El domingo, 12 de julio de 2020


EL DECIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 55:10-11; Romanos 8:18-23; Mateo 13:1-23)


“Palabras son baratas”, dicen algunos.  No son necesariamente cínicos, sólo personas de la experiencia.  Todos nos hemos encontrado con mentirosos y estafadores que ocupan palabras para engañar.  Pero no es que todos hablen falsamente.  Esperamos palabras de verdad de nuestros médicos y maestros.  Podemos contar con Dios sobre todo para decirnos la verdad.

Dios nos habla primero en la naturaleza.  Podemos leer su amor para nosotros en la grandeza de las montañas y la belleza de las flores.  Observando el propósito de las tendencias naturales, podemos discernir las leyes de Dios.  Más directamente, Dios nos habla a través de la Escritura.  La primera lectura hace hincapié en el poder de la palabra de Dios dicho por los profetas.  Nunca falla de cumplir su fin.  Los judíos estaban sufriendo la humillación en Babilonia cuando Dios dijo “basta”.  Entonces se les permitió a volver a su país para comenzar de nuevo como una nación.

Dios habla su palabra más definitiva con su Hijo, Jesucristo.  Él vino al mundo para revelar el amor del Padre a toda persona humana.  Su revelación no se manifiesta solamente por palabras sino también con acciones.  Sus curas manifiestan la voluntad de Dios que todos vivan en una naturaleza renovada del desorden mencionado en la segunda lectura.  Sin embargo, la acción preeminente del amor fue su pasión y muerte en la cruz.

El evangelio habla de las semillas esparcidas en todas partes.  No hay ninguna parte del campo que no reciba los granos.  La parábola indica cómo que el evangelio llevando la historia del sacrificio del Hijo de Dios por el mundo se dispersa por todas partes.  Todos tipos de gentes lo oyen y lo responden según su propia disposición.  La parábola describe cuatro disposiciones de personas como condiciones de la tierra: la orilla del camino, la tierra poca profunda, la tierra con espinos, y la tierra fértil.  Vale la pena reflexionar sobre cada una de estas condiciones con atención en lo que querría decir hoy en día.

Algunas personas no quieren salir de la calle.  Piensan en la vida como una gran competencia para sacar el más placer posible.  Sus palabras son a menudo falsas y se enfocan en sexo crudo.  No pueden entender el amor gratuito de Dios que quiere incluirnos en su familia.  Como dirá Jesús, estas personas han sido llevadas por el diablo. 

Otro tipo de persona escucha con interés la palabra de Dios.  Se percatan con la promesa de la vida eterna, y se dicen a sí mismos que van a seguir al Señor Jesús.  Desgraciadamente no tienen la consistencia para cumplir el plan.  Son como tierra poca profunda.  Pasan día tras día en frente a la televisión o digitando sus teléfonos.  Dicen “mañana, voy a comenzar”, y el día siguiente repiten la misma cosa.

La gente del tercer grupo también responde favorablemente a la historia de Jesús en el principio.  Quieren seguirlo, pero quieren seguir también cosas que a menudo corren al rumbo contrario. Al nombrar sólo tres hay el poder, el prestigio, y la plata.  No malos en sí mismo, estas atracciones pueden ahogar a la persona de modo que se olvide de los valores más fundamentales como la justicia y el bien común.  Varios candidatos políticos hoy en día parecen caracterizar este planteamiento.  Dicen que son católicos, pero no dejan de apoyar el aborto y el matrimonio gay. 

La “tierra buena” describe la gente que aman a todos los hombres tanto como a Dios.  Son personas que reconocen su pobreza sin Dios y su riqueza con Él.   No les hace caso el gasto de tiempo, energía, y dinero en el servicio a los demás por la gloria de Dios.  Son personas que se acogen a los pobres como sus amigos.  Como Jesús mismo quieren sembrar semillas de paz y amor entre la gente.

En lugar de pensar en nosotros mismos como un tipo de tierra, es mejor considerarnos como un campo.  Nuestro campo tiene todos los cuatro tipos de tierra mencionados en la parábola.  Somos en parte camino, en parte tierra poca profunda, en parte tierra con espinos, y en parte tierra buena.  Nuestra tarea en la vida es labrar el campo para que toda la tierra rinda productos.  Tenemos que cubrir el camino con tierra por evitar lo grosero que estropea el alma.  Tenemos que añadir tierra a la parte de poca profundidad por cumplir las promesas que hacemos a Dios y a los demás.  Y tenemos que arrancar los espinos de cosas frívolas de nuestras vidas. Entonces vamos a estar apoyando a nuestros compañeros, dando gloria a Dios, y conservando la esperanza de la vida eterna para nosotros mismos.

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