El domingo, 28 de enero de 2018

EL CUARTO DOMINGO ORDINARIO

(Deuteronomio 18:15-20; I Corintios 7:32-35; Marcos 1:21-28)

En el evangelio hoy el espíritu inmundo pregunta a Jesús: “¿Has venido a acabar con nosotros?” La respuesta sencilla es “sí”; el Señor está aquí para acabar con toda inmundicia espiritual.  No quiere que nada nos impida de conocer a Dios. En los tiempos antiguos tanto como ahora la inmundicia ha existido mucho en los pecados carnales.  Los hombres se han aprovechado de las mujeres por el placer.  Se espera que las mujeres se conduzcan de manera moral.  Pero siempre ha habido prostitutas seduciendo a los hombres por el dinero y otras damas por diversos motivos.  Jesús vino para invertir estos tipos de la explotación humana.  Tenemos vislumbres de los efectos de sus esfuerzos en las cartas de San Pablo.

Por los últimos tres domingos hemos leído en la misa secciones de la Primera Carta a los Corintios.  En cada caso Pablo ha tratado de los deseos sexuales.  Hace dos semanas Pablo advirtió del gran valor del cuerpo cristiano.  Dijo que los bautizados fueron comprados con la sangre de Cristo.  Por eso, sus cuerpos pertenecen a Dios.  No en la Carta a los Corintios sino en otra, la Carta a los Efesios, Pablo (o uno de sus discípulos) dice que la unión entre los esposos representa la unión de Cristo con su iglesia.  Eso es, cuando los esposos tienen relaciones íntimas, están tocando a Cristo.  No van a sentir la presencia de Cristo al momento.  Pero será el efecto del dar del yo al uno y al otro libre y completamente.  Porque la fornicación es una perversión de esta unión con Cristo, Pablo la condena.

El domingo pasado el apóstol recomendó que los casados vivieran como si no fueran casados.  Su razón era que el mundo terminara pronto.  No reprendió a los casados por tener relaciones sino pensaba que fuera mejor que se dedicaran plenamente al regreso de Cristo.  Para nosotros estas palabras pueden tener otro significado.  Aunque valoramos el matrimonio, tenemos que reconocer que existen otros modos para conducirnos a Cristo.  En ciertos momentos la oración u otra obra espiritual pueden ser aún más efectivas que las relaciones matrimoniales para unirse con el Señor. 

Deberíamos reconocer también que algunos querrán dedicarse al servicio de la Iglesia o la contemplación de Dios sin casarse.  Como estados de vida estas actividades pueden servir como modos más directos a la unión con Cristo.  Esto es lo que Pablo indica en la lectura hoy.  El matrimonio existe para llevarnos al Señor pero envuelve varias distracciones.  Entretanto los religiosos y las religiosas son como los solteros de la lectura hoy.  Ellos tienen menos distracciones que los casados aunque todavía tienen que cocinar y lavar ropa.   

Hay que decir que las relaciones sexuales no son Dios.  Hoy en día muchos viven como si fueran, como si nada fuera más importante.  Pero no son lo más importante, mucho menos son Dios.  Las relaciones sexuales llevan a los matrimonios a la unión con Cristo por todo lo que producen: los hijos, el conocimiento íntimo de otra persona, y más conciencia de la providencia de Dios.  De todos modos es Cristo, no las relaciones sexuales, que es indispensable.  Cristo nos hace plenamente humanos – hijos e hijas de Dios – como Dios creó a los primeros humanos.  De hecho, por Cristo es necesario en ciertos momentos que los hombres y mujeres rechacen el sexo.  Es el caso cuando no son casados.  Aun dentro del matrimonio puede ser requerido.  Cuando la pareja no deberían tener más hijos, será necesario que se refrenen mientras la mujer está fértil.


La Carta a los Efesios dice que la unión matrimonial constituye un “misterio profundo”.  Sí es difícil comprender porque esto tiene un efecto totalitario a la pareja.  Sin embargo, cuando relacionamos la unión matrimonial con Cristo, empieza a hacer sentido.  Tan íntimos como matrimonios sienten en su luna de miel, aún más cerca está Cristo a sus fieles.  Aún más cerca está Cristo a sus fieles.


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