VIGÉSIMO CUARTO DOMINGO ”DURANTE EL AÑO”
(Isaías 50:5-9; Santiago 2:14-18; Marcos 8:27-35)
Se
encuentra la negación de Simón Pedro en cado una de las cuatro narrativas de la
Pasión de Cristo. Casi todos cristianos saben
cómo Pedro negó a conocer a Jesús tres veces.
Pero si contamos la negación en el evangelio hoy, hubo al menos cuatro negaciones. No obstante, a pesar de tener una historia
tan manchada, Jesús escogió a Pedro como el director de su Iglesia.
Una razón para
el escogimiento de Pedro es su intuyo. Pedro
reconoce a Jesús como el Cristo o Mesías, el Ungido de Dios para traer al mundo
la justicia. Sin embargo, su concepto
del Mesías es equivocado. Cree que Jesús
sea guerrero como el rey David, también ungido de Dios. En su manera de ver Jesús levantará un ejército
para echar a los romanos de Israel. No
puede imaginar que el propósito de Jesús fuera más universal y profundo que un
logro militar.
Jesús va a redimir
al mundo de pecado por su entrega completa a la voluntad del Padre. Obedecerá a Dios hasta la muerte en la cruz. Como Dios-hombre este sacrificio vale para
liberar a todos seres humanos de las garras del diablo. Desgraciadamente Simón Pedro ve la
crucifixión, al menos en este momento, como una vergüenza, no un triunfo. Como si supiera mejor, trata de corregir el
pensar de Jesús.
Jesús
rechaza la idea errónea de Pedro fuertemente.
Lo llama “Satanás“ porque ha tentado a Jesús como el diablo después de
su bautismo. Entonces explica que no
solo él tiene que sufrir sino también sufrirán aquellos que lo sigan. Todos sus discípulos deben renunciar a sí
mismo, cargar su cruz, y seguir a Jesús en el camino del amor abnegado.
Al
principio de este evangelio Jesús pregunta: ¨¿Quién … soy yo?” tal vez
queríamos responder: “Él que nos salva por creer en él”. Aunque nuestra respuesta no sería incorrecta
como la de Pedro, puede desviarnos de nuestra meta. Como enfatiza Santiago en la segunda lectura:
la fe sin obras “está completamente muerta”. Si no ayudamos a los demás regularmente, no
vale nuestra presencia en la misa.
Tenemos que prestar la mano al necesitado. Si por razones de edad o de incapacidad no
podemos ayudar al otro físicamente, que apaguemos el televisor y dejemos el
teléfono para rezar el rosario por él o ella.
No faltan
necesidades con que podemos asistir. Alumnos
de escuela necesitan a ayos. Los
internados necesitan a ministros de la Santa Comunión. Los ancianos necesitan a visitantes. Un maestro
jubilado responde a la llamada del Programa de Asistencia Nutricional (PAN o, como
se conoce en el inglés “Meals on Wheels”) por donar un par de horas
semanalmente para entregar el almuerzo a los mayores. Una mujer mayor dona parte de su tiempo ayudando
a los visitantes en un hospital llegar a sus queridos enfermos.
Cuando identificamos
quién es Jesús, identificamos quien somos nosotros también. Jesús es el Dios-hombre. Como Dios nos ha salvado de nuestros pecados
por su muerte. Como hombre, ayudó a un
sinnúmero de enfermos y perturbados. Siendo
sus discípulos, compartimos su divinidad.
Por eso, nuestros sacrificios y oraciones contribuyen a la salvación del
mundo. Es una verdad difícil de entender
pero testificada por San Pablo en la Carta a los Colosenses. La segunda identidad es más comprensible. Como
discípulos de Jesús, debemos andar como él siempre haciendo lo bueno.
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