El domingo, 27 de junio de 2021

 

DECIMOTERCER DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 1:13-15.2:23-24; II Corintios 8:7.9.13-15; Marcos 5:21-43)

Casi todos los miércoles la gente llena la plaza de San Pedro en Roma a las diez de la mañana.  Vienen para ver al papa Francisco.  Escuchan su enseñanza y reciben su bendición.  Entonces tratan de acercarse a él para tomar un selfi con él y, si es posible, tocar su mano.  Se puede pensar en la gente actuando así con Jesús en el inicio del evangelio de hoy.

Como el papa, Jesús llama la atención a sí mismo.  Habla del mucho esperado Reino de Dios y cómo ello está apareciéndose gradualmente semejante a trigo sembrado en el campo.  Entonces viene Jairo, el jefe de la sinagoga, para pedirle un favor a Jesús.  Su hija está grave; ¿no vendría él para tocarla?  Jairo ha puesto su fe en Jesús como las muchas mujeres que luchan contra el aborto hoy en día.  Como Jairo desea que su hija viva, así las mujeres reconocen en los fetos escondidos imágenes de Dios que valen salvarse. 

En la caminata a la casa de Jairo, Jesús encuentra a otra persona que pone su fe en él.  La mujer con hemorragias cree que el mero toque de Jesús la curará.  Sin embargo, en este caso ella no espera que Jesús toque a ella, sino que ella toque a él. Cuando lo hace, sí es curada. Entonces no se queda escondida más. Responde al interrogante de Jesús con toda su experiencia.  Cómo dice la Carta de Santiago, la fe sin las obras es muerta.  Aquí la mujer no falla de actuar en su fe.  De nuevo se puede hacer una comparación con las mujeres que trabajan para poner fin del aborto.  Ellas también actúan, en su caso para salvar a los bebés destinados a la aniquilación.

Desgraciadamente las mujeres pidiendo que las madres den luz a sus hijos no siempre tienen éxito.  Tal vez en nueve de diez casos se encuentran corazones tan distorsionados que quieren seguir adelante con el aborto.  Entonces las mujeres tienen que creer que Dios proporcionará a los bebés la vida eterna.  Creer que Dios nos levantará de entre los muertos es uno de los retos más grandes de nuestra fe cristiana.  Como Jesús toma la mano de la muchacha en el evangelio para levantarla del sueño de la muerte, así levantará al día final a aquellos que han confiado en él.

La primera lectura dice que la muerte no originó con Dios sino con el diablo.  Podemos expandir este concepto por decir que la cultura de la muerte originó con el diablo.  Tentó a Eva y Adán con el propósito que se hicieran como dioses.  El resultado fue la muerte para ellos y todos los seres humanos.  Hoy en día tienta a personas con el placer.  El resultado ha sido tremendo: millones de abortos, suicidios, y vidas desgastadas.  El papa San Juan Pablo II pidió que transformáramos la cultura de la muerte en una de la vida.  Nuestros esfuerzos consistirán no solo de campañas contra el aborto sino también de modos nuevos de vivir. 

En primer lugar y sobre todo, como Jairo viviremos buscando a Jesús.  Lo encontramos, de veras lo tocamos, en la Eucaristía.  Con su apoyo podremos vivir apreciando a toda persona humana.  Como la muchacha recibe la mano de Jesús, tomaremos las manos de todos tipos de personas en la amistad.  Finalmente, como la mujer con hemorragias actuaremos para la vida.  Hablaremos la verdad de la cultura de la muerte y cómo es de nosotros transformarla en una de la vida.  Sí es de nosotros crear una cultura de la vida.

PREGUNTA DE REFLEXIÓN: ¿Qué hago yo para crear una cultura de la vida?

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