EL CUARTO DOMINGO DE PASCUA
(Hechos
2:14.36-41; I Pedro 2:20-25; Juan 10:1-10)
A veces se hace pensar por qué Jesús escogió a Pedro como jefe de su
iglesia. Pedro pareció torpe cuando no
aceptó la profecía de Jesús que iba a
sufrir. También negó a Jesús tres veces
después de declarar que nunca lo haría.
Sin embargo, en las lecturas hoy Pedro muestra claramente las
capacidades del liderazgo. En la primera
lectura no tiene miedo de echar la culpa a los judíos por la crucifixión de
Jesús. Pero notamos cómo no se queda con
acusaciones. Más bien ofrece a la gente
la oportunidad de alcanzar la vida eterna.
En la segunda lectura Pedro estimula la fe de los cristianos bajo la
persecución. Les recuerda del sacrificio
que hizo Jesús para salvarlos. Entonces
pide que imiten al Señor para tener la convivencia con él para siempre. Pedro dio su vida como testimonio de esta
enseñanza. No existen datos exactos pero
se piensa Pedro tuvo escrita esta carta en Roma. Allí vivió por unos años antes de su martirio
durante la persecución del emperador Nerón.
Podemos ver otras cualidades de líderes valerosos en el evangelio hoy.
Jesús se llama a sí mismo como “la puerta del redil.” Tiene que vigilar para que los bandidos no
maten a su grey. También la puerta sirve
como salida de las ovejas buscando pasto. Aplicando esta comparación al
liderazgo, Jesús tiene dos tareas en cuenta.
En primer lugar, los líderes tienen que proteger a sus gentes del
peligro. Y segundo, tienen que asegurar
que se cumplan sus necesidades básicas.
Esta lección atañe ambos a los líderes de la Iglesia y a aquellos de la sociedad. Del papa y los demás clérigos esperamos que
nos protejan de tendencias equivocadas.
Por esta razón, el papa Francisco no cesa de advertirnos de la “cultura
de descarte”. Aplica este término
mayormente a dos grupos. Muchos bebés son
abortados porque no convienen a los planes de sus padres. Asimismo, los pobres a
menudo son consignados a los margines de la sociedad. En cuanto a necesidades básicas, el clero tiene
la responsabilidad de proveer a los fieles con el “pan de vida”, la Eucaristía.
Covid-19 nos ha mostrado cómo miramos a los gobernantes para el
liderazgo. Han tenido que hacer
decisiones duras en las últimas semanas por el bien del pueblo. Primero, cerraron los negocios para asegurar
que el virus no se propague. Ahora
tienen que especificar las restricciones prudentes para sus reaperturas. Mientras haciendo estas determinaciones, han
tenido que supervisar la distribución de suministros médicos con la justicia. Ellos regularmente reciben nuestras críticas
pero les hacen falta más nuestras oraciones.
En la última frase del evangelio hoy Jesús indica lo que va a declarar en
los próximos versículos. Él es el “buen
pastor” que viene para dar la vida “en abundancia”. Por decir “abundancia” no indica cosas
materiales: coches de lujo, viajes en los cruceros, teléfonos nuevos cada
año. No, “la vida en abundancia” es algo
espiritual. Es sentir en el corazón la
gratitud por las experiencias que comprenden nuestras vidas. Es compartir desde el corazón con amigos de
diferentes razas, clases, y modos de pensar.
Es tener la esperanza de la vida eterna por haber cumplido la voluntad
del Señor.
La figura del Bueno Pastor siempre ha tenido un gran atrajo para los
cristianos. Está entre las primeras
imágenes de Jesús encontradas en la historia.
Tal vez su atracción se arraiga en el hecho que vemos a Jesús también
como el cordero. De esta manera Jesús se
presenta como el misterio que es. Es más
allá que pueda alcanzar nuestra mente.
Como cordero nos redime de nuestros pecados; como pastor nos proteja de
los engaños del maligno. Como cordero nos da de comer con su carne, la
Eucaristía; como pastor nos consuela en nuestras pruebas y dificultades. Como
cordero nos muestra cómo vivir inocentes y sumisos a Dios. Y como pastor, nos guía a la vida
eterna.