El domingo, 9 de febrero de 2020


QUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 58:7-10; I Corintios 2:1-5; Mateo 5:13-16)

El papa San Juan Pablo II llamó el Sermón del Monte “la Magna Carta de la moral cristiana”.  Quería decir que este discurso de Jesús forma la constitución básica del cristianismo.  Pone en relieve nuestros beneficios y obligaciones como seguidores de Cristo.  El evangelio de hoy completa la introducción del sermón.  Jesús ya ha mostrado a sus discípulos la meta de la felicidad con las bienaventuranzas.  Ahora nos inspira a pensar en nosotros mismos con nuevas imágenes.  En lugar de considerar de nosotros mismos como ricos y pobres o mujeres y hombres, sugiere cosas más ilustres.  Dice que deberíamos ver a nosotros mismos como la sal y la luz.

Se usa la sal en un cien modos desde saborear la comida a exorcizar al diablo.   Por llamar a sus discípulos “la sal de la tierra” Jesús quiere que seamos útiles a las demás personas.  Nos pide que vivamos haciendo obras buenas para todos.  Los voluntarios en el hospital ejemplifican bien la sal de la tierra.

Jesús sabe nuestros corazones mejor que nosotros.  Sabe de su tendencia a utilizar obras buenas para propósitos egoístas.  Por eso incluye la advertencia que no permitamos que nuestra sal vuelva “insípida”.  Nuestra sal se hace así cuando nuestros hechos llaman atención a nosotros mismos.  Va a decir mucho más sobre la corrupción de buenas obras más adelante en el sermón.

Jesús compara a sus seguidores con cosa aún más útil que la sal.  Dice que somos “la luz del mundo”.  Recordamos como Mateo describió a Jesús como la luz a la gente viviendo en las tinieblas.  Ahora Jesús dice que nosotros, sus discípulos, también tenemos que alumbrar el camino y guiar a la gente.  Siempre en este evangelio de Mateo se asocian obras buenas con la luz.  Las cinco vírgenes de quienes se dice faltan el aceite para sus lámparas realmente faltan obras buenas.  Por compararnos a una ciudad en un monte Jesús indica que colaboremos con uno y otro.  No se puede ver una sola luz de lejos, pero una ciudad de luces, sí se puede ver por millas.

En la segunda lectura Pablo recuerda a los corintios que él no vino predicando con la elocuencia.  Su propósito no era recoger dinero para sí mismo.  Más bien dejó el poder de la cruz de Cristo tomar posesión de sus almas para que él reciba la gloria.  Jesús indica la misma cosa con la advertencia a no poner la vela debajo de una olla.  Eso es, que no brillemos para glorificar a nosotros mismos.  Más bien que actuemos siempre para que Dios reciba la gloria.  

Por las bienaventuranzas y las imágenes nuevas Jesús nos presenta el patrón de su sermón.  En los pasajes que siguen él llenará este patrón con instrucciones tan retadoras como “ama a tu enemigo”.  Será una lucha llevar a cabo sus tareas.  Pero que no nos preocupemos de esto.  Además de llamarnos sal y luz Jesús nos llama sus hermanos y hermanas.  Es como si quisiera decirnos: “siempre los acompañaré en la lucha". Siempre nos acompañará Jesús.

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