El domingo, 24 de junio, 2018


SOLEMNIDAD DE NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

(misa vespertina: Jeremías 1:4-10; I Pedro 1:1.8-12; Lucas 1:5-17; misa del día: Isaías 49:1-6; Hechos 13:22-26; Lucas 1:57-66.80)


Todo el mundo sabe que celebramos el nacimiento de Jesús al 25 de diciembre.  Hoy, el 24 de junio, estamos celebrando el nacimiento de san Juan Bautista.  No es por casualidad que estas fiestas quedan casi seis meses aparte.  Pues Jesús es como el sol naciente que nos trae la esperanza de la vida.  La Iglesia demuestra esta verdad por fijar su nacimiento al solsticio del invierno.  Desde entonces la luz del día, al menos en el hemisferio norteño, se hace más larga.  Entretanto la Iglesia coloca el nacimiento de Juan al solsticio verano.  Desde ese día la luz del día comienza a disminuirse.  Pues Juan dice en un evangelio: “’Es necesario que él (Jesús) crezca, y que yo disminuya’” (Juan 3:30).

Sin embargo, no deberíamos pensar en Jesús y Juan como opuestos a uno y otro.  No es que fueran enemigos ni siquiera adversarios.  Ni es que Jesús valga mientras Juan sea marginado.  Más bien los dos son complementarios.  Se llevan bien como la mano en un guante.  Siempre daremos la preeminencia a Jesús como el Señor.  Pero nos hace falta reconocer la importancia de Juan como quien nos presenta al Señor.  Los chinos hablan de yin y yang como principios complementarios.  El yang es la fuerza positiva como la luz y el amor.  Se puede identificar a Jesús con este principio.  El yin es la fuerza negativa como la oscuridad y el temor.  Se identifica este principio con Juan.  Los dos son buenos pero tienen papeles diferentes.

En el evangelio los dos, Jesús y Juan, predican el mismo mensaje básico: “’Arrepiéntanse porque el reino del cielo está cerca’” (Mateo 3:2 y Mateo 4:17).  Pero hay diferencia en el motivo de sus exhortaciones.  Para Juan tenemos que arrepentirnos o seremos destruidos por la ira del Altísimo.  Jesús, en cambio, quiere que nos arrepintamos para que no faltemos el amor de Dios Padre.   Tal vez la advertencia de Juan tenga más probabilidad de movernos a responder.  Después de todo nadie quiere ser devorado en un incendio.  Sin embargo, es la confirmación amorosa del Santísimo que anhelamos sobre todo.

Juan es el precursor.  Viene antes de Jesús anunciando su llegada.  Lo hace hacia el fin de su vida cuando proclama en el desierto: “’El que viene detrás de mí…es más poderoso que yo’” (Mateo 3:11).  También anuncia Juan la presencia del salvador desde el seno de su madre al principio de su vida.  Dice el evangelio de san Lucas: “Tan pronto como Elizabet oyó el saludo de María (embrazada con Jesús), la criatura saltó en su vientre” (Lucas 1:41).  Además Juan proclama el adviento del Señor por su vida de penitencia.  Lleva pelo de camello y practica la dieta de saltamontes para decir que ya no es tiempo de flojera.  Más bien es la última oportunidad para prepararse para el Señor. 

Como somos llamados a vivir como Jesús, somos para imitar a Juan también.  No es necesario que llevemos pelo de camello, pero sí deberíamos anunciar la presencia del Señor.  Inclinar la cabeza cuando pasamos una iglesia católica indica al mundo que el Señor está allí dentro del santuario.  Asimismo rezar en público antes de comer muestra a los demás que vivimos por más del pan de la mesa.  Después de todo, la religión no es estrictamente un asunto privado.  A toda la sociedad le falta a Dios.  Él viene para asegurar que nadie sea marginado.  Él viene para enseñarnos que la penitencia y el gozo son complementarios como el yin y el yang.   Él viene para confirmar a todos en el amor.

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