El domingo, 14 de enero de 2018

EL SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO, 14 de enero de 2018

(I Samuel 3:3-10.19; I Corintios 6:13-15.17-20; Juan 1:35-42)

Los consejeros se prueban sabios cuando le preguntan a un joven: ¿”Qué buscas en la vida?”  Por eso, no deben sorprendernos las primeras palabras de Jesús en este evangelio de Juan.  Les pregunta a dos discípulos de Juan el Bautista: “’¿Qué buscan?’” Deberíamos escuchar el interrogante dirigido a cada uno de nosotros también.  ¿Qué buscamos en la vida?

Algunos dirán “la plata”; otros responderán “el poder”, aun otros “el placer”.  Pero la mayoría de la gente, creo, al menos en sus momentos más honestos no quiere algo tan pretensioso como ser millonario o ser gobernador.  Su meta en la vida consiste principalmente en tener a una esposa bonita (o un esposo guapo), a dos niños sanos e inteligentes, y una casa cómoda.  Aunque aparezcan inocentes estas cosas, presentan un problema.  ¿No es posible sacar más de la vida que ochenta y pico años de la rutina ordinaria?  Por lo menos parece que los discípulos de Juan el Bautista tienen más en cuenta para sí mismos cuando responden al interrogante de Jesús.  Dicen: “’¿Dónde vives, Rabí?’” Eso es, quieren conocer el lugar del Hijo de Dios; a decir, la vida de la harmonía.  Quieren escaparse de los altibajos de esta vida para tener una vida de la paz y el amor.

Jesús no les niega la oportunidad.  Les responde, “’Vengan a ver’”.  No se dice que pasa en la casa pero tampoco es difícil imaginar los sucesos.  Como en la casa de Marta y María, les enseñará.  Como en la casa de Leví, comerá y beberá con los pecadores tanto como sus discípulos.  Y como en la casa de Zaqueas, les impartirá la salvación.  En breve experimentaran la misericordia de Dios en el encuentro íntimo con Su hijo. 

Jesús nos tiene la misma oferta.  Él tiene su casa en nuestros corazones.  Por el hecho que es la fuente de nuestra existencia, él está más cerca de nosotros que somos a nosotros mismos.  De veras, no podríamos existir sin su presencia.  En el interior de nuestro ser, entonces, podemos conocer todo el amor de Dios.  Para experimentarlo tenemos que quitarnos del trajín del mundo y contarle a Jesús las angustias y las ilusiones de nuestra vida.

Conocer a Jesús de esta manera no admite la flojera. Inmediatamente queremos compartir con los demás la alegría de ser amigos de Jesús.  Por esta razón los papas recientes no cansan de decir que la fuente de la evangelización es una relación íntima con Jesús.  En el evangelio vemos a Andrés volviéndose de su encuentro con Jesús con ganas a compartir la experiencia con su hermano Simón.  Describe la persona de Jesús como el “Mesías”, eso es, el que llevará al mundo entero a la gloria.

Para cumplir este proyecto, que es enorme, Jesús necesitará a apóstoles comprometidos a él de modo especial.  Le harán falta a personas dedicadas a la predicación de la palabra.  Necesitará a personas capaces a gobernar la comunidad en la fe.  Por eso, impone un nuevo nombre sobre Simón.  De ahora en adelante se conocerá como Pedro, la roca que dará a la comunidad la estabilidad.  Igualmente ahora Jesús sigue llamando a algunos a tomar puestos de la responsabilidad por su Iglesia.  Necesita a  ambos hombres y mujeres a dedicarse a la oración y el ministerio.  Espera que respondan como Samuel en la primera lectura: “Habla, Señor; tu siervo te escucha”.


Este fin de semana los americanos honran a un hombre que respondió “sí” a la llamada del Señor.  Pero su comunidad extendió más allá de una comunidad de fe, aún más allá del pueblo con lo cual siempre es asociado. El doctor Martin Luther King condujo a todas personas de buena voluntad a una mayor justicia.  Dirigido por el Evangelio, el doctor King se hizo, como Pedro, ambas la roca y el portavoz en la lucha para la igualdad de todos ante la ley.  Por sus esfuerzos el mundo entero está unos pasos más cerca de la vida de la harmonía que anhela.  Por Martin Luther King el mundo está más cerca de la harmonía.

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