El domingo, 22 de mayo de 2022

 EL SEXTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 15:1-2.22-29; Apocalipsis 21:10-14.22-23; Juan 14:23-29)

En una historia dos choferes llegan al aparcamiento al mismo tiempo.  Queda espacio para solo un coche.  Los hombres comienzan a discutir sobre quien tendrá el lugar.  Entonces un hombre saca pistola y dispara al otro.  Un chico que ve el crimen pregunta: “¿Realmente se le mató un hombre por un espacio de estacionamiento?” No era solamente por un estacionamiento. Había más en juego que esto.

Con mayor probabilidad no vamos a matar a otra persona por un estacionamiento.  Sin embargo, el enojo puede movernos hacer cosas que lamentaremos.  Palabras echadas en el enojo pueden causar la pérdida de amigos.  Podemos lastimar a un hijo mental si no físicamente por un golpe entregado en la furia. ¿Cómo es que el enojo puede correr fuera del control aun en nosotros?

Cuando percibimos una injusticia, reaccionamos con el enojo.  Por eso, el enojo no es necesariamente malo.  Las Madres en Contra de Manejar Inebrio han sido energizadas por el enojo.  Sus esfuerzos han resultado en una mayor conciencia de la responsabilidad cuando manejamos.  Sin embargo, a veces no atinamos la percepción correcta de la injusticia.  Por el orgullo pensamos que si una cosa se hace inconveniencia para mí es injusticia.  Por orgullo estamos inclinados a hacernos enojados con el chofer enfrente de nosotros manejando el límite legal.  El orgullo nos hace considerar a nosotros mismos como mejor que en realidad somos. 

De alguna manera tenemos que conquistar el orgullo para que no nos enojemos injustamente.  De hecho, superando el orgullo podemos controlar todas las emociones fuertes o, mejor decir, pasiones.  Tenemos que superar el orgullo – el amor del yo -- para que no busquemos a la mujer o el hombre de otra persona.  Tenemos que controlar el orgullo para que no tomemos demasiado sol en la playa.  En el evangelio hoy Jesús nos da la clave para controlar el orgullo.

Está respondiendo a la inquietud de un discípulo: “’¿Por qué te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?’”  Dice que se revela a sus discípulos porque ellos lo aman y cumplen sus mandamientos.  Para controlar el orgullo, el amor del yo, tenemos que amar a Jesús sobre todo.  Esto no es difícil porque es la persona perfecta.  La mayoría de nosotros reconoce a nuestra madre o nuestro padre como más generoso o sabio que nosotros.  Por nuestro conocimiento de Jesús en los evangelios debemos decir que él es aún mejor.  Él merece nuestro amor y obediencia.

Pero no es solo por nuestro esfuerzo propio que controlamos el orgullo, el enojo y las otras pasiones.  Jesús nos ayuda con su paz.  No es la paz transitoria que sentimos al final de un día pero esfumará como un sueño el día siguiente.  No, la paz que nos ofrece Jesús es la paz que ningún dolor, ninguna dificultad puede robarnos.  Es la paz de saber que nuestro destino es la vida eterna con él.  Una vez por la amenaza de una tormenta invernal una universidad anunció que iba a cerrar unos días antes del fin del semestre.  Una universitaria de un lugar lejos de la universidad se quedó en el dormitorio. Sus compañeras le preguntaron cómo iba a volver a casa.  Ella respondió que su padre prometió a recogerla.  “Pero él no puede llegar acá en medio de una nevada”, objetaron sus amigas.  Ella respondió: “Solamente sé que si padre me dijo que iba a venir para mí, él llegará”.  Somos aún más seguros que Jesús vendrá para darnos la vida eterna.  Nada más cuenta mucho cuando tenemos la paz que viene con la garantía de la vida eterna.

¿Cómo conquistar el enojo?  Hemos oído de remedios caseros como salir y gritar el más fuertemente como posible.  Pero Jesús nos ofrece un modo más sencillo y efectivo.  Conquistaremos el enojo y todas las otras pasiones cuando aceptemos su paz.  Es la garantía de un espacio de estacionamiento en la vida eterna.  Es la superación del orgullo por reconocer a Jesús como mejor que nosotros.  Es tenerlo como amigo para siempre.

 

Para la reflexión: ¿Cuándo has sentido la paz de Jesús?  ¿Qué hiciste cuando sentía esta paz?

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