EL DÉCIMO DOMINGO ORDINARIO
(Génesis
3:9-15; II Corintios 4:13-5:1; Marcos 3:20-35)
“’¿Dónde
estás?’” Se puede dirigir la pregunta que hace Dios a Adán en la primera
lectura a cada uno de nosotros. Pero la
pregunta a nosotros no tiene que ver tanto con el lugar del cuerpo sino el
lugar del alma. ¿Estoy más cerca a Dios
o a Satanás? ¿Estoy inclinado al bueno o
al malo? ¿Vivo por los demás o sólo por mi
propio bien? ¿Dónde estoy?
San
Pablo no tiene duda dónde está él. Ha
entregado su vida al servicio de Cristo.
Como expresa en la segunda lectura, está desgastándose con el anuncio de
la resurrección de Jesús. Aunque algunos
han negado sus motivos, él lleva en su cuerpo las marcas de la campaña. No se puede decir otra cosa. Pablo ha dado de sí mismo cien por ciento
para colocar a los corintios en el camino de la vida.
¿Dónde
estamos? ¿Podemos como Pablo apuntar a
varias personas a las cuales hemos apoyado en la fe? Esperemos que hayamos fortalecido la fe al
menos de nuestros hijos. Si hemos
bendecido la comida antes de consumirla, nuestra respuesta será sí. Si hemos rezado con ellos antes de acostarse,
también la respuesta será sí. Sobre todo
si los hemos llevado a la misa dominical, la respuesta será sí. Ellos han aprendido de nosotros que la vida
es un don de Dios a quien debemos el agradecimiento.
Hablamos
del “buen ladrón”. Supuestamente el
“buen ladrón” es el bandido crucificado al lado de Jesús. Según el evangelio de Lucas (y sólo Lucas)
este hombre pide al Señor que se acuerde de él en la gloria. Y Jesús se lo promete. Por eso, se le merece el título el “dichoso
ladrón”, no el “buen ladrón”. En el
evangelio hoy Jesús se refiere a sí mismo como un ladrón. Pues él es quien que ha metido a la casa de
Satanás, el príncipe del mundo, para robarle de la humanidad caída. Él nos ha quitado la idea que nuestra vida es
sólo nuestra producción. Por eso,
podemos gastarla como nos dé la gana. Jesús
nos ha dejado con la seguridad que somos amados por Dios para siempre.
¿Dónde
estamos? ¿Estamos con Jesús, el “buen ladrón”?
Nuestra respuesta es “sí” si vamos a las periferias para sacar a los
necesitados de la miseria. La periferia,
como diría el papa Francisco, también es más lugar del alma que del
cuerpo. Es dondequiera no estemos
cómodos. Puede ser la casa de nuestros
suegros a quienes sospechamos que no les caigamos bien. Más probable es el asilo de ancianos que nos recuerda
de la fragilidad humana. O puede ser una
cárcel que nos colme con el temor. Allá
ataremos a Satanás, el hombre fuerte, por dominar nuestros deseos. Arrebataremos a los necesitados de la miseria
por mostrarles la compasión.
La
periferia para unas mujeres es el servicio de alimentos para los pobres de la
calle. La primera vez que vienen, las
damas sienten el temor. Pero pronto se
dan cuenta que los pobres no son más violentos ni más rudos que otros
grupos. Los llaman por nombre y les
permiten a ayudar con la limpieza. Se
puede decir que les roban de la miseria y les suministran la dignidad. Seguramente ellas están con Jesús.
1 comentario:
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