EL DECIMOSÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO
(I Reyes
3:5-13; Romanos 8:28-30; Mateo 13:44-46)
Hagia
Sophia es nombre de
una estructura religiosa magnífica en Estambul, Turquía. Fue construida como una iglesia dedicada a
Cristo en el sexto siglo. Pero cuando
los musulmanes tomaron la ciudad en el siglo quince la convirtieron en una
mezquita. Entonces en el siglo veinte el
presidente secularista del país lo hizo un museo. Probablemente quería pacificar los reclamos para
el edificio de las diferentes religiones.
Se ha aparecido en las noticias de nuevo porque el presidente actual acaba
de reconvertirla en una mezquita.
Hagia
Sophia significa la
“santa sabiduría” en griego. Entonces,
¿cómo puede ser que una iglesia dedicada a Cristo tiene el nombre “santa
sabiduría”? La respuesta no es
complicada. Para los ortodoxos este nombre siempre refiere a Jesucristo. Los orientales piensan de Jesús como la Santa
Sabiduría como nosotros en el Occidente pensamos de él como el Verbo
Encarnado.
En la
Primera Carta a los Corintios San Pablo llama a Jesucristo “la sabiduría de
Dios” (1,24). Quiere enfatizar que, siguiendo a él, los cristianos pueden llegar
a la salvación. Por eso, la sabiduría de
Dios vale más que la filosofía de Platón y Aristóteles, más aún que la Ley de
los judíos. Pero Jesús no habla de la sabiduría
en el evangelio sino del Reino de Dios.
Para Jesús el Reino vale más que cualquiera otra cosa.
Jesús
dice que encontrar el Reino es como un campesino descubriendo un tesoro en el
campo o un comerciante hallando una perla fina.
Es decir, encontrando el Reino cumple los deseos más profundos de ambos
los pobres y los ricos. En el tiempo de
Jesús los ricos solían enterrar sus riquezas en el campo para esconderlos de
los ladrones. A veces murieron sin clamando
sus tesoros. Si un campesino labrando el
campo encontró el tesoro escondido por casualidad, haría todo posible obtener
el campo. Fue igual con el comerciante que
encontró una perla fina en la pesca. La
perla entonces era más valiosa, según algunos, que el oro. El comerciante haría todo posible para
comprar la perla de los pescadores.
Jesús nos dice que como el campesino valora el tesoro escondido y el
comerciante valora la perla fina, deberíamos valorar nosotros el reino de Dios.
Como San
Pablo nosotros encontramos el reino de Dios precisamente en Jesucristo. Él es nuestro hermano que hace la vida rica. Nos enseña como vivir con la nobleza aunque
no tenemos más que la comida para el día hoy.
Nos reta cuando pensamos en nosotros como mejores que otras personas
porque somos americanos, educados u por otra superficialidad. Y Jesús nos consuela en los tiempos difíciles
con la promesa de la vida eterna a sus fieles.
En la primera lectura Salomón pide la sabiduría para gobernar su reino
vasto. Su oración se asemeja a nuestra
para conocer a Jesús mejor. Con Jesús
podemos gobernar a nosotros mismos y a nuestras familias para que nos paremos íntegros
en un mundo bien decaído.
¿Qué nos
aconsejaría a hacer la Santa Sabiduría en el caso de la Hagia Sophia de
Estambul? Siendo Cristo no nos dirigiría
a hacer guerra para clamarla. Más bien, nos recomendaría que expresemos nuestra
desilusión con el cambio. Entonces, nos
diría a dialogar con los turcos para que un día se restaure a un lugar para
todas las religiones. No es un tesoro
para ser escondido de otras religiones.
Más bien, es como una perla fina para ser apreciada por el mundo entero.
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