VIGÉSIMA PRIMERO DOMINGO ORDINARIO
(Josué
24:1-2.15-17.18; Efesios 5:21-32; Juan 6:55.60-69)
Las
olimpiadas dejaron a nosotros miradores con bocas abiertas en asombro. ¿Cómo puede Simon Byles saltar tan alto? ¿Cómo pueden los chinos levantar pesas tan enormes? ¿Cómo puede Noé Lyles correr tan rápidamente? Todos los atletas mostraron el triunfo del
cuerpo sobre la letargia y la mediocridad.
Sin embargo,
el cuerpo no puede lograr lo que es el más deseable al fin de cuentas. Pues sobre todo cuando todo está dicho y
hecho, no queremos una medalla o la fama internacional. No, nosotros seres humanos querremos la
felicidad para siempre. Es algo espiritual
que no conoce un fin. Como Jesús dice en
el evangelio hoy: “El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada
aprovecha”. De algún modo tenemos que
conseguir el Espíritu Santo si vamos a realizar la felicidad para siempre.
Por todo el
“Discurso del Pan de la Vida” hemos escuchado lo que tenemos que hacer para obtener
la vida eterna. Desde que Jesús, el
verdadero Pan del cielo, conoce al Padre y revela su voluntad, tenemos que
creer en él and poner en práctica lo que instruye. ¿Parece imposible? Pues, sí es si fuéramos dejados con solo
nuestros recursos naturales. Sin
embargo, porque no podemos lograrla solo con el esfuerzo humano, Jesús nos ha
dejado su Cuerpo y Sangre. La Eucaristía
nos fortalece para el camino hacia la vida eterna tan cierto como bistec and
leche nutrieron los cuerpos de los atletas para los juegos olímpicos.
Jesús
quiere de nosotros una respuesta definitiva a su oferta de la vida eterna. Como hace Josué en la primera lectura, nada
de medias. Desgraciadamente muchos hoy
día quieren acompañar a Jesús hasta que el camino se pone áspero. Entonces como los discípulos murmurando en el
evangelio, le dan sus espaldas. Son como
los niños que rechazan la monedita de diez centavos para coger el centavo de
cobre más grande.
Aceptar a
Jesús significa seguir sus enseñanzas como las tiene en las lecturas de la Carta
a los Efesios los últimos domingos. Su mandamiento
en la lectura hoy es particularmente relevante.
Los esposos tienen que amar a uno a otro con todo el corazón siempre
pensando en el bien del otro. No se
puede negar que la carta enseña que el marido haga la última decisión. Pero esto no quiere decir que el marido siempre
tenga razón y nunca deba someterse a la voluntad de la mujer. No, por mucho. Los dos, como dice la lectura, son “una sola cosa”. Siempre el hombre tiene que tomar a pecho lo
que dice la mujer. A veces, simplemente
por la variedad, el hombre se someterá al juicio de su esposa.
La cuestión
importa mucho en este tiempo que levanta al bien del individuo sobre lo de la
familia. Por ejemplo, en algunos lugares
la escuela puede dispensar anticonceptivos sin el permiso de los padres. Ahora en algunos lugares se puede los
llamados “puberty blockers” (hormones que reprimen el desarrollo del sexo
natural) sin comunicarse con los padres. La gran mayoría de los padres quieren
hacer lo mejor para sus hijos. Un sabio
una vez dijo que la mejor cosa que los padres pueden hacer por sus hijos es
amar a uno a otro. Si queremos niños
para sanos y saludables, los padres tienen que amar con aún más entrega a una a
otro.
¿Nos
cuesta? Por supuesto, pero la fuerza
para hacerlo (vale la pena decirlo de nuevo) viene de Jesús en la Eucaristía. Es su propio Cuerpo y Sangre que nos lleva más
allá de los desafíos del mundo a la vida eterna.
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