TERCER DOMINGO DE PASCUA
(Hechos 5:27-32.40b-41; Apocalipsis 5:11-14; John 21:1-19)
Una vez la pesca de bacalao en el Atlántico norte era
fácil. Solo se tenía que bajar una
canasta en el agua para captar el pez.
Según un reportaje, sin duda exagerado, los bacalaos parecían formar un
sendero en la superficie del mar de Terranova a Europa. Por su sobreabundancia el bacalao, tanto como
el conejo, pudiera servir como símbolo de la pascua. De hecho, en el evangelio hoy la abundancia
de pescado indica la presencia de Jesús resucitado.
Se puede dividir el evangelio en tres partes: la gran pesca bajo las instrucciones del Resucitado, el reconocimiento del Resucitado en el compartir del pan, y la comisión de Pedro a guiar el rebaño de Cristo. Cada parte tiene ramificación para nosotros seguidores de Jesús.
La resurrección de Jesús lleva la vida en plenitud. Victorioso sobre la muerte, Jesús compartirá
los frutos de la nueva vida con sus discípulos.
Se indica la abundancia de la vida con la pesca tan enorme que casi
rompe la red. Podemos ver este tipo de
abundancia en las vidas de personas comprometidas a la fe en nuestro
medio. Hace dos años murió un
agricultor, Andrés Carr, en la región delta del estado de Mississippi. No era famoso en el sentido de que su nombre fuera común ni en todo el estado ni en el país.
Sin embargo, su obituario llamó la atención. Tenía una abundancia de amigos y admiradores
además de una esposa de setenta años, cinco hijos, catorce nietos, y diecinueve
bisnietos.
Don Andrés sirvió su parroquia como ministro extraordinario
de la Santa Comunión, maestro de la biblia, presidente del comité de
construcción, y miembro del coro entre otros oficios. Pero tal vez su relación
con Cristo más apreciada fue su participación en la Adoración perpetua. Por años Andrés se levantó en el medio de la
noche de martes para pasar una hora antes del Santísimo Sacramento. Como los discípulos en el evangelio él
conocía al Señor resucitado en el compartir del pan.
Cristo pide compromiso de sus conocidos. En la lectura toma a Pedro a solas para
extraer de él una declaración del amor.
Solo entonces Jesús le encomienda la guía de sus ovejas. Pues tal gran responsabilidad como la dirección
de la Iglesia requiere un amor sin límite.
El Señor Carr demostró este tipo de liderazgo en diferentes sectores de
su vida. Fue primero en el desarrollo de
agricultura por iniciar la riega de sus campos y por reclamar la tierra de las
aguas. Mucho más representativo de su
compromiso a Cristo fue su participación en la lucha para derechos civiles.
Andrés Carr era presidente del programa federal para terminar la pobreza por
seis años. Así inició servicios como la
educación de niños antes de ir a escuela, la ayuda legal, la educación de los
adultos, y el entrenamiento de los trabajadores agrícolas.
En la primera lectura los apóstoles dan un principio
primordial de la fe. Pedro y los demás
dicen al consejo de los judíos la necesidad de obedecer a Dios primero. Solo entonces se podría hacer caso a los
hombres. Vale la pena reflexionar un
poco en lo que este proverbio significa en nuestras vidas. Donde los hombres sugieren que seamos
cómodos, Cristo dice en este evangelio, “Sígueme”. Donde los hombres aconsejan que solo tratemos
bien a nuestros familiares y amigos, Cristo nos insiste: “Apacienta (a todas)
mis ovejas”. Donde los hombres nos aplaudan
cuando seamos tan despreocupados como muchachos de veinte años, la voz del Señor
nos avisa otro. Dice: “…cuando seas
viejo, … otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”. Donde no queremos ir pero donde debemos ir es el sendero de la voluntad de Dios.
Para la reflexión: ¿Cómo he experimentado en mi vida la plenitud,
la presencia de Cristo en la Eucaristía, y la comisión para servir a Cristo?
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