EL CUARTO DOMINGO ORDINARIO
(Deuteronomio
18:15-20; I Corintios 7:32-35; Marcos 1:21-28)
En el
evangelio hoy el espíritu inmundo pregunta a Jesús: “¿Has venido a acabar con
nosotros?” La respuesta sencilla es “sí”; el Señor está aquí para acabar con
toda inmundicia espiritual. No quiere
que nada nos impida de conocer a Dios. En los tiempos antiguos tanto como ahora
la inmundicia ha existido mucho en los pecados carnales. Los hombres se han aprovechado de las mujeres
por el placer. Se espera que las mujeres
se conduzcan de manera moral. Pero
siempre ha habido prostitutas seduciendo a los hombres por el dinero y otras damas
por diversos motivos. Jesús vino para invertir
estos tipos de la explotación humana.
Tenemos vislumbres de los efectos de sus esfuerzos en las cartas de San Pablo.
Por los
últimos tres domingos hemos leído en la misa secciones de la Primera Carta a
los Corintios. En cada caso Pablo ha
tratado de los deseos sexuales. Hace dos
semanas Pablo advirtió del gran valor del cuerpo cristiano. Dijo que los bautizados fueron comprados con
la sangre de Cristo. Por eso, sus
cuerpos pertenecen a Dios. No en la
Carta a los Corintios sino en otra, la Carta a los Efesios, Pablo (o uno de sus
discípulos) dice que la unión entre los esposos representa la unión de Cristo
con su iglesia. Eso es, cuando los
esposos tienen relaciones íntimas, están tocando a Cristo. No van a sentir la presencia de Cristo al
momento. Pero será el efecto del dar del
yo al uno y al otro libre y completamente.
Porque la fornicación es una perversión de esta unión con Cristo, Pablo la
condena.
El
domingo pasado el apóstol recomendó que los casados vivieran como si no fueran
casados. Su razón era que el mundo
terminara pronto. No reprendió a los
casados por tener relaciones sino pensaba que fuera mejor que se dedicaran
plenamente al regreso de Cristo. Para
nosotros estas palabras pueden tener otro significado. Aunque valoramos el matrimonio, tenemos que
reconocer que existen otros modos para conducirnos a Cristo. En ciertos momentos la oración u otra obra
espiritual pueden ser aún más efectivas que las relaciones matrimoniales para
unirse con el Señor.
Deberíamos
reconocer también que algunos querrán dedicarse al servicio de la Iglesia o la
contemplación de Dios sin casarse. Como estados
de vida estas actividades pueden servir como modos más directos a la unión con
Cristo. Esto es lo que Pablo indica en
la lectura hoy. El matrimonio existe
para llevarnos al Señor pero envuelve varias distracciones. Entretanto los religiosos y las religiosas son
como los solteros de la lectura hoy.
Ellos tienen menos distracciones que los casados aunque todavía tienen
que cocinar y lavar ropa.
Hay que decir
que las relaciones sexuales no son Dios.
Hoy en día muchos viven como si fueran, como si nada fuera más importante. Pero no son lo más importante, mucho menos
son Dios. Las relaciones sexuales llevan
a los matrimonios a la unión con Cristo por todo lo que producen: los hijos, el
conocimiento íntimo de otra persona, y más conciencia de la providencia de
Dios. De todos modos es Cristo, no las
relaciones sexuales, que es indispensable.
Cristo nos hace plenamente humanos – hijos e hijas de Dios – como Dios creó
a los primeros humanos. De hecho, por
Cristo es necesario en ciertos momentos que los hombres y mujeres rechacen el
sexo. Es el caso cuando no son
casados. Aun dentro del matrimonio puede
ser requerido. Cuando la pareja no
deberían tener más hijos, será necesario que se refrenen mientras la mujer está
fértil.
La Carta
a los Efesios dice que la unión matrimonial constituye un “misterio
profundo”. Sí es difícil comprender
porque esto tiene un efecto totalitario a la pareja. Sin embargo, cuando relacionamos la unión
matrimonial con Cristo, empieza a hacer sentido. Tan íntimos como matrimonios sienten en su
luna de miel, aún más cerca está Cristo a sus fieles. Aún más cerca está Cristo a sus fieles.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario