V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Isaías
6:1-3.3-8; I Corintios 15:1-11; Lucas 5:1-11)
Las
lecturas hoy son bien conocidas y llenas del significado. Tienen que ver con la experiencia
religiosa. Este fenómeno sobrecoge a la
persona con la conciencia de estar en la presencia de Dios. Confirma y profundiza su fe de modo que
quiera compartirla con los demás.
Una vez un
hombre contó la historia de su experiencia de Dios. Dijo que su esposa acabó de recibir un
informe médico que tenía cáncer. El
hombre sentía la tristeza y la preocupación cuando fue a su parroquia para
cerrar la puerta como era su costumbre.
Adentro del edificio se paró para rezar por unos minutos. Entonces se sintió un brazo a cruzar de sus
hombros y escuchó las palabras: “No te preocupes; todo será bien”. Se puso en paz, y de hecho su esposa recibió
un tratamiento que superó su cáncer.
Experiencias
religiosas no son tan raras como muchos piensan. Aquellos que hacen un Cursillo de
Cristiandad, un Camino de Emaús, u otro tipo de retiro envolviendo testimonios
de fe y música emocionante a menudo sienten la presencia de Dios. También la participación en un sacramento
puede hacerse en una experiencia religiosa.
Un converso contó la historia de su confesión antes de ser recibido en
la Iglesia Católica. Dijo que fue
acompañada por muchas lágrimas y el alivio de una gran carga.
Con estas
reflexiones sobre la experiencia religiosa en cuenta que veamos las
lecturas. La primera se conoce como “el
llamado de Isaías”. Cuenta de la experiencia del profeta en el Templo de
Salomón unos sete cientos años antes de Cristo.
Estaba rezando cuando tuvo la visión de Dios Altísimo en su trono
rodeado por el humo y el olor de incienso.
Los serafines atendiéndolo pusieron a gritar: “Santo es el Señor, Dios
de los ejércitos”. Isaías tembló de
miedo porque se dio cuenta de que era pecador con labios impuros en la
presencia de Dios. Probablemente él
había dicho mentiras o comido cosas prohibidas.
Entonces sintió sus labios siendo purificados por una brasa que le trajo
un serafín. Y cuando el Señor buscó a un mensajero para revelar su voluntad al
pueblo, el profeta se hizo voluntario. Proclamó: “Aquí estoy, Señor,
envíame”.
¿Es la
segunda lectura la descripción de una experiencia religiosa? Probablemente no. Aunque san Pablo están contando de encuentros
con el Señor, las experiencias son objetivas, no subjetivas como la visión de
Isaías o el hombre sintiendo el brazo del Señor. Experiencias religiosas son por naturaleza
sentidas por el individuo o grupos pequeños sin modo de verificarlas con
testigos o instrumentos científicos.
Pedro en el
evangelio obviamente tiene una pesca enorme.
Se puede clasificar su experiencia como religiosa porque él infiere que la pesca
fue causada por Dios. Su fe en Jesús
como santo crece a través la historia.
Comenzó cuando lo invitó en su barca a predicar. Creció de modo que Pedro lo llama “Maestro” cuando
Jesús lo mandó a llevar la barca mar dentro.
Y fue confirmada a la pesca cuando se arroja a los pies de Jesús
llamándolo “Señor”, que quiere decir “Dios” o, al menos, “Hijo de Dios”. De este momento a su martirio, Pedro se
dedica cien por ciento a Jesús.
Parece que
Dios permite experiencias religiosas para fortalecer nuestro compromiso de
fe. Muchos de nosotros serviríamos al
Señor sin experimentar su presencia en un modo asombroso. Sin embargo, con la experiencia religiosa
somos más determinados para contar de su amor a los demás. La experiencia nos suministra la convicción
de que nuestra vida es para vivirse haciendo más que para satisfacer deseos
personales. Nos verifica que somos hijos
e hijas de Dios destinados a la felicidad eterna.
TEMA: La
experiencia religiosa profundiza y fortalece la fe para comprometerse a Dios.
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