EL CUARTO DOMINGO DE PASCUA, 8 DE MAYO DE 2022
(Hechos 13:14.43-52; Apocalipsis 7:9.14-17,
Juan 10:27-30)
Sin
duda la mayoría de las personas han tenido esta experiencia. Cuando
éramos niños, a veces no pudimos dormir. Pudiera ser una pesadilla o
posiblemente un dolor de estómago que nos molestaba. Levantándonos
de nuestra cama, fuimos a la recamara de nuestros padres. Nuestra
madre nos abrazó y nos invitó pasar la noche con ella y nuestro
padre. Con esta experiencia enterrada en nuestras memorias, honramos
a nuestras madres hoy, el Día de Madre. La experiencia también nos
ayuda entender las palabras de Jesús en el evangelio.
Jesús
dice que sus ovejas escuchan su voz. Eso es, no sólo oyen su voz
sino la esperan. Como los enfermos consultan a un médico, los discípulos se
acercan a Jesús regular y atentamente. Jesús les enseña el camino a
la felicidad duradera. Hoy en día hay tanto ruido en nuestro
ambiente que cuesta discernir la voz de Jesús. Si escuchamos la radio,
los cantos cuentan del deseo carnal. El Internet se llena de
anuncios publicitarios como si somos fuéramos en primer lugar compradores de
cosas. Aun cuando encontramos materias religiosas, pueden ser no más
que fraudes. Por años los predicadores del “evangelio de
prosperidad” han hablado como Jesús quisiera que todos creyentes se pongan
ricos como el rey de Arabia. ¿Es la verdad? Si es, entonces ¿por qué
honramos a Madre Teresa y Francisco de Asís como santos?
Cuando
los padres vienen con su niño para bautizarse, el cura les pregunta: “¿qué
piden de la iglesia para su hijo?” Responden "el Bautismo"
porque, como buenas madres y padres, quieren que sus hijos tengan la vida
eterna como destino. En el evangelio Jesús dice que les da a sus
discípulos “la vida eterna”. ¿De qué está hablando? No se
debería decir mucho del fenómeno de la vida eterna. Pues, es más allá que
alcanza nuestra experiencia. En la segunda lectura el vidente Juan
describe la vida eterna con varios términos diferentes. Dice que
aquellos que tienen la vida eterna son de todas naciones y razas, sirven a
Dios, y no sufren. Pero no es enteramente ellos que sirvan. Añade
que Jesús los pastorea, y Dios les enjuga todas sus lágrimas. Parece
que la vida eterna es el estado donde el amor prevalece. Los que la
tienen ayudan y apoyan a uno a otro de modo que la paz reine en sus corazones.
Ciertamente
queremos poseer la vida eterna. Sin embargo, a veces nos preguntamos
si podemos alcanzarla. Nos vemos a nosotros mismos sucumbiendo a la
ira o, peor, a los deseos de la carne. Sí, es una lucha continua
mantener la victoria de Jesús sobre el pecado. Pero Jesús asegura de
nuevo en el evangelio que nadie puede arrebatarnos de su mano. Como
niños asustados en la cama de sus padres, nos protegerá Jesús. Solo
tenemos que quedarnos cerca de él. Lo hacemos cuando atendemos a su
voz resonando en los sacramentos.
En la primera lectura Pablo y Bernabé se levantan de la persecución. Sacuden el polvo de sus pies y siguen adelante. No maldicen su suerte ni dejan su misión. Saben que han puesto en práctica lo que Jesús les ha pedido. El que ha vencido la muerte va a darles la vida eterna también. La vida eterna también es nuestro destino cuando seguimos a Jesús. No tenemos que preocuparnos por el ruido de la radio o los fraudes del Internet. Solo que escuchemos su voz y la obedezcamos siempre.
Para la reflexión: ¿Qué esperas en la vida eterna? ¿Conforma tu espera a las Escrituras?
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