El domingo 24 de abril de 2022

 EL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA (O DE LA DIVINA MISERICORDIA),

(Hechos 5:12-16; Apocalipsis 1:9-11.12-13.17-19; Juan 20:19-31)

De vez en cuando viene a la confesión una persona que quiere confesar un pecado del pasado.  Dice que nunca lo había confesado, aunque podría haber sido grave.  Evidentemente la persona siente la culpa por este pecado enterrado en lo recóndito de su conciencia.  Acaba de recordarlo, y quiere quitárselo para que no le disturbe más.  La resurrección de Jesús nos provee el instrumento para recibir el perdón para tal pecado.

Por decir “paz” en su aparición a los discípulos, Jesús no está impartiendo un saludo ordinario.  Dijo en la Última Cena que da una paz que no puede dar el mundo. Es la paz que libra a la persona de todo miedo y la llena a la persona con amor para todos.  Después de mostrarles las heridas de los clavos y la lanza le repite “paz”.  Esta segunda vez indica que los discípulos reciben una porción doble para que la compartan con los demás.  Entonces Jesús les otorga el Espíritu Santo para perdonar pecados.

Por esta paz de Cristo podemos experimentar el alivio de la culpabilidad a través del confesar nuestros pecados a un sacerdote.  No es necesario sacrificar un becerro como hacían los judíos o preguntarnos si realmente somos perdonados.  Solo tenemos que buscar a un cura.  Esto es una gran parte de la Divina Misericordia.  No tenemos que andar cargados por pecados porque Dios nos ha enviado a Su Hijo.  Jesús dio su vida para quitar el pecado del mundo.  También envió a sus discípulos para reconciliar a los cristianos individuos.

Sin embargo, sabemos que relativamente pocos están aprovechándose del Sacramento de la Reconciliación hoy en día.  Hace sesenta años había filas fuera de cada confesionario por dos horas cada sábado por la tarde.  Hoy usualmente se puede contar con los dedos de dos manos todos los penitentes en una hora de confesión.  ¿Qué pasó y cómo podemos remediar la situación?

Muchos no vienen a ser reconciliados porque no ven a sí mismos como pecadores.  No cuentan mentiras, ausencia de la misa dominical, aun, a veces. la fornicación como pecados.  Se preocupan más de ofender los sentimientos de otras personas que de romper un mandamiento de Dios.  

Otros tienen dudas de confesar a un sacerdote porque ven a los sacerdotes como pecadores tan grandes como ellos mismos.  Desgraciadamente algunos sacerdotes han perdido el impulso de vivir tan perfectos como Cristo.  Pero esta corrupción no disminuye la autoridad del sacerdote a perdonar los pecados de otras personas.  Como Tomás en el evangelio, debemos reconocer la presencia de algo sobrenatural en la reconciliación.  Jesús realmente ha resucitado de la muerte.  Él realmente ha dado a los sacerdotes la autoridad para quitar la culpabilidad de otra persona

Uno de los símbolos más prevalentes para la pascua es el polluelo rompiendo el casco del huevo.  Obviamente representa a Jesús saliendo del sepulcro.  Pero podemos anexar otro significado.  Puede representar a nosotros rompiendo la dureza de nuestras cabezas.  En lugar de enterrar los pecados en lo recóndito de nuestra conciencia, que los confesemos regularmente.  De esta manera mostramos el impulso de vivir tan perfectos como Cristo.  De esta manera mostramos el impulso de vivir como Cristo.

 

Para reflexión: ¿Estoy renuente a confesar mis pecados a un sacerdote?  Si estoy, ¿por qué?

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