EL DECIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO
(Isaías
55:10-11; Romanos 8:18-23; Mateo 13:1-23)
“Palabras son baratas”,
dicen algunos. No son necesariamente
cínicos, sólo personas de la experiencia.
Todos nos hemos encontrado con mentirosos y estafadores que ocupan
palabras para engañar. Pero no es que
todos hablen falsamente. Esperamos
palabras de verdad de nuestros médicos y maestros. Podemos contar con Dios sobre todo para
decirnos la verdad.
Dios nos habla primero
en la naturaleza. Podemos leer su amor
para nosotros en la grandeza de las montañas y la belleza de las flores. Observando el propósito de las tendencias
naturales, podemos discernir las leyes de Dios.
Más directamente, Dios nos habla a través de la Escritura. La primera lectura hace hincapié en el poder
de la palabra de Dios dicho por los profetas.
Nunca falla de cumplir su fin. Los
judíos estaban sufriendo la humillación en Babilonia cuando Dios dijo
“basta”. Entonces se les permitió a
volver a su país para comenzar de nuevo como una nación.
Dios habla su palabra
más definitiva con su Hijo, Jesucristo.
Él vino al mundo para revelar el amor del Padre a toda persona humana. Su revelación no se manifiesta solamente por
palabras sino también con acciones. Sus
curas manifiestan la voluntad de Dios que todos vivan en una naturaleza
renovada del desorden mencionado en la segunda lectura. Sin embargo, la acción preeminente del amor
fue su pasión y muerte en la cruz.
El evangelio habla de
las semillas esparcidas en todas partes.
No hay ninguna parte del campo que no reciba los granos. La parábola indica cómo que el evangelio
llevando la historia del sacrificio del Hijo de Dios por el mundo se dispersa
por todas partes. Todos tipos de gentes
lo oyen y lo responden según su propia disposición. La parábola describe cuatro disposiciones de
personas como condiciones de la tierra: la orilla del camino, la tierra poca
profunda, la tierra con espinos, y la tierra fértil. Vale la pena reflexionar sobre cada una de
estas condiciones con atención en lo que querría decir hoy en día.
Algunas personas no
quieren salir de la calle. Piensan en la
vida como una gran competencia para sacar el más placer posible. Sus palabras son a menudo falsas y se enfocan
en sexo crudo. No pueden entender el
amor gratuito de Dios que quiere incluirnos en su familia. Como dirá Jesús, estas personas han sido
llevadas por el diablo.
Otro tipo de persona escucha
con interés la palabra de Dios. Se
percatan con la promesa de la vida eterna, y se dicen a sí mismos que van a
seguir al Señor Jesús. Desgraciadamente
no tienen la consistencia para cumplir el plan.
Son como tierra poca profunda. Pasan
día tras día en frente a la televisión o digitando sus teléfonos. Dicen “mañana, voy a comenzar”, y el día
siguiente repiten la misma cosa.
La gente del tercer
grupo también responde favorablemente a la historia de Jesús en el principio. Quieren seguirlo, pero quieren seguir también
cosas que a menudo corren al rumbo contrario. Al nombrar sólo tres hay el
poder, el prestigio, y la plata. No
malos en sí mismo, estas atracciones pueden ahogar a la persona de modo que se
olvide de los valores más fundamentales como la justicia y el bien común. Varios candidatos políticos hoy en día parecen
caracterizar este planteamiento. Dicen
que son católicos, pero no dejan de apoyar el aborto y el matrimonio gay.
La “tierra buena”
describe la gente que aman a todos los hombres tanto como a Dios. Son personas que reconocen su pobreza sin
Dios y su riqueza con Él. No les hace
caso el gasto de tiempo, energía, y dinero en el servicio a los demás por la
gloria de Dios. Son personas que se acogen
a los pobres como sus amigos. Como Jesús
mismo quieren sembrar semillas de paz y amor entre la gente.
En lugar de pensar en
nosotros mismos como un tipo de tierra, es mejor considerarnos como un
campo. Nuestro campo tiene todos los
cuatro tipos de tierra mencionados en la parábola. Somos en parte camino, en parte tierra poca
profunda, en parte tierra con espinos, y en parte tierra buena. Nuestra tarea en la vida es labrar el campo
para que toda la tierra rinda productos.
Tenemos que cubrir el camino con tierra por evitar lo grosero que
estropea el alma. Tenemos que añadir
tierra a la parte de poca profundidad por cumplir las promesas que hacemos a
Dios y a los demás. Y tenemos que
arrancar los espinos de cosas frívolas de nuestras vidas. Entonces vamos a estar
apoyando a nuestros compañeros, dando gloria a Dios, y conservando la esperanza
de la vida eterna para nosotros mismos.
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