El domingo, 16 de febrero de 2020

EL SEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiástico 15:16-21; I Corintios 2:6-10; Mateo 5:17-37)


Hace veintiséis años un judío sabio escribió un libro titulado Un rabí habla con Jesús.  Su planteamiento era respetoso pero a la misma vez crítico de nuestro Señor.  Dijo que hasta un punto él podría concordar con Jesús.  Pero donde Jesús habla de cambiar la ley judía – continuó el rabí – tenía que partirse de él.  El evangelio hoy nos cuenta de la parte del Sermón del Monte en la cual Jesús desarrolla la ley.  Que lo examinemos para ver si estamos listos a acompañarlo por todo el camino. 

En este evangelio Jesús no actúa como Moisés.  No es un intermedio llevando preceptos nuevos de Dios al pueblo. Más bien reclama ser el autor de los preceptos nuevos.  Dice seis veces: “Han oído ustedes (en la ley)…pero yo les digo (el nuevo precepto)”.  No menciona tampoco la fuente de su autoridad.  No dice que "los estudios" o "los sabios" recomienden los cambios.  Simplemente declara la fórmula seis veces indicando que él mismo prescribe los desarrollos.  En otras palabras Jesús se presenta a sí mismo como Dios legislando por el bien del pueblo. 

Los desarrollos tocan a la persona en áreas de la vida muy sensibles: las emociones, las relaciones más íntimas, y la integridad personal.  En cada caso Jesús exhorta a sus discípulos que limite el yo por el bien de los demás.  La primera cosa que él manda es que controlemos el enojo.  En lugar de explotar cuando el otro hace algo que percibimos como incorrecto, que tratemos de dialogar con él o ella.  Si no podremos aprobar su acción, al menos tendremos mayor entendimiento del uno y el otro.

En lugar de mirar a otras mujeres con deseo, deberíamos pensar en ellas como hermanas.  Ciertamente quedarnos “castos con los ojos” nos reta en esta época de así llamado "liberación sexual".  Una dificultad tiene raíz en las mujeres a menudo vistiéndose para llamar atención a sus partes privadas.  Otra es que el Internet lleva sinnúmero imágenes estimulando los deseos.  Sin embargo, se debe recordar que el sexo siempre ha estimulado los hormones de modo que se resistiera sólo con esfuerzo.

Precisamente porque los deseos sexuales abundan, muchas personas se casan sin pensar bien.   Entonces descubren que sus esposos o esposas no van a traerles la felicidad que imaginaban antes.  Quieren divorciarse, pero Jesús rechaza este modo de resolver la ruptura de la relación.   Llama a las parejas para hacer sacrificios mutuos de modo que vivan juntos en la paz.  Sí, es una cruz pesada, pero llevarla no nos deja vacíos.  Más bien, como en el caso de otros grandes sacrificios, nos rinde más humildes y fuertes como Cristo.

El rechazo de Jesús de juramentos puede confundirnos.  ¿No es que juramos en la corte cuando nos llaman a dar testimonio?  Aun San Pablo menciona “Dios” para verificar sus palabras (Gálatas 1,20).  No vamos a resolver este dilema.  Pero deberíamos tomar a pecho lo que dice Jesús al final de esta sección: “’Digan simplemente sí, cuando es sí; y no, cuando es no’”.  Quiere decir que siempre digamos la verdad sin andarse con rodeos.

Jesús sigue con dos más preceptos nuevos.  Estos se tratarán en el evangelio del domingo próximo.  Pero hemos examinamos suficientes para comprender su propósito.  Jesús está enseñándonos lo necesario para vivir como auténticos discípulos suyos.  Quiere que asemejemos la perfección de Dios porque, pues, somos sus hijos e hijas.  En la segunda lectura san Pablo habla de una sabiduría divina y misteriosa.  Tiene en mente la sabiduría de la cruz que lleva al portador a la vida eterna.  Es el destino a lo cual Jesús nos dirige por prescribir los seis preceptos nuevos.  Quiere prepararnos para la vida eterna. 

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