El domingo, 4 de agosto de 2019


DECIMOCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiastés 1:2.2:21-23; Colosenses 3:1-5.9-11; Lucas 12:13-21)

Nos enseña la Biblia que “el dinero es la raíz de todo mal”, ¿no es cierto? No exactamente.  Dice la primera carta de San Pablo a Timoteo que “el amor de dinero” es el problema.  Se llama “el amor de dinero” la avaricia.  Deja muchos rastros en la Biblia.  Los grandes profetas de Israel escribieron mucho de la avaricia.  Jesús, quien es el profeta de los profetas, no fallaba hablar sobre ella.  De hecho, comenta más en la avaricia que en los otros tipos de pecado.  Tal vez se encuentren sus pensamientos más profundos del tema en el evangelio de hoy.

Cuando una persona le pide ayuda con su herencia, Jesús responde con la parábola del granjero.  Interesantemente, no indica que el granjero es persona mala.  No dice que roba, estafa, o siembra cocaína.  Sólo dice que el hombre quiere construir graneros más grandes para almacenar su cosecha.  ¿Qué es el problema?  El problema está en que quiere construir graneros, almacenar su cosecha, y tener más dinero sólo por sí mismo.  Dios no le llama codicioso sino “¡Insensato!”  No piensa en nadie más que si mismo.

El jueves es la fiesta de Santo Domingo, el fundador de la Orden de Predicadores.  Este varón de Dios actuaba de una manera completamente contraria al granjero.  Una vez había una hambruna en el área donde Domingo estaba estudiando.  El precio del alimento se hizo tan alto que los pobres no podían comprarlo.  Domingo vendió todas sus pertenencias – aun los pergaminos que estudiaba -- para conseguir comida por los pobres.  Dijo: “No estudiaré en pieles muertas mientras los hombres mueren de hambre”. 

La palabra avaricia origina de una palabra latín para anhelar.  Es anhelo excesivo para la riqueza.  La persona avariciosa piensa que con más cosas podría ser satisfecho.  Pero la verdad es que no se cansa de amontar la riqueza.  Una vez se le preguntó al señor John Rockefeller, entonces la persona más rica en el mundo, ¿cuánto dinero le bastaría?  Respondió: “Sólo un poco más”.  No es por nada que dice la primera lectura: “Todas las cosas, absolutamente todas, son vana ilusión”.

El problema al fondo es que la avaricia tiene la tendencia de doblarse en sí mismo.  La persona avariciosa no quiere usar el dinero para el bien de los demás sino aprovechárselo por sí mismo y los suyos. Piensa que con más dinero será más apreciado.  Esta misma tendencia mueve a aquellos que ponen a sí mismos en deuda con tarjetas de crédito.  Piensan que serán más admirados si se ven con toda invención nueva de Apple.  Pero no infrecuentemente este tipo de “consumismo conspicuo” resulta en personas temerosas y ajenas de sus prójimos.  También puede desembocar en la pérdida de la vida eterna.  Por esta razón la segunda lectura de la Carta a los colosenses exhorta que los cristianos “den muerte” a la avaricia.

Para combatir la avaricia se recomienda la liberalidad o, si se prefiere, la generosidad.  Esta virtud inclina a la persona compartir libremente lo que le sobra con los demás.  La persona generosa tiene compasión en los necesitados.  Provee a los pobres para que tengan los recursos para sobrevivir y aún prosperar.  Por esta razón las grandes organizaciones caritativas hacen más que distribuir raciones de pan.  Proveen los requisitos para ayudar a la gente cultivar cosechas y hacer negocios.


Para disminuir la avicia el hombre una vez considerado el más rico en el mundo tuvo una idea interesante.  En lugar de hacer una lista de las personas más ricas, quería componer una lista de las personas que donan lo más a organizaciones caritativas.  Recordando la historia evangélica de la ofrenda de la viuda pobre, no se puede decir que las personas que donan más sean los más generosos. Tal vez esta lista no resuelva el problema de la avaricia.  Pero parece como un paso positivo.

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