SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
(Hechos
1,1-11; Efesios 1,17-23; Lucas 24:46-53)
La Solemnidad
de la Ascensión se celebraba siempre al jueves de la sexta semana de la
Pascua. Pero en la década de 1960 Roma
permitió un cambio del día. En lugar del
jueves, se podrían celebrarla al domingo siguiente. Por supuesto, el papa sabía que San Lucas
especifica al cuadragésimo día. Pero
probablemente pensaba en los trabajadores que no pudieran llegar a misa durante
la semana. Quería que ellos también participaran
en esta gran fiesta.
Junto con
la Resurrección y el Pentecostés, la Ascensión revela el plan de Dios para la
salvación humana. Reconoce como el
Resucitado ha sido elevado al más alto del cielo como dice la segunda
lectura. Allí con su cuerpo glorificado
ha establecido un lugar físico como nuestro destino último. Allí también Cristo pide al Padre que envíe
al Espíritu para capacitarnos alcanzar nuestra meta. Fortalecidos con el Espíritu podemos dar
testimonio a Jesús en este mundo a menudo hostil. Ambos la lectura de los Hechos y el evangelio
hoy atestiguan esta misión.
En la
primera lectura los discípulos siguen mirando los cielos después del ascenso del
Señor. La escena representa una de al
menos cuatro modos para vivir la vida cristiana. Por este modo seguimos mirando el cielo, eso
es, hacer nada más que esperar el regreso del Señor. No nos importa la misión que él nos dejó. Somos contentos integrarnos en la misa el
domingo y en los chismes el lunes. Como si
lleváramos impermeables para cubrir nuestro espíritu, no permitimos que el
evangelio penetre nuestras vidas diarias.
Otro modo de
vivir la fe es hacer lo contrario. En
lugar de quedarnos ociosos, somos demasiado ambiciosos. Deseamos ver cambios rápidos. Puede ser que enfoquemos en construir nuevo
santuario. O puede ser que queramos iniciar un banco de comida para los pobres. Parece bien, pero si no nos orientarnos con
la oración, a lo mejor nuestros esfuerzos serán en vano. La oración no solo pide la ayuda del Señor
sino también discierne su voluntad. Por
esta razón los discípulos en la lectura no van predicando inmediatamente. No, rezan primero para que reciban al
Espíritu Santo.
El tercer
modo para vivir la fe no es anticipado en las lecturas. Sin embargo, es prominente en el mundo actual. Para aquellos que siguen este modo los
discípulos no ven a Jesús ascendiendo al cielo.
A ellos la Ascensión se ha hecho solo un mito para explicar los
paraderos del cuerpo de Jesús. Tampoco creen
en la resurrección de entre los muertos y en el Espíritu Santo. Hay muchos hoy en día que se llaman a sí
mismos “católicos” pero no aceptan los principios de la fe. Reclaman la
religión como una bodega de costumbres para marcar las etapas de la vida. Vienen a la iglesia para celebrar el
nacimiento, la niñez, la juventud, el matrimonio y la muerte.
San Lucas
quiere el cuarto modo para Teófilo, y los ángeles lo recomiendan para los
discípulos. ¡Ojalá que sea también lo
que nos impulsa adelante! En ello
preparamos con la oración para la misión de proclamar el evangelio. Nos
retiramos también para determinar qué son las necesidades y qué podemos
hacer. Entonces implementamos nuestro
plan. Recientemente los Caballeros de
Colón han dado un ejemplo llamativo. Con
la invasión de Ucrania, los caballeros se unieron con el resto del mundo para
rezar por la paz con justicia. Luego recogieron
recursos para establecer “Centros de Misericordia” en la frontera entre Polonia
y Ucrania. Allá han dado bienvenido a
los refugiados de la guerra. Les proveen
no solo amparo de la hostilidad sino también comida y ropa para sobrevivir.
Hemos
descrito cuatro modos para vivir la fe. Hay
otros. Se puede decir que hay muchos
caminos en una ciudad. Pero no es que
todos nos lleven al mismo lugar. Queremos
tomar aquellos que nos colocan al lado de Jesús. En una forma u otra estos caminos pasan por la
oración y la misión. Si nuestro destino último
es donde Jesús, nuestro camino es la oración y la misión.
Para la
reflexión: ¿Cómo describiría tu modo de vivir la vida cristiana?
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