieso. Pero sí con razón me acusaba de no hacer caso
a mi mamá. Peleé con mis hermanos; no
hice mis tareas pronto; y fallé en otras cosas que me mandó mi madre. Más que una vez me pregunté si mi confesión
fue sincera porque pareció que faltaba el propósito de enmienda. Pero no dejé de confesarme. En tiempo el elenco de mis pecados cambió. Parecí haber pasado de edad de la
desobediencia.
Espero
que esta historia ayude a los jóvenes luchando contra la pornografía y la
masturbación. A veces se cansan de venir
al sacramento de Penitencia siempre confesando estos pecados. Sin embargo, deberían seguir viniendo. No están probando a Dios. Más bien, Dios les ama y como un amigo verdadero
quiere mantenerse en comunicación con ellos.
Aunque les parece que no tienen nada nuevo para contarle, Dios aprecia la
confesión de sus culpas.
Se dice
que hay tres tipos de amistades. Algunos
son nuestros amigos por propósitos de comercio.
Tratamos a estos asociados bien porque tenemos que colaborar con ellos
para sacar la vida. Otros son nuestros
amigos porque disfrutan de las mismas cosas que nosotros. Tal vez ustedes siempre cacen o salgan al
teatro con los mismos compañeros. No necesariamente
comparten mucho de la vida interior con ellos por falta de una confianza profunda. Pero hay otro tipo de amigos en quienes confiamos
toda el alma. Son personas de gran
virtud. Tienen la sabiduría que nos
ayuda y la justicia que queremos imitar.
Sobre todo nos aman de modo que también dialoguen del corazón con
nosotros.
Dios nos
invita a compartir este tercer tipo de amistad con Él. Mandó al mundo al Hijo para anunciar Su amor. Asimismo nos envía al Espíritu Santo para hacer
posible que amemos a Él que no podemos ver.
Este Espíritu tiene presencia fuerte en nosotros. Nos capacita a amar, no según la carne sino
de la verdad. También escucha nuestros suspiros
y responde con sus dones haciendo el camino adelante transitable. Finalmente el Espíritu Santo nos perdona. Porque es nuestro amigo, no deberíamos ser
avergonzados a confesárnosle los pecados. Y porque somos Sus amigos, Dios no
quiere el pecado nos mantenga alejados de Él.
Aunque
Dios no peca, hay modo para mostrar la mutualidad de la amistad en esta
cuestión de perdón. Tenemos que perdonar
a la gente que nos ofenden porque son también queridos por Dios. Nos parece difícil perdonar a un esposo que
nos ha engeñado o a la persona que ha hecho daño a nuestro niño. No sólo podemos hacerlo por el amor de Dios
que el Espíritu nos entrega sino también Jesús nos lo manda en el evangelio
hoy. Cuando le pregunta Pedro: “’Si mi
hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo?’”, Jesús le replica:
“’No sólo hasta siete, sino hasta siete veces siete’”.
Sí es
difícil, pero sin quitar la fuerza del mandamiento de Jesús, se puede añadir
dos cosas para hacerlo más factible. En
primer lugar, si la persona no es sincera en su arrepentimiento, no es
necesario hacerlo caso. Sin embargo,
deberíamos recordar la confesión de los mismos pecados que hacíamos cuando
éramos jóvenes. En segundo lugar, si la
persona no nos pide perdón, no tenemos que perdonarle. Por favor, esto no es pretexto para odiar al
culpable. Porque es querido por Dios,
deberíamos rezar que nos lo pida.
Dijo
Aristóteles que el amigo es otro yo. Es
persona con la cual compartimos no sólo los mismos intereses sino también los
sentimientos y pensamientos. Es quien va
a perdonarnos las ofensas que hemos cometido y ayudarnos a perdonar a los que
nos ofenden. Por todas estas razones
Dios es el amigo sin igual. Sí Dios es
nuestro mejor amigo.
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