El domingo, 13 de junio 2021

 UNDÉCIMO DOMINGO ORDINARIO

(Ezequiel 17:22-24; II Corintios 5:6-10; Marcos 4:26-34)

No se puede ver el embrión humano en sus comienzos.  Pues, es microscópico.  Aun después de una semana tiene el tamaño solo de un grano de arena.  Solo después de cuatro semanas el embrión ha crecido al tamaño de un grano de arroz.  En esta etapa se puede notar diferentes rasgos del cuerpo como la cabeza y el corazón. Sigue creciendo y desarrollándose misteriosamente por toda la vida.  En el evangelio hoy Jesús dice que el Reino de Dios es algo así.

Jesús ayuda a la gente entender el Reino de Dios con las parábolas.  Como nosotros acabamos de usar comparaciones como un grano de arena y un grano de arroz para entender la pequeñez del embrión, Jesús utiliza comparaciones como una semilla en la tierra para entender la dinámica del Reino de Dios. Sus comparaciones siempre son tomadas de la vida diaria de la gente.

Jesús dice que el Reino de Dios comienza como algo minúsculo como un grano de mostaza. El Reino es el verdadero amor que busca solo el bien del otro.  Tal amor comienza con palabras amistosas a una persona de otra raza o comunidad.  Pronto vemos a la persona no muy diferente de nosotros.  Tiene gustos y disgustos, valores y esperanzas más o menos los mismos como nuestros propios.  En tiempo después de conversaciones con varias personas de la misma raza o comunidad aprendemos que podemos confiar en algunos de su género y no podemos poner la confianza en otros.  En breve, las personas de otras razas o comunidades son más o menos como personas de nuestra propia raza o comunidad.

Los negros se hacen irritados cuando los blancos los juzgan no como individuos sino como otras personas de su raza.  Por supuesto, no son juzgados como los mejores de su raza como Barack Obama o Oprah Winfrey sino como los rudos.  En otras palabras, tenemos la tendencia pecaminosa de generalizar en cuanto a los vicios de personas de otras razas.  En contraste, vemos a los peores de nuestra propia raza como individuos.  Con virtudes la dinámica es invertida.  Vemos los buenos de otras razas como individuos mientras generalizamos las virtudes de personas de nuestra propia raza.

Estamos describiendo el racismo que es un pecado serio. Se define el racismo como considerar a algunos seres humanos como inherentemente superiores y otros esencialmente inferiores debido a su raza.  Aunque no todos ni siquiera la mayoría somos culpables de este pecado, es difícil liberarnos de su efecto.  Queremos pensar bien en nosotros mismos, sea nuestra nación, religión, o raza.  Esto no es malo con tal de que en el proceso no pensemos mal de otras naciones, religiones, o razas.  Tenemos que reconocer que hay buenos y malos en todos géneros de gentes incluso a nuestro género. 

El Papa Francisco hizo una parábola para describir el racismo.  Dijo que es como un virus que siempre está mutando.  Añadió que nunca desaparece sino se disimula mientras espera en acecho.  Como en el caso de Covid tenemos que ser vacunados del virus de racismo.  Podemos conseguir la vacuna no solo en una farmacia sino también en la escuela, la iglesia, y otros lugares.  Como la vacuna de Pfizer y de Moderna hay que recibirla con dos dosis.  La primera dosis consiste en alcanzar a una persona de la otra raza con palabras amistosas.  La segunda dosis es incluir a algunos de la otra raza entre nuestros confiados.  De esta manera evitaremos el pecado del racismo.  De esta manera también comenzaremos a experimentar el Reino de Dios. 

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