El domingo, 25 de agosto de 2024

VIGÉSIMA PRIMERO DOMINGO ORDINARIO

(Josué 24:1-2.15-17.18; Efesios 5:21-32; Juan 6:55.60-69)

Las olimpiadas dejaron a nosotros miradores con bocas abiertas en asombro.  ¿Cómo puede Simon Byles saltar tan alto?  ¿Cómo pueden los chinos levantar pesas tan enormes?  ¿Cómo puede Noé Lyles correr tan rápidamente?  Todos los atletas mostraron el triunfo del cuerpo sobre la letargia y la mediocridad.

Sin embargo, el cuerpo no puede lograr lo que es el más deseable al fin de cuentas.  Pues sobre todo cuando todo está dicho y hecho, no queremos una medalla o la fama internacional.  No, nosotros seres humanos querremos la felicidad para siempre.  Es algo espiritual que no conoce un fin.  Como Jesús dice en el evangelio hoy: “El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha”.  De algún modo tenemos que conseguir el Espíritu Santo si vamos a realizar la felicidad para siempre. 

Por todo el “Discurso del Pan de la Vida” hemos escuchado lo que tenemos que hacer para obtener la vida eterna.  Desde que Jesús, el verdadero Pan del cielo, conoce al Padre y revela su voluntad, tenemos que creer en él and poner en práctica lo que instruye.  ¿Parece imposible?  Pues, sí es si fuéramos dejados con solo nuestros recursos naturales.  Sin embargo, porque no podemos lograrla solo con el esfuerzo humano, Jesús nos ha dejado su Cuerpo y Sangre.  La Eucaristía nos fortalece para el camino hacia la vida eterna tan cierto como bistec and leche nutrieron los cuerpos de los atletas para los juegos olímpicos. 

Jesús quiere de nosotros una respuesta definitiva a su oferta de la vida eterna.  Como hace Josué en la primera lectura, nada de medias.  Desgraciadamente muchos hoy día quieren acompañar a Jesús hasta que el camino se pone áspero.  Entonces como los discípulos murmurando en el evangelio, le dan sus espaldas.  Son como los niños que rechazan la monedita de diez centavos para coger el centavo de cobre más grande.

Aceptar a Jesús significa seguir sus enseñanzas como las tiene en las lecturas de la Carta a los Efesios los últimos domingos.  Su mandamiento en la lectura hoy es particularmente relevante.  Los esposos tienen que amar a uno a otro con todo el corazón siempre pensando en el bien del otro.  No se puede negar que la carta enseña que el marido haga la última decisión.  Pero esto no quiere decir que el marido siempre tenga razón y nunca deba someterse a la voluntad de la mujer.  No, por mucho.  Los dos, como dice la lectura, son “una sola cosa”.  Siempre el hombre tiene que tomar a pecho lo que dice la mujer.  A veces, simplemente por la variedad, el hombre se someterá al juicio de su esposa.

La cuestión importa mucho en este tiempo que levanta al bien del individuo sobre lo de la familia.  Por ejemplo, en algunos lugares la escuela puede dispensar anticonceptivos sin el permiso de los padres.  Ahora en algunos lugares se puede los llamados “puberty blockers” (hormones que reprimen el desarrollo del sexo natural) sin comunicarse con los padres. La gran mayoría de los padres quieren hacer lo mejor para sus hijos.  Un sabio una vez dijo que la mejor cosa que los padres pueden hacer por sus hijos es amar a uno a otro.  Si queremos niños para sanos y saludables, los padres tienen que amar con aún más entrega a una a otro.

¿Nos cuesta?  Por supuesto, pero la fuerza para hacerlo (vale la pena decirlo de nuevo) viene de Jesús en la Eucaristía.  Es su propio Cuerpo y Sangre que nos lleva más allá de los desafíos del mundo a la vida eterna.

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