XXVIII
DOMINGO ORDINARIO
(II Reyes 5:14-17; II Timoteo 2:8-13; Lucas 17:11-19)
Muchos
estadounidenses reconocen el evangelio de hoy porque se lee en la misa del Día
de Acción de Gracias. Muestra el deseo natural del corazón de dar gracias a
quienes nos han hecho el bien. También indica la expectativa de Dios de que su
pueblo le exprese gratitud. Examinemos, entonces, la gratitud que nos facilita
el agradecimiento hacia nuestros bienhechores. Luego veremos en las lecturas
algunos ejemplos de esta virtud.
La gratitud
es tanto una emoción como una virtud. La sentimos especialmente cuando alguien
nos ayuda por buena voluntad y no por obligación. Todos tenemos nuestra propia
historia de haber sido asistidos por otra persona que ni siquiera nos conocía.
Un hombre contaba que se encontraba en una ciudad lejos de su casa cuando su
carro se descompuso la noche anterior al Día de Acción de Gracias. Por
casualidad, conoció a un mecánico afroamericano. El mecánico abrió su taller a
la mañana siguiente para reparar el carro del extranjero y solo le cobró el
costo de las piezas.
Al igual
que el amor, la gratitud es también una virtud. Es una manera de vivir formada
por nuestra elección de ser agradecidos y por la práctica constante. Se
considera el fundamento de la vida moral porque reconoce un mundo de gracia. En
un acto de fe intuimos que Dios nos ha regalado la vida y todo lo que tenemos.
Cuando decidimos responder a nuestro proveedor con palabras y acciones de
agradecimiento, comenzamos a practicar la gratitud. Repitiendo esta respuesta
positiva cada vez que se nos hace un bien, desarrollamos la virtud. Así nos
convertimos en personas amables, bondadosas y amorosas.
Es posible,
sin embargo, rechazar la bondad de los demás. Hay personas que piensan que todo
lo que tienen lo han conseguido únicamente por su propio esfuerzo. Según ellos,
si alguna vez han recibido algo de otras personas, fue porque éstas estaban
obligadas a dárselo. En un episodio de Los Simpson, a Bart le toca dar
la bendición antes de la comida. El muchacho dice algo como: “Oh Dios, gracias
por nada; nosotros pagamos por todo lo que está en la mesa”. Podemos reírnos,
porque nos damos cuenta de lo absurdas que son sus palabras.
El
agradecimiento no siempre surge naturalmente. Algunos sufren tanto en la vida
que su dolor oscurece la gratitud. ¿Cómo pueden aceptar a Dios como bondadoso
los enfermos de Huntington, una enfermedad que ataca el cerebro y deja a la
víctima completamente incapacitada en poco tiempo? ¿Y cómo pueden decir
“gracias” a Dios los familiares de una niña asesinada en un acto aleatorio de
violencia? Particularmente para ellos, la gratitud es una decisión consciente
que reconoce la afirmación de San Pablo en la Carta a los Romanos: “Sabemos,
además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman”.
La memoria
también alimenta la gratitud. A veces, después de años, recordamos la bondad
con que otras personas nos trataron. Nos duele que ya no estén presentes para
poder agradecerles.
Con este
preámbulo, examinemos las lecturas de la misa de hoy. En la primera, el general
sirio reconoce que el Señor Dios lo ha curado de la lepra. También es
instructivo que el profeta rehúse la oferta del general: evidentemente, Eliseo
quiere dejar claro que Dios no actúa por una recompensa ni por obligación. En
la segunda lectura, es el recuerdo de la muerte y resurrección de Cristo lo que
mueve a San Pablo a responder con gratitud. A pesar de que sufre “hasta llevar
cadenas”, puede dar gracias a Dios por conocer a Timoteo en Cristo. Finalmente,
en el evangelio, el leproso samaritano regresa a Jesús para mostrarle su
agradecimiento tan pronto como se da cuenta de que ha sido curado. Jesús espera
que todos los curados actúen con la misma gratitud. No necesita su
agradecimiento, pero éste indicaría que se han transformado en personas
virtuosas. Entonces podría decirles, como le dice al samaritano: “Tu fe te ha
salvado”.
Aun el
mundo reconoce el valor del agradecimiento. Los canadienses celebran el Día de
Acción de Gracias mañana, y los estadounidenses el próximo mes. Nosotros, los
católicos, damos gracias a Dios cada vez que celebramos la Eucaristía. Que
procuremos transformarnos, con la ayuda de la gracia, en personas profundamente
agradecidas, capaces de reconocer cada acto de bondad que recibimos.