el domingo, 15 de septiembre de 2024

 VIGÉSIMO CUARTO DOMINGO ”DURANTE EL AÑO”

(Isaías 50:5-9; Santiago 2:14-18; Marcos 8:27-35)

Se encuentra la negación de Simón Pedro en cado una de las cuatro narrativas de la Pasión de Cristo.  Casi todos cristianos saben cómo Pedro negó a conocer a Jesús tres veces.  Pero si contamos la negación en el evangelio hoy, hubo al menos cuatro negaciones.  No obstante, a pesar de tener una historia tan manchada, Jesús escogió a Pedro como el director de su Iglesia.

Una razón para el escogimiento de Pedro es su intuyo.  Pedro reconoce a Jesús como el Cristo o Mesías, el Ungido de Dios para traer al mundo la justicia.  Sin embargo, su concepto del Mesías es equivocado.  Cree que Jesús sea guerrero como el rey David, también ungido de Dios.  En su manera de ver Jesús levantará un ejército para echar a los romanos de Israel.  No puede imaginar que el propósito de Jesús fuera más universal y profundo que un logro militar.

Jesús va a redimir al mundo de pecado por su entrega completa a la voluntad del Padre.  Obedecerá a Dios hasta la muerte en la cruz.  Como Dios-hombre este sacrificio vale para liberar a todos seres humanos de las garras del diablo.  Desgraciadamente Simón Pedro ve la crucifixión, al menos en este momento, como una vergüenza, no un triunfo.  Como si supiera mejor, trata de corregir el pensar de Jesús.   

Jesús rechaza la idea errónea de Pedro fuertemente.  Lo llama “Satanás“ porque ha tentado a Jesús como el diablo después de su bautismo.  Entonces explica que no solo él tiene que sufrir sino también sufrirán aquellos que lo sigan.  Todos sus discípulos deben renunciar a sí mismo, cargar su cruz, y seguir a Jesús en el camino del amor abnegado.

Al principio de este evangelio Jesús pregunta: ¨¿Quién … soy yo?” tal vez queríamos responder: “Él que nos salva por creer en él”.  Aunque nuestra respuesta no sería incorrecta como la de Pedro, puede desviarnos de nuestra meta.  Como enfatiza Santiago en la segunda lectura: la fe sin obras “está completamente muerta”.  Si no ayudamos a los demás regularmente, no vale nuestra presencia en la misa.  Tenemos que prestar la mano al necesitado.  Si por razones de edad o de incapacidad no podemos ayudar al otro físicamente, que apaguemos el televisor y dejemos el teléfono para rezar el rosario por él o ella.

No faltan necesidades con que podemos asistir.  Alumnos de escuela necesitan a ayos.  Los internados necesitan a ministros de la Santa Comunión.  Los ancianos necesitan a visitantes. Un maestro jubilado responde a la llamada del Programa de Asistencia Nutricional (PAN o, como se conoce en el inglés “Meals on Wheels”) por donar un par de horas semanalmente para entregar el almuerzo a los mayores.  Una mujer mayor dona parte de su tiempo ayudando a los visitantes en un hospital llegar a sus queridos enfermos.

Cuando identificamos quién es Jesús, identificamos quien somos nosotros también.  Jesús es el Dios-hombre.  Como Dios nos ha salvado de nuestros pecados por su muerte.  Como hombre, ayudó a un sinnúmero de enfermos y perturbados.  Siendo sus discípulos, compartimos su divinidad.  Por eso, nuestros sacrificios y oraciones contribuyen a la salvación del mundo.  Es una verdad difícil de entender pero testificada por San Pablo en la Carta a los Colosenses.  La segunda identidad es más comprensible. Como discípulos de Jesús, debemos andar como él siempre haciendo lo bueno.

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