VIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO
(Proverbios
9:1-6; Efesios 5:15-20; Juan 6:51-58)
Por los
últimos cuatro domingo hemos estado atravesando el capítulo seis del Evangelio
según San Juan. Esta sección del evangelio nos proporciona el significado de la
Eucaristía, “la fuente y cumbre de la vida cristiana”. Los primeros tres
domingo destacaron a Jesús como el Pan de la Vida. Como dijo, él es el pan que bajó
del cielo para que aquellos que crean en él tengan la vida eterna. Hoy la
lectura evangélica enfoque en cómo Jesús transmite su vida en la Eucaristía.
Dice Jesús:
“…el pan que yo les doy es mi carne, para que el mundo tenga vida”. Si fuéramos
muy atentos, nos habríamos dado cuenta de que esta frase parece las palabras de
Jesús en la Última Cena según San Lucas: “Este es mi cuerpo que se entrega por
ustedes…” Vimos antes cómo el Evangelio de Juan usa “carne” en lugar de
“cuerpo” para evitar la ambigüedad. Jesús realmente nos ofrece a sí mismo en la
Eucaristía para ser consumido.
Hace falta
apuntar cómo la vida de Jesús está transmitida al consumidor cada vez que come
su Cuerpo y bebe su Sangre. A los nutricionistas les gusta decir que somos lo
que comemos. Hasta un punto tienen razón. Si comemos frutas y verduras, nos
haremos más sanos. Pero no nos convertimos en lechuga y tomates. Sin embargo, por
tomar la Eucaristía, sí nos convertimos cada vez más en su imagen.
Parece
importante recordar lo que Jesús dijo a la samaritana en su diálogo al pozo de
agua. Dijo que el agua que le diera brotará para vida eterna. Eso es, el agua
del bautismo nos da la apertura de la vida para siempre. Sin embargo, esta vida
rápidamente sería aplastada si no fuera fortalecida con el Cuerpo de Cristo.
Como el comején pudre la madera, el pecado deteriora el alma rindiéndola
incapacitada para algo bueno. Necesita el Cuerpo y Sangre de Cristo para
resistir su efecto destructivo.
Durante la Última
Cena en Juan Jesús usa un metáfora que ayudará a sus discípulos entender la
necesidad de la Eucaristía. Dice que él es la vid y ellos son los sarmientos.
Si los sarmientos no permanecen en él no pueden dar fruto. De veras, si no quedan
conectados con él, se secan y mueren, buenos para nada excepto leña para el
fuego. Podemos añadir que mantenemos en Cristo por comer el pan que es su carne.
La Última
Cena en el Evangelio de Juan no menciona a Jesús bendiciendo el pan con las
palabras: “Esto es mi Cuerpo”. En lugar de repetir esas palabras que escuchamos
hoy en capítulo seis, Jesús muestra el propósito de la Eucaristía cuando lava
los pies de sus discípulos. La Eucaristía no solo nos fortalece para resistir
el pecado, sino aún más nos mueve para hacer obras de amor. Las dos acciones son
sintonizadas. Si no amamos a los demás al menos por desear su bien, vamos a
despreciarlos de una manera u otra. En la carretera si no mostramos la
paciencia con un chofer lento, probablemente lo maldeciremos. ¿No es que vimos
algo semejante en la inauguración de las Olimpiadas? Haber perdido su amor para
Jesús, los directores del programa trataron de burlarse de él.
Ahora
tenemos mejor idea de lo que es la vida eterna. Es amar como Jesús amó.
Iniciamos este amor aquí ahora por el servicio que rendimos a los demás. No es
siempre fácil ni agradable amar como amó Jesús, pero sí vale el esfuerzo porque
nos hemos juntado con Jesús. Este género
de amor no termina con la muerte. Será la palanca que nos levantará de entre
los muertos. Entonces tendremos la plenitud del amor sin dolores y lágrimas en
la presencia física del Señor.
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