DECIMOCTAVO DOMINGO ORDINARIO
(Eclesiastés 1:2.2:21-23; Colosenses
3:1-5.9-11; Lucas 12:13-21)
Nos
enseña la Biblia que “el dinero es la raíz de todo mal”, ¿no es cierto? No
exactamente. Dice la primera carta de
San Pablo a Timoteo que “el amor de dinero” es el problema. Se llama “el amor de dinero” la
avaricia. Deja muchos rastros en la
Biblia. Los grandes profetas de Israel
escribieron mucho de la avaricia. Jesús,
quien es el profeta de los profetas, no fallaba hablar sobre ella. De hecho, comenta más en la avaricia que en
los otros tipos de pecado. Tal vez se
encuentren sus pensamientos más profundos del tema en el evangelio de hoy.
Cuando
una persona le pide ayuda con su herencia, Jesús responde con la parábola del
granjero. Interesantemente, no indica
que el granjero es persona mala. No dice
que roba, estafa, o siembra cocaína.
Sólo dice que el hombre quiere construir graneros más grandes para
almacenar su cosecha. ¿Qué es el
problema? El problema está en que quiere
construir graneros, almacenar su cosecha, y tener más dinero sólo por sí
mismo. Dios no le llama codicioso sino
“¡Insensato!” No piensa en nadie más que
si mismo.
El
jueves es la fiesta de Santo Domingo, el fundador de la Orden de
Predicadores. Este varón de Dios actuaba
de una manera completamente contraria al granjero. Una vez había una hambruna en el área donde
Domingo estaba estudiando. El precio del
alimento se hizo tan alto que los pobres no podían comprarlo. Domingo vendió todas sus pertenencias – aun
los pergaminos que estudiaba -- para conseguir comida por los pobres. Dijo: “No estudiaré en pieles muertas
mientras los hombres mueren de hambre”.
La
palabra avaricia origina de una palabra latín para anhelar. Es anhelo excesivo para la riqueza. La persona avariciosa piensa que con más
cosas podría ser satisfecho. Pero la
verdad es que no se cansa de amontar la riqueza. Una vez se le preguntó al señor John
Rockefeller, entonces la persona más rica en el mundo, ¿cuánto dinero le
bastaría? Respondió: “Sólo un poco
más”. No es por nada que dice la primera
lectura: “Todas las cosas, absolutamente todas, son vana ilusión”.
El
problema al fondo es que la avaricia tiene la tendencia de doblarse en sí
mismo. La persona avariciosa no quiere
usar el dinero para el bien de los demás sino aprovechárselo por sí mismo y los
suyos. Piensa que con más dinero será más apreciado. Esta misma tendencia mueve a aquellos que
ponen a sí mismos en deuda con tarjetas de crédito. Piensan que serán más admirados si se ven con
toda invención nueva de Apple. Pero no
infrecuentemente este tipo de “consumismo conspicuo” resulta en personas
temerosas y ajenas de sus prójimos.
También puede desembocar en la pérdida de la vida eterna. Por esta razón la segunda lectura de la Carta
a los colosenses exhorta que los cristianos “den muerte” a la avaricia.
Para
combatir la avaricia se recomienda la liberalidad o, si se prefiere, la
generosidad. Esta virtud inclina a la
persona compartir libremente lo que le sobra con los demás. La persona generosa tiene compasión en los
necesitados. Provee a los pobres para
que tengan los recursos para sobrevivir y aún prosperar. Por esta razón las grandes organizaciones
caritativas hacen más que distribuir raciones de pan. Proveen los requisitos para ayudar a la gente
cultivar cosechas y hacer negocios.
Para disminuir
la avicia el hombre una vez considerado el más rico en el mundo tuvo una idea
interesante. En lugar de hacer una lista
de las personas más ricas, quería componer una lista de las personas que donan
lo más a organizaciones caritativas.
Recordando la historia evangélica de la ofrenda de la viuda pobre, no se
puede decir que las personas que donan más sean los más generosos. Tal vez esta
lista no resuelva el problema de la avaricia.
Pero parece como un paso positivo.
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